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Un conversador nato

Muere Francisco Rodríguez Adrados, filólogo clásico y académico de la RAE, a los 98 años 21.07.2020 - Madrid El catedrático ha sido editor y traductor al español de la obra de numerosos clásicos griegos y sánscritos. Fue miembro de la Academia Argentina de Letras y de la Academia de Atenas, presidente de honor de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, director de la revista Emerita y director de honor de la Revista Española de Lingüística.
Francisco Rodríguez Adrados, filólogo clásico y académico de la RAE, ha fallecido a los 98 añosjesus g. feriaLa Razón

La muerte de don Francisco Rodríguez Adrados pone de luto a los estudios clásicos y priva a España de uno de sus más ilustres helenistas. Discípulo en Salamanca de otro gran sabio, Antonio Tovar, heredó de este su doble vertiente de investigador: la Filología griega y la Lingüística indoeuropea. Las dos ciencias se vieron enriquecidas con incontables libros y artículos suyos, fruto de un trabajo arduo y tenaz, prolongado desde una edad muy precoz hasta los últimos años de su fecunda existencia. En el primer campo, atrajo su atención preferentemente la poesía (la lírica –quizá su obra filológica más acabada sea sus Elegiacos y yambógrafos arcaicos–, la tragedia y la comedia, objeto de muchas ediciones, traducciones y estudios), pero también lo apasionó un género menor como la fábula, al que permaneció fiel toda su vida y que estudió con paciencia benedictina en sus muchas continuaciones medievales; pero, curiosamente, su primera traducción importante fue la historia de Tucídides.

En el segundo, hizo contribuciones notables al resultado de la pérdida de las laringales y a la reconstrucción del verbo indoeuropeo, problemas a los que consagró sendas monografías, no exentas de polémica (aunque Adrados sabía defender con denuedo sus puntos de vista). El conocimiento del sánscrito, del que escribió una gramática elemental, le permitió poner en español la bella historia de Nala y Damayanti, que él, siendo niño, había leído resumida en la «Flor de leyendas» de Alejandro Casona. Dotado de una fuerte y avasalladora personalidad, increíble capacidad de trabajo, grandes dotes de organización y una férrea confianza en sí mismo, dirigió un sinfín de proyectos y revistas.

El Diccionario de la Real Academia le debe una concienzuda revisión de los términos griegos. Su magisterio logró aglutinar a numerosos discípulos, a los que trató con cariño y generosidad, incluso invitándolos a participar en «seminarios» veraniegos en su casa de Turégano. Todos los años, con ardor juvenil, capitaneaba desde la Sociedad de Estudios Clásicos excursiones a Grecia y a Asia Menor; fue justamente en Troya donde le llegó el primer aviso de su enfermedad. Tuvo Adrados una vida llena, también colmada de honores y satisfacciones. ¡Qué bien me lo imagino ahora conversando y quién sabe si discutiendo con Arquíloco!