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Tomás García Yebra: «Delibes representa la sencillez»

El escritor de raíz abulense evoca en su último libro al autor de «Los santos inocentes», que considera «un narrador nato»
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  • Periodista en activo ya en 1989. Desde entonces ha vivido los estertores del tipómetro, el alba de internet y tecleado aquí y allá hasta llegar a La Razón en 2007. Nada como la prensa local para manejar este oficio. Allí la multitarea, y de un tiempo a esta parte más política que otra cosa.

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Tomás García Yebra (Madrid, 1956), ha hecho más de cuatrocientas entrevistas en su trayectoria como periodista. Novelista y profesor vocacional, hace diez años se prejubiló, montó una peculiar librería-museo en Las Navas del Marqués (Ávila), el pueblo de su familia, y alterna desde entonces la sierra abulense con los talleres de escritura creativa que imparte en la capital. De entre aquellos cuestionarios como el que hoy aborda como protagonista, hubo unos cuantos que compartió con Miguel Delibes (1920-2010), que ha cumplido centenario este infausto 2020 marcado por la pandemia. Una efemérides diluida por la plaga que Tomás ha querido recordar con «En busca de Miguel Delibes» (Eneida), inspirado en la vallisoletana Urueña, la única Villa del Libro que hay en España, símbolo del campo castellano y escenario ideal para entender al novelista.
«Tengo que escribir un libro sobre usted», recuerda que le advirtió en una ocasión. «Me sonrió y no me dijo nada, con ese toque muy castellano, muy irónico, con puntos de sarcasmo». El trato de García Yebra con el autor de «Los Santos inocentes» fue «poco a poco», con un comienzo «nefasto» cuando fue «de periodista agresivo e intrépido» al hacerle su primera entrevista y le preguntó cómo dejó que destrozaran la versión cinematográfica de «La sombra del ciprés es alargada». A Delibes le sentó muy mal. «Eso hay que hacerlo al final, cuando te tienes ganado al personaje», asegura el hoy interrogado. En los siguientes encuentros «fuimos a más hasta el punto de que me mandaba sus libros dedicados» y se carteaban «con alguna frecuencia».
La devoción de Tomás García Yebra por Miguel Delibes nace de «muchísimo respeto y una gran admiración», sobre todo «desde el punto de vista humano y literario. Para mí es un espejo, porque representa la sencillez. Les digo a mis alumnos que eso es lo más difícil de conseguir en todos los ámbitos. No quiere decir que sea elemental ni pobre. Cuanto menos es más. Con el menor número de palabras expresar de una forma plástica, como hacía Delibes, el mayor número de significados posibles. Es una escritura estéticamente bellísima que encima te dice cosas, es el puro arte».
Respecto a la persona, dice de Delibes que «tiene valores como la honra, la fidelidad, la integridad. Es un espejo en el que te miras y te gustaría reconocerte. Está lleno de virtudes. ¿Defectos? Claro, era humano. Maniático, al final de su vida era huraño».
En el libro hay un recuerdo sobre un «fan» al que Miguel Delibes despacha rápido, porque «rehuía la fama». Rememora Tomás a propósito de ello una anécdota con Gabriel García Márquez durante un encuentro en Sevilla, cuando el premio Nobel le confesó: «Odio “Cien años de soledad”». Y es que «la fama le pesaba de manera abrumadora. “No lo supe asimilar”», decía, «tal fue la avalancha».
Acerca de la forma de escribir, Gonzalo Torrente Ballester dijo en una ocasión que «el mejor estilo literario es el que no se nota». El abulense de adopción está de acuerdo. «Es lo que dice Umbral de Delibes. Es un escritor que se nota pero no se ve. Es como la cocina. Si estás paladeando una fabada no sabes qué hay detrás de la receta. Escribo como hablo, ojo, que hay mucho trabajo detrás. Delibes es un narrador nato. No hace literatura siendo muy literario. Es complicado que haya vida y no se interponga la literatura. En Cela, en Umbral, en Gómez de la Serna hay más literatura que vida. En Delibes confluyen la obra y la persona». El abulense por su parte recomienda «escribir a borbotones e ir perfilando, sin ser artificial, y pulir luego las distintas versiones».
La elección de Urueña como escenario principal del libro «no es casualidad». Delibes «iba a cazar allí, a los Montes Torozos, Urueña es toda Castilla». García Yebra decide ir e inspirarse para rendir su homenaje. «Quería resaltar, igual que cuando enseño, que lo importante no es qué cuentas sino cómo lo cuentas. Son pocas cosas: las pasiones, la venganza, el amor... Cuéntame lo mismo pero no me aburras. Me pregunté qué podía escribir sobre Delibes cuando se ha escrito tanto sobre él. Había que hacer algo que me llenara, me gustara y que fuera distinto: un libro de viajes. Me sitúo en Urueña en tres periodos distintos y de allí salto a Ávila, Valladolid...».
Su primer contacto con la villa vallisoletana tiene que ver con aquello que decía Teófilo Gautier: «Me encanta ir a los sitios para ver si coinciden con lo que he escrito”». Porque el autor no conocía Urueña. «En los años noventa tenía una sección en la que Percy Hopewell –un alter ego en forma de excéntrico escritor inglés– viaja por toda España», y «la mayoría» de esos viajes los hizo realmente. Se le ocurre Urueña «cuando se instala allí el folclorista Joaquín Díaz, a quien Percy hace una entrevista imaginaria» que sorprendió gratamente al protagonista. A raíz de ahí se hicieron amigos y García Yebra fue a conocer el pueblo «de verdad». «Me encantó, me fui enamorando y lo fui sacando ocasionalmente, por ejemplo cuando se creó el proyecto de la Villa del Libro».
«Es un sitio mágico, y si empiezas a conocer al paisanaje, todos tienen su punto, es todo muy atractivo», asegura. Solo le queda Amancio Prada, pero muchos de sus convecinos desfilan por la obra aportando su visión de la vida desde el adarve de la centenaria muralla de Urueña.
En sus calles se permite García Yebra la ficción, cuando coinciden Larra –un anacronismo que usó también en «Los crímenes del Museo del Prado»– y personajes de Miguel Delibes como el Nini («Las ratas»), Cecilio Rubes («Mi idolatrado hijo Sisí») o el viejo Eloy («La hoja roja»).
Ese Mariano José de Larra «filósofo» es de lo mejor del libro. Cuando invitaron a García Yebra a participar en una conferencia en el Ateneo de Madrid sobre «Fígaro» se le ocurrió que «lo haría trayéndole al siglo XX para saber su opinión sobre la actualidad». «Con el estilo ácido» de Larra, aquel auditorio «se partía de risa». Y ahí pensó que «rescataría al escritor para que empezara a largar de todo».

