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Música

Johann Strauss hijo: el hombre que hiso bailar al mundo

Strauss escribió el sonido de lo efímero, pero sigue vivo cada vez que una orquesta toca su música. Dos siglos después, seguimos escuchándolo y bailándolo

Un retrato de Johann Strauss II
Un retrato de Johann Strauss IILa Razón

No es fácil escribir sobre alguien que, dos siglos después de su nacimiento (25 de octubre de 1825), sigue haciendo bailar al mundo. Johann Strauss hijo no sólo compuso música: creó un modo de vivirla, de entender la alegría como arte. Hablar de Strauss hijo es hablar de una dinastía, pero también de una rebelión. Su padre, del mismo nombre, era ya un músico reputado, autor de marchas y polcas veneradas en los salones imperiales. Al joven Johann, su progenitor le prohibió seguir la senda musical: quería para él una profesión “respetable”. Pero el hijo, obstinado, aprendió violín y composición a escondidas. La música pudo más que la autoridad paterna. Con apenas diecinueve años, en 1844, formó su propia orquesta y debutó en el Casino Dommayer, entusiasmando al público de los salones vieneses

Aquella noche cambió la música de Europa. De pronto, los bailes imperiales dejaron de ser asunto exclusivo de uniformes y damas de guantes blancos. Strauss hijo aportó una sonrisa al compás. Viena quedó dividida entre los partidarios del padre -más solemnes y casi militares-, y los del hijo, seducidos por aquel aire joven y risueño. El vals, hasta entonces una humilde danza campesina, se transformó en un símbolo de refinamiento universal. Su padre compondría cuatro años después la célebre “Marcha Radetzky” en homenaje al mariscal de campo Josef Wenzel Radetzky tras su victoria en la batalla de Custozza del 25 de julio de 1848, apoyando al sector conservador frente a su hijo, que apoyaba al liberal.

Las décadas siguientes fueron un torbellino: giras por Inglaterra, donde actuó junto a su primera esposa, Hetty Treffz, aclamaciones en Rusia y América, audiencias imperiales y aplausos multitudinarios. Pero nada empañó su instinto popular. Su música contenía lo que la propia Viena aspiraba a ser: el punto de encuentro entre la precisión alemana y la efusividad latina. El “Danubio Azul”, estrenado en 1867, resumió todo eso. Aquella partitura, escrita casi como himno para una Viena herida tras la derrota austríaca en Sadowa, se convirtió en bálsamo colectivo. Cada acorde parecía decir: “la vida continúa, sigamos bailando”. Dos siglos después, sigue siendo el vals más famoso de la historia.

Pero Strauss hijo no se conformó con sus valses: “Voces de primavera”, “Historias de los bosques de Viena”, “El vals del emperador”…. También quiso dominar la escena teatral, y lo consiguió. Obras como “El murciélago” (1874) o “El barón gitano” (1885) popularizaron un género nuevo: la opereta vienesa, espejo burlón y festivo de la sociedad burguesa. Bajo sus risas y brindis, late siempre la sutileza. Quizá por eso sus obras han resistido el paso de los siglos sin perder frescura; tras el cristal del humor, hay profundidad humana.

Su influencia fue -y sigue siendo- inmensa. Gustav Mahler, al dirigir sus valses, decía que “en Strauss hay más verdad sobre el alma vienesa que en muchos tratados de historia”. Richard Strauss (sin parentesco, pero sí afinidad espiritual) lo consideraba un poeta del ritmo. Ravel, cuando compuso “La Valse”, confesó que lo hizo como homenaje a “una civilización que bailó al borde del abismo”. Incluso los modernistas de la Segunda Escuela de Viena, Schönberg, Berg o Webern, lo admiraron hasta el punto de transcribir algunos de sus valses para cuarteto de cuerda.

Viena celebró su bicentenario como exigía la ocasión: ciclos integrales de sus valses en el Musikverein, reposiciones de “El murciélago” en el Theater an der Wien, el Museo de la Ciudad abrió una muestra titulada “Strauss 200: Viena eterna” con manuscritos originales, objetos personales y el célebre violín con el que dirigía su orquesta en las giras por Rusia. Hasta el tradicional Concierto de Año Nuevo tuvo nueve piezas suyas bajo la dirección de Riccardo Muti. Entre los actos más singulares figura el “Waltz into Space”, un proyecto que envió al espacio los acordes del "Danubio azul" desde la estación de la ESA en Cebreros (España). Strauss, literalmente, sonó entre las estrellas. En España la Strauss Festival Orchestra recorrió varias ciudades.

¿Qué poder misterioso tiene su música que aún parece hablar al presente? Tal vez porque aportó una sensación de belleza que se desvanece en cuanto termina. Strauss escribió el sonido de lo efímero, pero sigue vivo cada vez que una orquesta toca su música. Dos siglos después, seguimos escuchándolo y bailándolo. En un mundo a menudo hosco y acelerado, Johann Strauss hijo no sólo fue el Rey del Vals; fue, y sigue siendo, el compositor de la felicidad.