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Don Jaime, el Borbón incómodo

Ha sido siempre ignorado siempre o vituperado por los propios monárquicos
larazon
La Razón

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Jaime de Borbón y Battenberg es un miembro casi desconocido de la rama más trágica de los Borbones, brotada del árbol genealógico que inauguró Felipe V con su llegada a España. Pero a diferencia de otros Borbones que han merecido elogios de sus partidarios, desde Felipe V a Felipe VI, pasando por Carlos III, Isabel II, Alfonso XII o Alfonso XIII, don Jaime ha sido ignorado o vituperado por los propios monárquicos que siempre le han considerado un incordio. La vida de este incómodo personaje al que algunos han preferido silenciar, comenzó a ser desgraciada al poco de nacer, cuando se temió que el niño pudiera ser sordo y, como consecuencia de ello, mudo. Un año antes, sus padres, Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg, sufrieron el primer aldabonazo del destino al constatar que su primogénito Alfonso, príncipe de Asturias, era hemofílico, igual que el infante Gonzalo, benjamín de la familia.
Tanto Alfonso como Gonzalo perecieron a causa de hemorragias internas tras sendos accidentes de tráfico. No así don Jaime, a quien el azar reservó una muerte si cabe aún más trágica, como a su hijo Alfonso de Borbón Dampierre, cuyo primogénito Fran, por si fuera poco, murió también en un accidente de automóvil. Tampoco se libró de esa especie de maldición don Juan de Borbón, tercer vástago de los reyes, cuyo hijo, el infante Alfonso, falleció con casi quince años de un disparo accidental en la frente procedente de la pistola que manejaba su hermano don Juan Carlos, de dieciocho.
Con razón, don Jaime aludió más de una vez a «la mala estrella» que iluminó su vida y la de su familia. Tras la renuncia de su hermano mayor Alfonso, en 1933, se convirtió en príncipe de Asturias y heredero de su padre al Trono. Pero la ilusión le duró tan solo diez días, hasta que un grupo de conspicuos monárquicos –José Calvo Sotelo, entre ellos–, alentado por su propio padre, le convenció para que renunciara a la Corona en la habitación de un hotel de Fontainebleau, alegando que era incapaz de mantener una conversación telefónica. Como en tantas otras ocasiones, Jaime dio ejemplo de sumisión, estampando su firma en el documento que le entregaron, sin notario presente que diese fe del acto.
Durante gran parte de su vida luchó contra su grave limitación, ayudado por unas monjas que le enseñaron a leer en los labios. Viajó a Inglaterra, Francia e Italia para someterse a dolorosos tratamientos con los más renombrados expertos en otorrinolaringología, pero ninguno de ellos pudo hacer nada para curarle su minusvalía. Su carácter se forjó así, desde niño, en la adversidad. Tenía gran corazón, era afable y cariñoso, adoraba a su madre y a su hermano mayor, temía a su autoritario padre y se dejaba influir por quienes le rodeaban.
La completa dependencia de su entorno, alentada por la inseguridad que le generaba su minusvalía, fue la clave para entender su existencia plagada de contradicciones. Acató así primero la voluntad de su padre, reconociendo a su hermano Juan como legítimo heredero, para luego reclamar sus derechos a la Corona de España declarando nulas todas sus renuncias, y defender a continuación los intereses sucesorios de su hijo Alfonso de Borbón Dampierre frente a los de su sobrino Juan Carlos.
Ley de sucesión
Con Franco sucedió algo parecido: elogió primero las conquistas de su régimen y más tarde condenó a éste ante las Naciones Unidas, volviendo después a bendecirlo. Pero tampoco podría entenderse la actitud de don Jaime sin reparar en la trascendencia de la Ley de Sucesión promulgada por Franco en 1947, que convertía a España en reino, dieciséis años después de proclamarse la República. La norma legal habilitaba a don Jaime y a su hijo, el duque de Cádiz, como candidatos a la Corona de España, al exigir que el futuro sucesor en la Jefatura del Estado fuese de estirpe regia y hubiese cumplido los treinta años.
La Ley franquista relegaba a un segundo plano las disputas dinásticas entre don Juan y don Jaime, por la sencilla razón de que Franco era el único que podía instaurar la Monarquía en España. Aun así, en el ámbito dinástico Alfonso XIII demostró no tenerlas todas consigo al preparar un matrimonio ajeno a la realeza para su hijo Jaime. Fue así como don Jaime se desposó con Emanuela Dampierre, la cual le abandonaría para contraer segundas nupcias con Antonio Sozzani. Poco después, don Jaime se unió a la prusiana Carlota Tiedemann, que le llevaría a la ruina económica y existencial.

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