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Alfredo Castro: “El neoliberalismo intentó aplastar el folclore de los pueblos originarios”

El actor chileno protagoniza “Karnawal”, a las órdenes de Juan Pablo Félix y junto a Martín López Lacci, en una especie de Billy Elliot gaucho y estepario de arrebatadora factura
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La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Para explicar la importancia en Chile de Alfredo Castro (Santiago, 1955), basta con remitirse al plebiscito sobre la nueva Constitución que se está dando el país y cómo su rostro fue uno de los principales reclamos de la campaña de un «apruebo» que arrasó en las urnas. El carisma del actor, versado primero en esas telenovelas de las que cualquiera renegaría cobarde pero él luce cual medallas de guerra, estalla de júbilo venenoso en «Karnawal», la esteparia película del argentino Juan Pablo Félix que se presentó en la tarde de ayer en el Festival de Málaga.
Rodada en la frontera entre Argentina y Bolivia, en ese páramo lleno de porteadoras y camellos eventuales que a veces trafican con cocaína y al día siguiente con arroz y lentejas, el filme cuenta la historia de “Cabra”, una especie de Billy Elliott silente que solo sale de su letargo adolescente cuando practica el malambo, una disciplina casi olvidada del folclore gaucho. Castro interpreta con su manierismo y saber hacer habitual a El Corto, padre de la criatura y ex-presidiario, que sale de la cárcel justo cuando se está celebrando el “Karnawal” (resultado de la mezcla entre el quechua y el español) que da nombre al filme.
La película, que se apoya en la arrebatadora belleza del “zapateado” para ofrecer al espectador un sinfín de imaginería folclórica, es también una reflexión sobre la masculinidad por réplica o, más bien, el desarrollo de la misma en ausencia de una figura paterna si nos remitimos a lo tradicional. El baile es solo una excusa para que los silencios sean la mejor transmisión de la angustia adolescente, en ese “no hablo porque no tengo nada que decir” en el que nadan los chavales de la edad del personaje de Martín López Lacci y que a los demás nos suena a etapa transitoria. No se trata tanto de desafiar lo establecido, aunque también, sino de buscar un punto de apoyo sobre el que generarnos una propia personalidad. En definitiva, el baile como medio y no como fin. Y ahí está precisamente lo brillante del filme, que usa el arte como catalizador de lo subversivo y de “matar” a ese padre, por carismático que sea, que interpreta el gran barón chileno de la actuación.
-¿Qué había en El Corto para que usted dijera que sí a la película?
-Había muchos temas que me son muy interesantes y muy queridos, porque más allá de las biografías de los personajes, me parecía interesante el contexto político. Habla de un mundo que tiende a desaparecer, el de lo campesino, el de lo rural, el de los bailes y las tradiciones. En definitiva, ese del “Karnawal”, que viene del quechua, y que me pareció hermoso. También podríamos hablar ahí de la desaparición de nuestros pueblos originarios, en el norte de Argentina y la frontera con Bolivia, o del tema de las fronteras y del negocio que hay ahí. Además de las mujeres, que trafican mercadería de un lado a otro y esos hombres no se ven, están ausentes, pero controlan lo que ocurre. Es también una reflexión sobre el, la ausencia de la figura paterna, envuelto todo en cómo un muchacho se expresa a través del baile. El baile va contra ese machismo patriarcal y el chico ahí desata su imaginario.
-¿Se podría decir que es una película de capas y relecturas?
-La película tiene una cantidad de capas inmensa y que políticamente me interesan. También habla de cómo el neoliberalismo ha ido intentando borrar de nuestra realidad y cultura esos mundos maravillosos que la pandemia ha devuelto a un primer lugar. De cómo el neoliberalismo intentó aplastar la idiosincrasia de los pueblos originarios. De de decir que hemos sido unas bestias con el mundo, con la tierra, y unos genocidas con unos pueblos a los que deberíamos admirar.
-Es interesante lo del componente racial, porque si uno mira la ficción “mainstream” de Chile y Argentina, está llena de gente blanca. No hay una representación del país real. ¿Por qué cree que sigue ocurriendo en el año en el que estamos?
-Creo que es algo sistemático, que nos ha hecho ir borrando nuestras ascendencias, nuestros antepasados. Es muy lindo en la película la metáfora que se produce gracias al “karnawal”, porque ocurre justo cuando El Corto sale de la cárcel, y son dos días en los que se desentierra al demonio, al diablo, y la gente puede purgar todos sus pecados y sus errores. El Corto lo que realiza es ese viaje del demonio. Me parece interesante entonces lo que plantea Juan Pablo Félix, el director, para que yo, siendo un hombre blanco, con ojos claros llegue a ese mundo donde la madre es morena, de ascendencia étnica, así como el chico, con pertenencia a esos pueblos originarios y ancestrales. Mi personaje es esa especie de machote, delincuente, víctima también del sistema, que viene a reunirse con la familia disgregada, sin cariño, pero que sin embargo es un hombre muy encantador.
