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“Ejército de los muertos”: Zack Snyder, Las Vegas y los anabolizantes

El mesiánico director de «La liga de la justicia», vuelve al género zombi que le hizo célebre con una fábula de redención paternofilial
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La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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En 2004 el mundo era distinto. Los zombis se trataban de una floritura perdida en la amalgama erótico-festiva y adolescente en la que se había encerrado a sí mismo el género del terror, y Zack Snyder solo era conocido, o ni eso, por sus videoclips musicales para Rod Stewart o Morrisey. El sudor de fajador, eso sí, le granjeó un oficio: dirigir «Amanecer de los muertos», una vuelta a la vida de los no-muertos y un espectáculo a medio camino entre el brutalismo más macarra y el musical mudo que, gracias a un guion de ética en descomposición, devolvía el peso del argumento a los supervivientes. Aquel filme, que puso a Snyder firme en la industria, fue casi tan celebrado como cualquiera del maestro George A. Romero.
Tres lustros después, vuelve al sub-género con una fábula socarrona, con todo el dinero de Netflix, sobre la redención de un padre y la incomprensión de una hija. Una película todavía más alta, todavía más veloz y todavía más fuerte que su primera incursión. Como si los cerebros tuvieran bien de clembuterol, como si las tragaperras hicieran una oda a lo anarco-capitalista y el principal atractivo de hacerse con 20 millones de dólares sea que Hacienda no los puede trazar hacia ti.
Carne podrida en Las Vegas
«Regresé a la primera película y eso me hizo preguntarme por la autoconciencia en el cine. ¿Cuándo una película sabe que es una película? Había que explotar todos los clichés del género», explica el director. Y sigue: «Ahí recordé una de esas ideas que uno da por imposibles hasta que ocurren, que los zombis vinieran del Área 51. Eso nos llevó al desierto de Nevada y, por supuesto, a Las Vegas», expone con ironía. El sueño «perturbado» del realizador, una fantasía musculosa sobre devoradores de carne podrida como custodios de un gran botín en la ciudad del pecado, coloca al actor y luchador profesional Dave Bautista al frente de un grupo de mercenarios dispuestos a todo por abrir una caja fuerte inexpugnable. Por allí también pasan la cómica estadounidense Tig Notaro o la mexicana Ana de la Reguera. Snyder, que en la rueda de Prensa internacional cita entre sus referentes obvios a «Escape del Planeta de los Simios» y «Rescate en Nueva York», explica que la eterna discusión entre el zombi rápido y el lento siempre le ha fascinado: «Vengo de hacer películas de superhéroes, o al menos de héroes, y siempre me ha gustado debatir el género y lo que significa. Por eso quería en esta película intentar transgredir lo que se espera de una de muertos vivientes o, al menos, trasladarla con coherencia a nuestra era», añade.
Si bien los juicios fílmicos sobre cómo el terror y la comedia se dan la mano en «Ejército de los muertos» se hacen evidentes, parece que la revisión no llega al propio Snyder, que tira de todos sus manierismos recargados (profundidad de campo nula, montaje frenético y fotografía solar) y los adorna en un entretenimiento incontestable con clásicos de Elvis o Kenny Rogers: «¿Para qué deconstruir con la música cuando puedes construir directamente? Era como volver a mí mismo», remata antes de citarnos con sus muertos vivientes primero en salas y luego en la plataforma de «streaming» desde el próximo 21 de mayo.

La penitencia de Bautista, el homenaje del director

A nadie se le escapa, y menos aún a los seguidores de la filmografía del director más henchido de sí mismo de Hollywood, que «Ejército de los muertos» es su primera película tras el fallecimiento de su hija adolescente, que le alejó durante casi tres años de cualquier rodaje. Por ello, la penitencia por la que pasa el protagonista para salvar a su familia no puede entenderse sino como una especie de homenaje del director a Autumn, a la que dedicó también el remontaje de «La Liga de la Justicia». Entre vísceras, explosiones y sierras de calar, la carta de amor de Snyder, sin «spoilers», hace que cualquier interpretación tome un nuevo matiz y que de verdad el propio proceso excesivo de la película se entienda como una terapia acelerada y, esperamos todos, reconfortante después de tanta oscuridad.