«Me quedo con el comentario directo»

Tomás García Yebra se llevó a Urueña el María Moliner y otros libros de consulta para escribir su libro. Es un recurso en parte cierto, porque aunque aconseja «mucho» la voluminosa obra de la filóloga aragonesa y «sabemos que está todo en internet», el autor no se lleva demasiado bien con las nuevas tecnologías. «Me dicen que es puro esnobismo. Cada uno tiene su ritmo de vida, pero creo que el WhatsApp es una pérdida de tiempo, y si estás en grupos tienes que ser participativo. Tiene muchas ventajas, sí, y es útil en muchas facetas», dice, pero lo cierto es que su móvil no tiene acceso a la red. García Yebra no usa Twitter y su cuenta de Facebook está ahora mismo inutilizada por haber olvidado la contraseña. «A mí lo que me divierte es escribir. Me acuerdo con “Desmontando a Cela” llamando a todas las librerías para ver si habían recibido el libro. Ahora, cuando ya no necesitas demostrar nada a nadie ni a ti mismo, me da una paz... No es que me dé igual que venda más o menos, porque mentiría, y si me hago millonario, mejor, pero me quedo con el comentario directo, esa calidez, con un correo de Adolfo Delibes felicitándome, más que con 100.000 “me gusta”».
Confiesa el escritor madrileño que se ha divertido «mucho» con este libro, «pero escribir es una especie de placer-desasosiego, porque estás siempre rumiando las ideas, hasta que las ves plasmadas, nunca te quedas conforme y le das una vuelta».
Justo lo contrario de la inmediatez del periodismo, profesión que Tomás García Yebra dice no echar de menos. «Veo a mi hijo, que está empezando, y le entusiasma, es un periodista de raza, pero ahora exigen casi una exclusiva diaria. A mí no me gusta la actualidad, la rechazo visceralmente», afirma. «Me gusta ver las cosas con perspectiva, y aguanté veinte años no sé cómo».
Su «gran vocación» es la enseñanza, pero «tampoco vas a renegar, el periodismo me ha proporcionado grandísimas satisfacciones, porque he estado siempre en una sección como Cultura, muy divertida, muy entretenida, conoces a mucha gente... A lo mejor sin eso no hubiera escrito los libros que he escrito. Estoy muy agradecido al periodismo pero no tengo la vocación, soy más profesor y escritor. Pero te das cuenta tarde», apostilla.
Reniega de «la trinchera en política y en periodismo», porque «es todo tan visceral que al final no te crees nada». Delibes «votaba a distintos partidos políticos, lo que me parece más coherente que estar adscrito a unas siglas». Y más hoy, cuando en su opinión «tenemos la peor generación de políticos de la Historia».
Es inevitable recordar al Miguel Delibes periodista. «Era tan libre, como me han dicho sus hijos, que era imposible que fuera un buen director de periódico hoy día, le habrían echado. De hecho empezó a dar caña al campo castellano y Fraga le dio un par de toques. Finalmente le hicieron dimitir».
Asegura García Yebra que «cada vez» lee un periódico, «y en la radio igual, cambio de emisora. Pero la gente quiere oír lo que ya sabe, cuando lo divertido es que te cuenten otra cosa y te hagan dudar. Le da mucho miedo, porque quiere mantenerse y aferrarse a sus ideas, y que se las corroboren. O sea, la libertad a la gente le da miedo en el fondo. Es rebaño, necesita el refugio de la masa».

Historia secreta de Las Navas

Cuando García Yebra montó su propia librería en el Barrio de la Estación de Las Navas, Joaquín Díaz le proporcionó material de su Fundación para ponerlo a la venta. “Esto me huele a Urueña”, le dicen cuando entran en “Historia secreta de Las Navas del Marqués”, un museo, una tienda de libros y hasta un divertimento con esa maqueta donde el propio autor muta en jefe de estación y pone en marcha el tren. Para asombro del visitante, aquello es un espectáculo incluso si mira hacia el techo. Tomás destaca “que sea un punto de encuentro, un contenedor donde aparece gente que si no, no la conoces de otra forma”.