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¿Por qué Sofia Coppola ha estrenado película y no se ha enterado (casi) nadie?

La realizadora, responsable de “Lost in translation” y “Las vírgenes suicidas”, vuelve a la carga con “On the rocks”, estrenada de manera exclusiva en Apple TV plus
CortesíaEFE
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Eso que hemos convenido en acotar como relevancia, pero que abarca desde el número de visionados o suscriptores, hasta los “me gusta” y las conversaciones de bar que pueda protagonizar, se ha convertido en el único instrumento de medida para hablar del éxito de una película. Atrás quedan los tiempos en los que los críticos podían adelantarnos sus impresiones desde los festivales más importantes del mundo y aquellos cuando la taquilla realmente era un indicador útil del impacto de un filme. No sabemos si el sistema de toda la vida volverá, pero en el entretiempo nos tenemos que conformar con ese “engagement” del que se habla desde los departamentos de mercadotecnia y que vuelve locos a los popes de Hollywood.
Este fin de semana, en concreto el 23 de octubre, Sofía Coppola estrenó en todo el mundo “On the rocks”, su último trabajo desde la dirección protagonizado por Rashida Jones (“The Office”), Bill Murray y Marlon Wayans (“Scary Movie”). Sin apenas cines en los que poder hacerlo, la película vio la luz en Apple TV plus, la plataforma digital del gigante de la informática que en España está disponible por 4,99€ al mes y una prueba gratuita de 7 días. Para sorpresa de muchos, la película ha pasado prácticamente inadvertida en las redes más allá de Estados Unidos y las búsquedas en Internet solo nos devuelven su impacto en publicaciones especializadas de cine.
¿Cómo es posible que una directora y guionista, ganadora del Oscar, pase casi desapercibida cuando estrena su primera película desde hace más de 3 años? Quizá la explicación más obvia venga del número de suscriptores con el que cuenta la plataforma en la que se ha estrenado. Según sus propias estimaciones, Apple TV+ tiene algo más de 33 millones de usuarios de pago en todo el mundo. Esta cifra que, aunque arrolladora, se empequeñece frente a los casi 200 de Netflix o los 150 largos de Amazon Prime Video. No te van a ver si no te pueden ver.
Otra de las razones puede ser lo tibia que ha sido recibida entre quienes la pudieron disfrutar antes de la “segunda ola”. En su premiere mundial, en el Festival de Cine de Nueva York (NYFF), críticos como Stephen Whitty del Screendaily la describían como un “peso pluma” de la filmografía de Coppola “llena de azúcar y humor ligero”. En The Hollywood Reporter, David Rooney escribía: “Lo único que mantiene en pie la ilusión privilegiada y molesta de la película es su propia base como experiencia vivida y no material”.
Más allá de las opiniones concretas, lo cierto es que “On the rocks” parece predeterminada a tomar el camino que marca la mayoría de estrenos directos de Netflix. Esto es, un fin de semana de aparente ruido (aquí ni eso), seguido de la irrelevancia más absoluta y, si hay suerte, un ejército de acólitos que la recupere pasados unos años y señale sus virtudes como si se tratara de una nueva piedra de Rosetta. En el otro lado están producciones como la “Borat: la secuela” de Amazon Prime Video que, a través de una campaña publicitaria millonaria y varios “happenings” del cómico y María Bakalova, han conseguido que el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, llegue a comentarla. La de Sacha Baron Cohen es, eso sí, una gran excepción en un mundo del “streaming" en el que la inmediatez no es que sea mucho, es que lo es todo.

“On the rocks”, inconsistencia privilegiada

Enfrentarse a un trabajo de Sofia Coppola es un proceso que se ha vuelto mecánico. Primero hay que localizar el género, ya que la directora siente el deseo de saltar de uno a otro sin despedirse del anterior y dejando descolocado hasta al mejor informado. En “On the rocks”, lo primero que llama la atención es ver al nuevo de Marlon Wayans saliéndose de su registro histriónico para hacer de “nerd”. Lo siguiente, es sentir el paso del tiempo en la cadencia al hablar de Bill Murray, que parece interpretarse a sí mismo pero cuentan las malas lenguas que en su mujeriega figura paterna hay mucho de Francis Ford Coppola. Y lo último, para cuando uno ya está situado en este universo del Upper West Side en el que todo el mundo podría jugar al pádel en su salón lleno de pegatinas en favor de Bernie Sanders, es compadecerse del personaje de una Rashida Jones a la que, en la crisis de la mediana edad, le ha dado por proyectar sus inseguridades. Así es como su padre la convence de seguir a su marido porque ambos creen que le es infiel. El “road trip” urbano y contenido de Coppola es una sucesión de escenas que oscilan entre lo teatral y lo “tiktokiano”, como si Woody Allen se metiera a hacer episodios para la extinta Quibi. Cada escena parece la repetición de la anterior, con diálogos como improvisados e inconsistentes que en lugar de destilar naturalidad rozan el realismo más pacato. Al final, la resolución queda como una explosión rancia, como un sketch sin remate y en estructura circular, devolviéndonos al mismo lugar de insignificancia en el que la autora nos situaba al principio. Todo esto para qué.

Matías G. Rebolledo