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El académico que rescató las cartas eróticas de Galdós a Pardo Bazán

Agustín González de Amezúa fue el hombre que salvó estas misivas que se creían desaparecidas

Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán
Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo BazánLa RazónLa Razón

Hace unas semanas, Yolanda Arencibia, autora de «Galdós. Una biografía», libro galardonado este año con el Premio Comillas, se paseaba por los pasillos de la Real Academia Española. Allí tomó una fotografía del retrato de Agustín González de Amezúa y Mayo, quien había sido académico de número de esa docta casa desde el 24 de febrero de 1929. Tesorero de la institución, falleció en Madrid el 10 de junio de 1956. A Arencibia, según explica a este diario, le interesaba tener la imagen del hombre que había salvado la correspondencia de Benito Pérez Galdós con Emilia Pardo Bazán. El pasado viernes, el librero Guillermo Blázquez explicaba a la Cadena Ser que él había tenido las muy buscadas cartas del autor de «Fortunata y Jacinta» a la escritora gallega, que podrían ser unas setenta u ochenta misivas y que eran propiedad de los herederos de un académico ya fallecido. Se trataba de Agustín González de Amezúa y Mayo.

Su pasión siempre fueron los libros y los manuscritos, logrando reunir una importante colección de materiales bibliófilos. Una parte de este fondo procedía de su tío, el escritor, periodista y político Ramón Nocedal, de quien heredó su rica biblioteca.

Retrato de Agustín González de Amezúa
Retrato de Agustín González de AmezúaRAE

Algunos de los documentos que pudo reunir González de Amezúa a lo largo de su vida fueron generosamente donados por nuestro protagonista a la Real Academia. Además de una copiosa colección de manuscritos de Marcelino Menéndez y Pelayo, de quien se consideraba su discípulo, el académico bibliófilo también donó un conjunto formado por, como dice en su testamento, una correspondencia amorosa de «una célebre escritora con otro famoso novelista». Son 38 misivas dirigidas por Emilia Pardo Bazán a Benito Pérez Galdós.

Pero González de Amezúa no lo donó todo a la casa que tanto quería y a la que dedicó numerosos esfuerzos. Por sus manos habrían pasado las cartas de Galdós a Pardo Bazán, algo de lo que puede ser que encontremos información en las memorias del académico tituladas significativamente «Epistolario amoroso». Por desgracia, este documento, depositado en la RAE, no puede consultarse en la actualidad. Hay que esperar todavía hasta 2026 para poder consultar esta autobiografía.

Asesinados por los republicanos

Tanto Yolanda Arencibia como Francisco Cánovas, autor de «Benito Pérez Galdós: Vida, obra y compromiso», coinciden, en declaraciones a LA RAZÓN, con la posibilidad de que las cartas ahora tan buscadas probablemente, a la luz de las revelaciones de Guillermo Blázquez, no desaparecieron en el Pazo de Meirás. Hay una hipótesis interesante en este sentido. El hijo y el nieto de Emilia Pardo Bazán fueron asesinados en el mes de agosto de 1936 en Madrid, durante los primeros días de la Guerra Civil, por republicanos tras haber sido conducidos a una checa. La casa de Jaime Quiroga y Pardo Bazán, como así se llamaba el heredero de la escritora, quedó abierta y es muy probable que se produjeran saqueos. En este sentido, Francisco Cánovas recuerda que desaparecieron materiales del domicilio del heredero de la escritora. «No se puede olvidar que hay mucho ladrón de guante blanco en un mercado como el de la bibliofilia», apunta Cánovas, quien cree que una copia de estas cartas, si aparecen públicamente, debería ser depositada en una institución pública como la Biblioteca Nacional.

Personas consultadas por este diario apuntan que un conjunto epistolar de Galdós, formado por unas ochenta cartas, alguna de ellas de más de una cuartilla, podría tener en el mercado un valor cercano a los 300.000 euros. Por otra parte, al tratarse de documentos de más de cien años, es casi seguro que el Estado lo declararía bien inexportable, evitando así su venta fuera de España.

«En cuanto yo te coja, no queda rastro del gran hombre»

Guillermo Blázquez recuerda que las cartas que leyó eran muy subidas de tono, algo que puede ser el motivo para que sus actuales propietarios no quieran que vean hoy la luz. Sí recuerda que en una Galdós decía «estoy deseando volver a verte para comerte los pechos». Las de Pardo Bazán, editadas por Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández en «Miquiño mío», no se quedan atrás: «En cuanto yo te coja, no queda rastro del gran hombre» o «Ratoncito: tu rata está aquí», escribe doña Emilia.