El arte huye de Berlín
En menos de un mes tres de los grandes coleccionistas del país, Flick, Olbricht y Stoschek, han abandonado la ciudad alemana. La fuerte subida de los alquileres en el centro amenaza con llevarse por delante el tejido artístico
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La coleccionista Julia Stoschek abrió en 2016 una sucursal en Berlín con una selección de arte contemporáneo centrada en la imagen en movimiento. Todo un revulsivo que en aquel entonces encajó cual pieza de puzzle en una ciudad en constante cambio y que, entre otros eventos, presentó la primera exposición individual en Alemania del futuro ganador del León de Oro de la Bienal de Venecia, Arthur Jafa. Con unas 400 galerías y aproximadamente 8.000 artistas, la capital alemana pasó a ser conocida, desde la reunificación del país, no solo como la capital cultural de Europa sino del todo mundo y se convirtió en el espacio en el que, en paralelo con los grandes museos estatales, convivieron en perfecta sintonía los más variopintos galeristas con los más estridentes coleccionistas privados.
Hasta ahora. Desde hace unos meses, Berlín está experimentando un éxodo artístico que está provocando el cierre de galerías y la huida de sus colecciones debido a las dificultades causadas por la intransigente industria inmobiliaria de la ciudad. Julia Stoschek podría ser la próxima. ¿El motivo? La fuerte subida del alquiler del centro que acoge su colección privada y que, situado en pleno corazón de Berlín, forma parte del complejo de edificios del antiguo centro cultural checo de la RDA. El contrato de alquiler se extiende hasta diciembre de 2022 y la oficina del gobierno federal, encargada de la administración de la propiedad, insiste en aumentar la renta porque el exterior del edificio se renovará en los próximos meses.
Stoschek ha tratado de negociar con el Senado de Berlín los términos que le permitan mantener su colección pero, según el periódico «Welt», hasta ahora solo ha encontrado resistencia. Es más, según este medio, el Senado berlinés ha llegado incluso a rechazar sus ofertas para comprar el edificio, en el que la coleccionista ha invertido millones y, a cambio, no le ha propuesto ni siquiera un lugar alternativo donde trasladar la obra.
Con todo, al inicio de la pandemia, Stoschek puso a disposición de los internautas distintas obras de su colección, incluidas piezas de Wolfgang Tillmans y Nathalie Djurberg & Hans Berg con el objetivo de que las más de 860 obras que tiene en su haber sean virtualmente accesibles. Todo su interés y buenas intenciones fueron en vano. Preguntada por la televisión pública NRD, la experta en arte Barbara Wiegand asegura que la multimillonaria coleccionista de videoarte podría permitirse una subida del alquiler pero el conflicto denota «la postura de una ciudad hacia un tema en el que no puede quedarse al margen». Motivo de más para que Stoschek esté «enojada», ya no tanto por el inminente aumento del arrendamiento sino por la falta de una invitación por parte de la ciudad para encontrar soluciones creativas integrando, por ejemplo, su colección en uno de los museos de la capital.
La situación ha llevado a Stoschek a buscar activamente un nueva localización. Hay rumores que aseguran que estaría mirando a Los Ángeles, una ciudad que ama y en la que pasa largas temporadas.Una posibilidad que asimismo vendría alentada por las sugerencias de su buen amigo y director del Museo de Arte Contemporáneo de la ciudad estadounidense, Klaus Biesenbach. No obstante, todo son suposiciones que, por el momento, han quedado diluidas una vez que la coleccionista asegurase a través de sus redes sociales que la toma de decisiones continúa en proceso. «Todavía hay algunas conversaciones cruciales», aseguró.
El futuro de la Julia Stoschek Collection devuelve a los ojos de muchos la oscura realidad que arrastra Berlín desde hace años y que, lejos de culpar a la gentrificación, se sostiene entre las subidas masivas del alquiler, la demolición de edificios y la tez mafiosa de la que se han cubierto algunas compañías inmobiliarias de la ciudad. Sin embargo, también esgrime el trato injusto de algunos funcionarios públicos hacia las personas extremadamente ricas que están detrás de estas colecciones.
El periódico «Tagesspiegel» lo describió en su momento como un «entusiasmo tardío» por parte de los políticos berlineses y, como ejemplo, señaló a su titular de cultura, Klaus Lederer, que tardó dos años en pisar el centro de Stoschek. Incluso medios especializados en arte trataron de entrevistar al político sin éxito. Ahora el cierre podría ser el triste final de un vínculo que se gestó cargado de esperanza. Cuando la coleccionista llegó a Berlín hace cuatro años desde Düsseldorf, muchos pensaron que era el enlace perfecto: su joven videoarte respetado en todo el mundo en una ciudad emergente. La clausura de la Julia Stoschek Collection sería un nuevo golpe para Berlín pero no el único. En el próximo año, miles de obras de artistas como Joseph Beuys, Louise Bourgeois, Bruce Nauman y Gerhard Richter podrían desaparecer de las galerías de la ciudad.