-¿Cómo prepara uno el papel de un cretino tan carismático?
-Yo no preparo los papeles, los metabolizo, los paso a mi cuerpo y me visto con ellos, pero son los demás compañeros son los que me ayudan a completar todo. El trabajo siempre tiene que ser colectivo. Y para ayudar, luego está ese territorio, querido. De repente estás a 4.500 metros de altura, en la frontera con Bolivia y ante ti el mundo indígena… Y tú dices “qué demonios hago aquí parado, dónde está mi pertenencia a este mundo que creía olvidado”. Ese mundo que nunca habíamos atendido y siempre estuvo ahí.
-¿Usted conocía la zona geográfica antes del rodaje?
-Nada, nunca había estado ni cerca.
-Son lugares en los que hay casas cada 15 km y aún así hay una sensación de comunidad. ¿Vieron las celebraciones antes de marcharse a rodar? ¿Qué hay de documental?
-Juan Pablo grabó el “karnawal” real primero y luego durante el rodaje recreamos esa celebración… Y es una locura. Yo me perdí en ella, con los bailes, los gritos y las máscaras.
-En los últimos diez años, por acotarlo, algo se está haciendo bien en Chile para que cada año haya dos o tres títulos que trasciendan al mundo. ¿Qué es? ¿Qué está pasando?
-Creo que hay más facilidades para filmar ahora que hace unos años. Creo que lo digital y la industria han crecido de la mano, y eso llegó a Chile a través de una fuerte inversión propia y la creación de CinemaChile, por ejemplo, que ha sido un aporte increíble. Se ha armado un conjunto maravilloso. También IberMedia y la coproducción del mundo iberoamericano. Países como Chile, México o España han abrazado por fin una nueva realidad conjunta y se han unido con coproducciones magníficas que han obligado a la industria americana y europea a venir a nosotros. Han obligado a Netflix y Amazon a vernos, y a plasmar nuestras realidades. Somos territorios que comparten imaginario, compartimos realidades políticas, genocidios, exterminio de pueblos originarios… Compartimos muchas realidades que tenemos que contar y que estamos contando cada vez más. Nos hemos unido en torno a un imaginario común.
-Ya que hablamos de Chile… ¿De verdad está el país preparado para darse esa nueva Constitución?
-Estamos completamente preparados. El pueblo de Chile demostró, y me lo han comentado aquí en Málaga y en varios sitios en los que hemos presentado la película, que se podía dar una lección al mundo. Y pocos lo pueden creer. Que en un año hayamos terminado con esa transición que nunca fue tal, con la dictadura que nunca terminó y que de un día para otro, el pueblo de Chile, con todos los inconvenientes que puso la derecha, es increíble. Eso me tiene feliz, contento y optimista al respecto.
-¿Cómo intentaría que llegara la película a alguien que por su temática o por su “aspecto” general no se acercaría de primeras?
-Pidiéndole que pensara en lo que acaba de pasar hace unas semanas a unos pocos kilómetros de aquí. Cuando un grupo de personas intentó atravesar una frontera que siempre está llena de mujeres porteadoras. No es tan distinto. También le diría a ese espectador que pensara en cuántos bailes originarios de las regiones de España están desapareciendo, cómo el mundo rural en España está desapareciendo. No estoy de acuerdo en que sea un mundo distante. Creo que el neoliberalismo y la supuesta globalización que nos han vendido está haciendo desaparecer todas esas cosas idiosincráticas. Sé que en España es la gente joven la que ha rescatado el flamenco, igual que en Chile con la cueca o en Argentina con el tango. La pandemia nos ha enseñado que hay cosas que no se pueden perder, que hay que intentar conservar a toda costa.
-¿Y cómo se conjuga ese espíritu globalizador, el que permite que una película así llegue a un pueblo mínimo a través de las plataformas y el no perder las salas de cine?
-Yo creo que nunca vamos a perder la experiencia de las salas de cine. Cuando esto pase, creo que viviremos una especie de alza, de remontada en masa. Quizá soy muy optimista. Además, vamos a haber ganado la posibilidad de que un pueblito en cualquier parte de España o de Chile pueda ver en una pantalla cualquier película. Eso es una ganancia se mire como se mire. Espero sí que las autoridades y los políticos sepan, y no se rindan, que hay que construir entonces un cine en ese pequeño pueblito para que la gente vaya y lo pueda ver en pantalla grande.