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Cultura

5 poemas inolvidables de Pablo Neruda

Hoy se cumplen 47 años de la muerte del poeta más importante de la lírica hispanoamericana del siglo XX

Pablo Neruda
Pablo Nerudalarazon

“El más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”. Así habló Gabriel García Márquez de Pablo Neruda. También Harold Bloom señaló que “ningún poeta del hemisferio occidental de nuestro siglo admite comparación con él”. El poeta y político chileno, Pablo Neruda, fue Premio Nobel de Literatura en 1971, consagrándose a través de su amplia obra como la máxima figura de la lírica hispanoamericana del siglo XX. Hoy se recuerda, de nuevo, su figura, al cumplirse 47 años desde su muerte, en Santiago de Chile. Con motivo de homenaje, destacamos 5 poemas inolvidables del escritor siendo conscientes, por supuesto, de la difícil elección ante tal amplitud de obras maestras.

Del libro “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” (1924) de Neruda, cabe destacar numerosos poemas. En este caso, el número XV. Profundiza en la contemplación del amor en silencio, en la fusión entre la naturaleza y la pasión, admirando la belleza de ambas y el temor a perderlas.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

Asimismo, del libro mencionado, no pasa desapercibido el Poema 1: “Cuerpo de mujer”. Representa la soledad, la entrega corporal, la intimidad y, de nuevo, la conexión entre la naturaleza y el amor.

Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.
Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros
y en mí la noche entraba su invasión poderosa.
Para sobrevivirme te forjé como un arma,
como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.
Pero cae la hora de la venganza, y te amo.
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia!
Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!
Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia.
Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso!
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito.

En “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, Neruda expresa en otra pieza la ambigüedad del amor, el dolor y su magia. En el número 20, explora la melancolía, a la vez que identifica sus sentimientos con el misterio del universo.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos
árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis
brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

En cuanto al poema XII, el foco se centra en el amor, de nuevo, pero más concretamente en su fugacidad. El autor se da cuenta de que, aún ansiado por poseer el amor de otra persona, ésta no le pertenece. Y concluye que las personas cambian y, por tanto, también los sentimientos.

Para mi corazón basta tu pecho,
para tu libertad bastan mis alas.
Desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre tu alma.
Es en ti la ilusión de cada día.
Llegas como el rocío a las corolas.
Socavas el horizonte con tu ausencia.
Eternamente en fuga como la ola.
He dicho que cantabas en el viento
como los pinos y como los mástiles.
Como ellos eres alta y taciturna.
Y entristeces de pronto, como un viaje.
Acogedora como un viejo camino.
Te pueblan ecos y voces nostálgicas.
Yo desperté y a veces emigran y huyen
pájaros que dormían en tu alma.

Por último, una dedicatoria del poeta chileno a España. El escritor vivió en nuestro país con tal intensidad que acabó plasmando sus experiencias en “España en el corazón”. En el caso del siguiente poema, Neruda se refiere a los bombardeos que sufrió Madrid durante la Guerra Civil.

Madrid sola y solemne, julio te sorprendió con tu alegría
de panal pobre: clara era tu calle,
claro era tu sueno.
Un hipo negro
de generales, una ola
de sotanas rabiosas
rompió entre tus rodillas
sus cenagales aguas, sus ríos de gargajo.
Con los ojos heridos todavía de sueño,
con escopeta y piedras, Madrid, recién herida,
te defendiste. Corrías
por las calles
dejando estelas de tu santa sangre,
reuniendo y llamando con una voz de océano,
con un rostro cambiado para siempre
por la luz de la sangre, como una vengadora
montaña, como una silbante
estrella de cuchillos.
Cuando en los tenebrosos cuarteles, cuando en las sacristías
de la traición entró tu espada ardiendo,
no hubo sino silencio de amanecer, no hubo
sino tu paso de banderas,
y una honorable gota de sangre en tu sonrisa.