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Una cita de Dios y el Diablo en el Pórtico de la Gloria

Pedro González-Trevijano publica su primera obra de teatro, “Adonay y Belial”, un duelo dialéctico entre el bien y el mal

Pedro González-Trevijano, presidente del Tribunal Constitucional
Pedro González-Trevijano, presidente del Tribunal ConstitucionalALEJANDRO OLEAla razon

¿Se imaginan a Dios (Adonay) y al Diablo (Belial) pasando un fin de semana, como dos turistas en Santiago de Compostela? ¿Cuál sería su relación y comportamiento? ¿De qué hablarían? ¿Tendrían una confrontación agria y encendida, o actuarían como dos allegados compañeros de fatigas que ven transcurrir, como un longevo matrimonio, su existencia paralela?“Adonay y Belial. Una velada en familia” (Éride) es la primera obra de teatro de Pedro González-Trevijano, un duelo dialéctico desenfadado que desgrana tanto sus experiencias, como su compleja interrelación con el hombre, convertido éste desde el primer momento en el centro del debate.

González-Trevijano, que ha escrito libros sobre todo de tipo jurídico, pero también de pintura o de reflexiones cercanas al aforismo, se adentra ahora en un terreno más literario. “Nunca he creído en la hiperespecialización, ni entiendo que por dedicarte a una actividad profesional, otras facetas intelectuales estén vedadas -explica-. Desde hace mucho tiempo tenía el reto de escribir una obra de teatro (puedo decir 30 años). Leí mucho en la juventud y asistía a representaciones con frecuencia porque siempre he pensado que las dos grandes manifestaciones de la literatura son la poesía y el teatro. Creo que en el teatro clásico, que es lo que más me gusta, se han ido fijando las grandes reflexiones intelectuales del hombre”.

Y prosigue: “La idea se me ocurrió hace tiempo y me pareció original, esa especie de dueto entre Dios y el Diablo, que busca una excusa y aprovecha un viaje Adonay a Santiago para ver la restauración del Pórtico de la Gloria. Allí se echan en cara, unas veces de forma divertida y otras más agria y con momentos tensos, una relación de dos compañeros mal allegados que después de muchos años, se soportan uno al otro”.

El bien y el mal

Según González-Trevijano, “la obra tiene dos lecturas, una más ligera distendida y otra más trascendental o profunda, que es la eterna problemática del bien y del mal. Adonay como representante del bien y Belial del mal y todo centrado en el papel del hombre en el mundo y su relación con Dios”, matiza. A lo largo de la historia, desde el Antiguo Testamento, “el hombre es capaz de subir por encima de la situación de Dios y del Diablo, que aquí aparecen como una construcción del hombre para enfrentar su existencia durante miles de años”.

Para ello, el autor hace un despliegue cultural desbordante, da un repaso a la cultura occidental a través de personajes históricos y autores como Voltaire, Kant, Darwin, Freud, Pirandello, Marx o el marqués de Sade, así como a la música, el cine o la pintura. “Son los autores que a mí más me han marcado, los que de alguna forma han forjado el pensamiento moderno –explica-. En el fondo, el libro es un repaso culto sobre la presencia del hombre en el mundo, su papel y su relación con Dios y con el diablo o su referencia con el bien o el mal. Las cosas cambian a lo largo de la historia, primero fueron dioses griegos, luego los romanos, después Adonay y Belial, Dios y, finalmente, en un mundo tan secularizado y descreído, aparecen dos personajes que reclaman su dominio en el mundo actual, el agnosticismo y el ateísmo y se vislumbra para el futuro otros dos que llegan después y los acabarán sustituyendo, el indiferentismo y el relativismo, un paso más allá donde uno no llega a plantearse nada trascendente. Y todo esto -aclara- contado de forma secularizada, “irreverente” pero no irrespetuosa y con sentido del humor”, afirma.

Porque, a pesar de esto, el autor asegura que “no es un libro religioso, sino un entretenimiento intelectual o literario, en el que ni siquiera quise poner expresamente el nombre de Dios y el Diablo en el título, ni el de Yahvé o Jehová, preferí un nombre más antiguo como Adonay, más arcaico y confuso. No la escribí con pretensiones de hacer un tratado de filosofía, ni de teología, ni de moral, ni se me ocurrió nunca ni tengo formación para hacerlo”, asegura. Pero lo que sí le gustaría, es verla representada. “En el fondo, ese es el anhelo de todo autor. Primero quieres escribirla, luego que te la editen y, por último, verla sobre las tablas del escenario”, concluye.