155 años del disparo que terminó con la vida del presidente Lincoln
John Wilkes Booth, actor, se coló en el palco del Teatro Ford para asestar un tiro mortal al mandatario, que moriría horas después. Tras ello, iniciaría una huida de película que duró dos semanas
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El 9 de abril de 1865, Robert E. Lee presentaba la rendición de los Estados Confederados en el Appomattox Court House de Virginia. La Guerra Civil Estadounidense se daba por terminada. La Unión vencía y, como gesto de aproximación, se le permitía al general mantener su sable y a “Traveller”, su caballo más famoso. Sin embargo, con la “Civil War” finiquitada, los problemas para el presidente Lincoln no iban a terminar.
La noticia de la “paz” no gustó, como siempre suele ocurrir, entre los más radicales. Así que en Washington se empezó a mascar la opción de atentar contra la cúpula del gobierno. Al frente de la conspiración, un actor, John Wilkes Booth, que, según ha trascendido, tenía buenas dotes para el drama shakesperiano. Acabar con los mandamases (el vicepresidente Andrew Johnson, el secretario de Estado William H. Seward, el secretario de Guerra Edwin M. Stanton y el propio Abraham Lincoln) sería la última bala para reactivar los ánimos de la deprimida masa confederada.
Llegó a oídos de esta gente que, solo cinco días después de la rendición, el presidente acudiría al Teatro Ford, en Washington, así que se puso en marcha un operativo en el que el blanco era claro: terminar con la vida de Lincoln la noche de Viernes Santo.
Ese 14 de abril de 1865, el mandatario acompañaría a su esposa a ver uno de los éxitos de Tom Taylor, la comedia musical “Our American Cousin”. Aunque ese día la obra terminaría en tragedia. Booth, como actor que era, no era sospechoso de estar en un sitio que no le correspondía. Su profesión y amistad con los dueños del Ford hicieron que pasase desapercibido en todo momento. A nadie extraño su presencia, por lo que pudo moverse por los pasillos hasta llegar al palco presidencial.
Una vez allí, su figura sí fue sospechosa de todo. Más con una Deringer en la mano. Con el arma empuñada, apuntó a la cabeza de Lincoln y disparó. Lo dejó herido de muerte, pero, evidentemente, no se quedó para comprobarlo. Tras un forcejeo con el oficial Henry Rathbone, al que dejó herido en el brazo, Booth comenzó una huida de película o, aprovechando el lugar, de pieza teatral. Al grito latino de “Sic semper tyrannis” (“Así siempre a los tiranos”), el atacante saltó del balcón al tiempo que se agarraba al telón, este se rasgó y dejó caer a Booth al suelo, con las consiguientes lesiones: rotura de pierna, corte en la ceja y rotura del pulgar derecho. El público, confundido ante los disparos y la “fascinante” aparición, pensó que Booth, recordemos actor, le hacía una reverencia, pero la verdad es que se moría del dolor. Como pudo, el intérprete convertido en asesino abandonó el escenario y llegó hasta su caballo para escapar. John y Mary Surratt y David Herold estaban ahí para ayudarle. Huyó junto a este último hacia el Estado de Virginia.
Pasaron los días y los conspiradores comprobaron que su acción no había logrado el objetivo final de paralizar la Administración y reactivar las movilizaciones. Por el contrario, centenares de soldados de la Unión les buscaban por todas partes. Encontraron refugio cerca de Port Royal, en el rancho de la familia Garrett, donde terminaron de certificar que la muerte del presidente había sido estéril. No había manera de que la Confederación reviviera.
Así, llegaron al 26 de ese mismo mes, cuando los unionistas dieron con la pareja buscada. Un breve tiroteo evitó que Booth escapara. De hecho, fue herido en el intercambio de balas por Boston Corbett, el soldado que horas después terminaría con su vida por completo.