Los “partos” de la Moncloa
Apenas 26 días tardó el Gobierno de Sánchez en incumplir su supuesta promesa de negociación conjunta con el resto de formaciones políticas para superar la crisis del coronavirus
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No hay nada más irritante que ese amigo que te recuerda: “te lo dije” cuando se comprueba finalmente el desastroso resultado de algo que, desde su inicio, se podía prever que iba a salir mal por cómo estaba planteado. Escuchar esa voz de la conciencia –que uno desearía estrangular– no es plato de gusto para nadie, pero sus vejatorios efectos, en cualquier caso, podrían reducirse mucho si los seres humanos fuéramos más prudentes e hiciéramos uso de sana modestia y cautela. Ya sabemos que ese no es el estilo de nuestro presidente, tan dado siempre a la declaración hiperbólica y desmesurada, pero lo cierto es que el 4 de Abril de 2020, hace ahora escasamente cuatro meses, anunció a bombo y platillo que para superar el coronavirus iba a sentarse con todo el espectro político y alumbrar –en menos que canta un gallo– una nueva edición de los “Pactos de la Moncloa”.
Por supuesto, solo se necesitaron veintiséis días para ver que la cosa se quedaba en una más de las ficciones que desde los últimos meses se nos han emitido desde presidencia. Los españoles estábamos encerrados en casa por el confinamiento y veíamos pasar los días sin que los famosos pactos aparecieran por ninguna parte. El 30 de Abril, finalmente, supimos que se reducían a una comisioncilla que daba un poco de risa. Parecía el chiste aquel de cuántos operarios se necesitan para enroscar una bombilla. El ridículo quedaba aún más agravado por lo alto que se había puesto el listón, por la comparación con el elevado punto de mira que se había buscado de referencia.
Los Pactos de la Moncloa fueron un acuerdo de mucho nivel político, una proeza diplomática y toda una lección de equilibrio entre los intereses particulares y el pragmatismo de varias partes. Sirvieron para cimentar la Transición pero, sobre todo, para demostrar lo lejos que, como sociedad, podíamos llegar democráticamente si se hacía un uso combinado del sentido común y del sentido de Estado. Era fácil prever que los modos del actual Gobierno (quien informaba de sus decisiones a la oposición y a los sectores afectados cuando ya las había tomado en lugar de consensuarlas antes) no eran los más adecuados para culminar unas aspiraciones semejantes e igual de altas. Finalmente –ahora lo vemos– todo se quedó en el parto de los montes, con el magro resultado de una triste y roedora comisión.