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Locos por la literatura

Yukio Mishima, en el filo de la katana imperial

Su muerte por Seppuku fue el último episodio de una vida llena de violencia y contradicciones

Yukio Mishima
Yukio MishimaLa RazónLa Razón

El 25 de noviembre de 1970, Yukio Mishima subía a un automóvil blanco, comprado para la ocasión. Eran las diez y media de la mañana. El escritor, de 45 años, se vestía sin camisa bajo la guerrera del uniforme Tate-no-kai, “sociedad del escudo”; ejército “privado” que no usaba armas pues su destino no era como el todos los ejércitos: matar de la forma más limpia posible con el menor número de riesgos. Ellos estaban dispuestos a “morir sin matar” y pretendían funcionar como un escudo humano y proteger con su cuerpo la vida del Emperador.

Antes de salir de casa, dejaba sobre la mesa el manuscrito de su último libro La corrupción del ángel, con instrucciones de llevarlo a su editor. Abrochado el correaje del que pendía su katana del siglo XVI (de Seki), entraba en el coche donde le esperan: Ogawa, Morita -el “elegido” para realizar el kaishaku de Mishima-, Chibi Koga -el sustituto en caso de no poder consumarlo- y Furu Koga, a quien brindaría la “prueba de amistad” de solicitarle el kaishaku. El destino de todos ellos era el cuartel de Ichigaya, en el centro de Tokio, para cumplir con la cita concertada con el teniente general Kanetoshi Mashita. En el trayecto, el vehículo pasaría inevitablemente por el colegio donde estudiaba la hija del escritor, de once años de edad. Ni un solo músculo se le movería a Mishima, al pasar bajo las balconadas de la escuela.

A las once y media se reúnen en la terraza del cuartel los 800 soldados convocados, más dos helicópteros, ambulancias, televisiones, agencias de noticias, radios... Los acólitos del escritor cuelgan sus carteles y lanzan octavillas con las motivaciones que han inspirado su acto. En alguna puede leerse: “...salvemos al Japón que amamos”. En seguida sale Mishima custodiado por Morita, ambos con el hachimaki en la cabeza. Intenta arengar a la multitud pero no consigue ser escuchado. Su discurso intentaba ser una inspiración para que se alzaran a dar un golpe de estado que devolviera al Emperador a su legítimo lugar.

De forma pausada y sumido en el más absoluto silencio ritual se despoja de la chaqueta y, tras quitarse las botas apartándolas, se desabrocha el pantalón que cae sobre los muslos. A dos metros del general, se arrodilla pausadamente. Toma en su mano derecha la espada corta, mientras Morita levanta la katana que cercenará su cuello. Mishima inicia el balanceo de torsión, mientras, con los tres dedos centrales de la mano izquierda, localiza el punto del abdomen al que apunta su daga. Da tres nuevos vivas al Emperador. Tras una inspiración profunda contrae la musculatura del tórax. Un grito seco y gutural. La daga entra y cruza el abdomen empujada por una fuerza y una voluntad hercúleas. La sangre sale a borbotones acompañando a las entrañas. Cuando en un último esfuerzo, Mishima logra llegar al lado derecho, cae hacia delante. Morita ha esperado demasiado para segarle con un corte la cabeza... Tendrá que intentarlo varias veces hasta lograrlo.

Mundo, demonio, trascendencia, muerte y carne, fueron los conceptos que atravesaron la obra de unode los mejores autores de todos los tiempos. Pero, la mayor desgracia de Mishima fue el propio Mishima. Autor prolífico, actor, cantante, modelo, culturista, experto en kendo, performero –escenificaría su propia muerte-, narcisista, bodybuilder, “occidentalofóbico”, exhibicionista, fundador del Tate-no-kai y víctima de su controladora abuela. Homosexual reprimido que sólo mantenía relaciones con hombres fuera de Japón. Yourcenar y Vallejo-Nájera, dieron cuenta de su debatida existencia en sendos libros. El cineasta Paul Schrader, plasmó su punto de vista onírico en su film Mishima. Una vida en cuatro capítulos –que al igual que el Dune de David Lynch, sólo era apta para quienes estaban inmersos en la intrahistoria del autor-. Incluso quien esto escribe, no pudo sustraerse al magnetismo del autor abundando en su vida y obra, a través del poemario Mishima, locura para el mundo (Huerga y Fierro). En definitiva, un escritor todo-terreno con una cartografía definida: sexo, muerte, pasión, carne, clasismo, apariencia, y contraposición entre Occidente y Oriente... Esa fue su vida. La del genial escritor, compositor, letrista de ópera, director de una orquesta sinfónica. El mismo que pasaba de recibir premios literarios a fotografiarse desnudo como el San Sebastián de Guido Reni y cuyas últimas palabras lo aclaran todo: “me parecen que no han entendido nada”.