Odiar a los hombres no es feminista, sino otra cosa
Un polémico ensayo sobre la hostilidad sistemática hacia los varones pone nervioso al Ministerio de Igualdad galo
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La activista francesa Pauline Harmange irrumpe en el debate sobre la igualdad de género con un libro que ha desatado la polémica en el país vecino: “Moi les hommes, je les déteste” (“Odio a los hombres”). El título, además de no dejar indiferente a nadie, explicita el contenido de la publicación: un texto iconoclasta en el que, según su editor, se defiende la misandria como un modo de promover la hermandad entre mujeres. El tono de desprecio vertido en sus páginas hacia el sexo masculino ha llevado a Ralph Zurmély –asesor para la igualdad de género del Gobierno galo– a solicitar su prohibición. En realidad, la misandria desplegada por Harmange en este panfleto no es novedosa. Mucho antes que ella, Valerie Solanas –célebre por haber disparado a Andy Warhol en su estudio neoyorquino– publicó el denominado “SCUM Manifesto”, cuyo subtítulo no dejaba lugar alguno a la duda: “Sociedad para la eliminación de los hombres”. Solanas se refería al macho como un “accidente biológico” y como “una mujer inacabada, un aborto andante en estado de gen”. “Ser macho –afirmaba– es ser deficiente, emocionalmente limitado; la masculinidad es un error orgánico y los hombres son lisiados emocionales”.
Este eslabón de la genealogía feminista representado por Solanas es, evidentemente, el que sirve de referencia a alguien como Pauline Harmange, cuya defensa del odio al varón la sitúa fuera de las corrientes más mayoritarias del feminismo internacional. De hecho, uno de los argumentos sostenidos con mayor firmeza por el feminismo es que, entre sus objetivos, no está ni el desprecio ni la criminalización del hombre, sino el final de sus privilegios. La diferencia que las feministas realizan entre el hombre y el machismo/patriarcado es crucial para entender cómo lo que persigue el movimiento no es el odio al sexo masculino, sino la destrucción de una estructura de intereses que discrimina a la mujer. Desde este punto de vista, el libro de Harmange, en su ataque expreso al hombre, desbarata toda la sutileza analítica feminista y ensalza el desprecio al varón como el único y principal modo de posibilitar una nueva era de la mujer.
Es indudable que textos como “Odio a los hombres” solo aportan munición a quienes consideran al feminismo como una corriente aberrante que busca principalmente la criminalización del hombre. Podrá objetarse que son muchos los textos que, a lo largo de la historia, se han distinguido por una destilada misoginia. Y es cierto. Pero nos encontramos en un periodo de la humanidad en el que ni la misandria ni la misoginia se entienden como claves intelectuales legítimas en la defensa de ninguna causa. Si convenimos en que de lo que se trata es de no perder derechos, sino privilegios, un libelo como éste no tiene sentido alguno más allá de la simple y estúpida provocación. El feminismo ha escrito muchas páginas inolvidables y emocionantes como para que ejercicios de rencor como el de Harmange puedan desvirtuarlo y ensuciarlo.