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Un año sin José Luis Cuerda, que no es poco

Pensábamos que lo del cineasta era surrealismo y luego nos enteramos que tras su muerte se venía un mundo mucho más irreal que el de sus películas
david herranzFestival Ja! Bilbao

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En 1997, José Luis Cuerda escribía sobre la televisión: «El mayor espectáculo del mundo», aseguraba del «circo de los sentimientos en nueve pistas, con sus fieras, sus payasos, sus caballistas, sus trapecistas, sus contorsionistas». Eran tiempos de «La sonrisa del pelícano», de «Tómbola», de «El semáforo», de «Crónicas marcianas»... «Pasen señores, vean sentimientos», continuaba.
¿Pero, qué eran los sentimientos para el ideólogo de «Amanece, que no es poco» (1988)? Pues algo difuso, «ni siquiera son lo que son». Así que, en su imaginario, mucho menos iban a ser lo que parecían, porque «todas las expresiones sentimentales son la apariencia de un sentimiento». Sobre todo, en la caja tonta, pero también en el cine, donde comenzó una batalla por vencer a la «infección sentimental». «Nadie sabrá nunca las auténticas razones –aunque pueda llegar a sospechas fundadas– por las que se les conmueven los adentros a los demás y conseguirá saber con dificultad y trabajo por qué se ablandan las propias mollas del corazón».
Además, muertos Shakespeare y Cervantes, cualquier otro apunte es solo una pantomima: «Puede ser cierto que ya no haga falta que nadie nos cuente nada, que ninguno contemos nada. Como mucho conseguiremos matizar, siempre que se haga sin excesivas pretensiones, o glosar con torpeza lo que ellos afirmaron, y dudaron elocuentemente, sobre esa masa compuesta antinatura por el sentir, el pensar y el actuar de los hombres. Pero, de nudo en engrudo, y de mal paso en peor andanza, hemos llegado a estos lodos diarreicos de hogaño que, dicho sea, a tan pocos encocoran».
Son estas reflexiones de Cuerda en la revista «Academia» en el 97 las mismas que ahora recupera Pepitas de Calabaza en un libro doble («Panfletos contra la emoción y el audiovisual») que, por un lado, junta varias peroratas del realizador contra el excesivo sentimentalismo de entonces –a saber qué diría hoy, cuando la «patocracia», la dictadura de la emoción, es la norma–; y, por otro, se introduce una completa «tele-vídeo-filmografía» comentada por el propio homenajeado.
Qué necesarios se hacen en este 2021 tan inesperado, atípico, raro, unos apuntes con su firma. Ese puro disparate en el que hasta era capaz de hacer salir el sol por el oeste. Pensábamos que aquello era «surrealismo» y luego nos enteramos que con 2020 venía un mundo mucho más irreal que el de sus películas. Fue irse Cuerda –mañana se cumple un año–, el último genio surrealista, y, entonces, el surrealismo se adueñó de nuestras vidas.