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«La traviata»: prohibido traspasar las líneas rojas

La ópera de Verdi, la primera que se representa a nivel mundial tras la pandemia, reabre el Teatro Real con una versión en la que se guardan las distancias
Javier del realTeatro Real

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«Libiamo, libiamo ne’lieti calici che la belleza infiora...». Así arranca uno de los momentos más conocidos de una ópera tan popular como «La traviata», de Giuseppe Verdi. El dúo se interpreta en el primer acto de la ópera, en casa de Violetta Valéry, que lo canta junto a Alfredo Germont, un joven enamorado de una mujer de dudosa vida. La escena es una fiesta nocturna en la que corre el alcohol, se disfruta la comida y se goza de la carne. La producción que ayer subió a escena en el Teatro Real y con la que reabrió sus puertas después de tres meses de cierre será imposible de olvidar. Nada que ver con otros montajes que se han visto ya en la casa, los de Pier Luigi Pizzi, David McVicar o con el que tendría que haber subido el telón en mayo, el firmado por Willy Decker. Nada que ver con el de Leo Castaldi. Porque en esta nueva normalidad la distancia entre los artistas es un elemento imprescindible, un actor más.
Alfredo, interpretado ayer por Michael Fabiano, sostiene su copa mientras mira a Violetta. No sale de su cubículo, marcado en el suelo. La alegría hay que intuirla, el gorjeo, imaginarlo; cerrar los ojos para que corra el champán entre los invitados, porque no hay manos que se entrelazan, ni personajes que se funden en un abrazo fugaz, ni besos que se roban o se regalan. A Violetta no se le toca.
El suelo, como vieron los 869 espectadores, un 50% del aforo (que podrá incrementarse hasta el 75 por ciento desde el 7 de julio si todo va bien) está marcado por una cuadrícula de espacios que miden dos por dos metros. Unas líneas rojas que los cantantes no deben cruzar. La pandemia ha obligado a confinar a sopranos, tenor y barítonos en una «Traviata» inusual, pero en la que la música sonará como siempre. Los ensayos comenzaron el 15 y se ha pasado de 19 funciones a 27. «Nos pidieron colaboración y que arrimáramos el hombro, y es lo que hemos hecho todos». Quien habla el Luis Cansino, barítono, el padre de Alfredo, Giorgio Germont, que cantará su primera función el viernes, y que forma parte de los cuatro elencos que se alternan. Revela que al principio, nada más llegar al escenario, se antojaba un poco complicado cantar manteniendo la distancia, «pero después de unas cuantas veces ya nos sale solo. Somos conscientes de lo que nos estamos jugando. No ha habido ni problemas, ni despistes por parte de nadie. La escena, tan bien marcada, nos ayudó bastante. Es complicado que te equivoques».
Cansino valora el esfuerzo enorme que ha hecho el Teatro Real para presentar una versión en concierto semi escenficada. «La organización ha sido estupenda, y hay que destacar el empeño, el compromiso personal, ético y moral del director artístico, Joan Matabosch, para tirar hacia delante. Lo mismo que otros coliseos han preferido no levantar el telón, este ha dicho “vamos allá”. Tiene otra filosofía diferente. Si el transporte público funciona y las terrazas están abarrotadas de público, ¿por qué no puede volver al trabajo un teatro de ópera? También se ha pensado en la dura situación que atravesábamos los artistas, y es de agradecer», comenta. «Siempre hemos guardado la distancia, y mientras no cantábamos, llevábamos puesta la mascarilla. No hay que dar un paso en falso», advierte.
Luis Cansino ve el vaso medio lleno: ha vuelto a trabajar y la experiencia le demuestra que se puede concentrar la escena y trabajar con intensidad para poner en pie un montaje en tiempos post pandemia y que «no hay que ser inmovilistas, sino saber adaptarse». Que todos, del primero al último, empezando por el maestro Nicola Luisotti, y ayer lo demostraron uno a uno, tienen muchas ganas. Y que julio ya se ha convertido en el mes de Verdi.
El protocolo de seguridad el barítono lo califica de «ejemplar. A todos nos han hecho pruebas. Las condiciones de acceso son muy estrictas», asegura. Y ayer se pudo ver. Era necesario antes de entrar al coliseo limpiarse los pies en una alfombrilla desinfectante, lavarse las manos con gel hidroalcohólico, cambiar la mascarilla con la que se llegaba por otra que ofrecía el Real. Después, toma de temperatura, protocolo de seguridad y acceso al patio de butacas. Eso sí, sin libreto físico, que desde ayer se descarga con un código QR.