Una decisión personal
La de Stoschek es la tercera colección que anuncia su cierre o salida de Berlín en menos de un mes. Hace unos días, el coleccionista y heredero de la compañía de productos para el cabello Wella, Thomas Olbricht anunció que su espacio de Berlín, la conocida como me Collectors Room, cerrará sus puertas para mudarse a su ciudad natal, Essen. Una decisión que, según el coleccionista, fue personal más que política aunque el edificio en la Auguststrasse que alberga apartamentos de lujo y su galería rescindirá en breve su antigua renta. Pero hay más.
El mes pasado, el museo de arte contemporáneo Hamburger Bahnhof anunció que Friedrich Christian Flick, con sede en Suiza, retiraría su colección de 2.500 obras de arte modernas y se las llevaría de regreso a Zúrich después de que se anunciara que la sala posterior del histórico museo –que alberga todavía su obra– será demolida. Una pérdida «muy dolorosa» en palabras de Udo Kittelmann, director de la pinacoteca y que pone fin a una relación que comenzó en 2004 cuando Flick acordó prestar las obras a los museos estatales de Berlín durante siete años y después hasta 2021.
El coleccionista también financió los 7,5 millones que costó el reacondicionamiento del Rieckhallen, un edificio que una vez albergó a una compañía naviera, y que después dió cabida a su colección. La Hamburger Bahnhof alquiló ese edificio a la inmobiliaria privada CA hasta el 30 de septiembre de 2021.
Será entonces cuando la empresa, lejos de renovar el contrato, demuela la hasta ahora sala de exposición para dar paso a nuevos edificios. Berlín perderá obras de Alberto Giacometti, Marcel Duchamp, Bruce Nauman, Georg Baselitz, Isa Genzken, Wolfgang Tillmans y Sol LeWitt. Hermann Parzinger, presidente de la Fundación del Patrimonio Cultural Prusiano, que supervisa los museos de Berlín, dice que la fundación, el gobierno federal, el Estado de Berlín y la inmobiliaria CA están ahora en negociaciones para asegurar el espacio para el arte contemporáneo después de la demolición.
La ambición de Berlín por igualar la posición artística de Nueva York, Londres y Los Ángeles pierde terreno. Una desventaja que ya quedó en evidencia cuando el pasado diciembre se anunció que Art Berlin, la feria de arte contemporáneo más importante de la ciudad, se suspendía en medio de problemas financieros. Los medios de comunicación culpan de estas pérdidas a la indiferencia del Senado de la ciudad. «Berlín puede actuar como si fuera increíblemente tonta», escribió la revista berlinesa «Tip». «Tan tonta que tres coleccionistas de arte se van de la ciudad en 14 días». Por su parte, el «Tagesspiegel» definió la partida de la colección de Flick como «una prueba más de la metamorfosis gradual de Berlín: desde un centro creativo a una fortaleza para los especuladores inmobiliarios».
Con las manos atadas
Desde el Senado se asegura que tienen sus manos atadas cuando se trata de negocios inmobiliarios en una ciudad donde las estructuras locales y nacionales a menudo se superponen. Sin embargo, para algunos funcionarios del gobierno berlinés –donde la cartera de cultura está en manos del partido de izquierda «Die Linke»–, la situación deja entrever una cuestión de principios por la que se declina mimar a los adinerados compradores de arte.
Flick, Olbricht y Stoschek son todos herederos de fortunas industriales acumuladas en el rico sudoeste del país. Pero hay más. El abuelo de Flick, Friedrich, fue sentenciado como criminal de guerra durante los juicios de Nuremberg por el uso de mano de obra esclavas y el bisabuelo de Stoschek fue miembro del partido nazi y su compañía desempeñó un papel importante en la producción de material de guerra. Una circunstancia que tampoco parece contentar al departamento berlinés de cultura y que dista mucho de los días en los que Klaus Wowereit, el alcalde de la ciudad de 2001 a 2014, cortejó con entusiasmo tanto a artistas como a coleccionistas. Ahora, bajo al batuta del nuevo encargado de cultura, los coleccionistas se quejan y se sienten desamparados ante el agresivo mercado inmobiliario, y más ahora que el coronavirus amenaza los medios de vida en todas las artes.