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“Karen”: el regreso colonial de Christina Rosenvinge

La directora María Pérez Sanz firma un «anti-biopic» de la escritora de “Memorias de África” con los paisajes de Extremadura transformados en la Sabana
BEGIN AGAIN FILMS
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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A Karen Blixen, por aquello del poder de lo icónico, siempre le pondremos la cara de Meryl Streep. La veterana actriz la inmortalizó, de la mano del igual de inmortal Sydney Pollack, en «Memorias de África». Siete Oscar y siete lustros después, la cantante Christina Rosenvinge se vuelve a calzar la indumentaria de colona, a las órdenes de María Pérez Sanz, para trasladarnos de nuevo a la Sabana, aunque en realidad no salgamos de los paisajes rubios de Extremadura: «La película se ha rodado, en parte, en una finca de mi familia, donde yo pasé gran parte de mi infancia. Desde hace mucho tenía como una obsesión, un anhelo por transformarlo en África y contar una historia de colonos», explica la directora sobre «Karen», que llega este viernes 4 de junio a las carteleras españolas.
Al filo del revisionismo histórico
Para sacudirse la iconografía de encima, Pérez Sanz optó por jugar «a la contra» y ofrecer una especie de «anti-biopic» que se apoyase en el filme más conocido, pero solo como referente histórico: «Yo quería hacer un retrato de esos últimos momentos de ella en Kenia y enfocarlo sobre lo íntimo, lo menos narrativo y menos épico», confiesa antes de seguir: «Es una película que habla del destino y del fracaso, de cómo el hundimiento de su plantación de café en África significó en realidad su conversión en escritora».
Así, los agradecidos y casi inauditos por sinceros sesenta minutos de metraje del filme, nos devuelven a una Blixen que, según la directora, «no era una colona cualquiera». Entonces, ¿qué hacemos con la obligada revisión histórica de un personaje que hacía trabajar a personas en régimen de semi-esclavitud? «El tema del colonialismo, y la losa que representa, lo hemos escrito gracias a su relación con Farah, uno de los criados. Causó discusiones entre Christina y yo, porque ella creía que teníamos que cargar un poco más las tintas. Fue ahí cuando empezamos a leer más, y a rescatar a escritores africanos que hicieron una lectura mucho más crítica de la figura de Karen Blixen, y de cómo hablaba de ’'sus’' kikuyu, por ejemplo», explica Pérez Sanz. Y sigue: «Llevado a lo contemporáneo estaríamos hablando claramente de una tirana, pero también es cierto que habría que hablar más de clasismo que de racismo. Sobre todo por su mala relación siempre con los ingleses. Eso en el guion está presente, pero tampoco quería hacer una película ni de tesis ni de discurso de obviedades».
Si hay, pues, «leitmotiv» quizá sea el rostro níveo de una Rosenvinge que no nos abandona casi en ningún plano, desayuna con más elegancia que nadie nunca en la gran pantalla y se subió primero al proyecto para poner la música: «Más allá de su origen danés, que evidentemente era interesante, había un paralelismo de espíritu. Christina ha vivido en una familia similar a la de Karen Blixen, de clase alta, nórdica, de profesiones liberales. Cuando aceptó hacer la banda sonora, y empezamos a leer los guiones, fue cuando me atreví y hubo suerte», confiesa la directora sobre la búsqueda de una protagonista que no aparecía por un largometraje desde 2010 («Circuit»). De hecho, antes de la película de Xavier Ribera, la anterior participación de Rosenvinge en un filme hay que buscarla en 1997, cuando hizo de Alicia para Ray Loriga, en «La pistola de mi hermano». Pérez Sanz, ironiza: «A ver quién es el afortunado que puede contar con ella dentro de diez años, pero en nuestro caso no me imagino a nadie más interpretando el papel. Christina se convirtió en Karen y convirtió también a Karen en sí misma. Ella es la película».
Después de pasar por el Festival de Sevilla, «Karen», Rosenvinge, Pérez Sanz y los parajes extremeños que se quieren romper por safari, y a los que los 16 milímetros de película sientan como una pátina de nostalgia y viveza, llegan a las salas como una propuesta poco convencional pero que, sin embargo, se antojan sin artificio en un tiempo en el que lo natural parece en peligro de extinción.