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Almodóvar inaugura Venecia: todo sobre mi madre (patria) y la Memoria Histórica

Con «Madres paralelas», el director manchego vuelve a uno de sus festivales fetiche para contar una historia sobre las «maternidades imperfectas» y «memoria histórica»

Tal vez el coreano Bong Joon-ho, presidente del jurado de la 78ª edición de la Mostra veneciana, se sienta en deuda con Pedro Almodóvar. Después de todo, “Parásitos” le robó la Palma de Oro que el director manchego se esperaba por “Dolor y gloria”. No sabemos si Almodóvar ha dejado a Cannes por imposible. Que “Madres paralelas” inaugure la Mostra podría demostrar que ha cambiado de equipo, después del cortejo que Alberto Barbera, director artístico del festival, lleva haciéndole desde 2019, cuando fue galardonado con el León de Oro honorífico, y que continuó en 2020, con el estreno del corto “La voz humana”. No obstante, hay, como siempre en Almodóvar, otra manera de interpretar la realidad. No hay más que encender la mecha de la memoria, como hace “Madres paralelas”: fue Venecia la que lo lanzó internacionalmente con “Entre tinieblas” y, sobre todo, con “Mujeres al borde de un ataque de nervios”, que Cannes había rechazado. Tal vez todo se reduzca (o se amplíe) a un acto de gratitud. Gratitud que ayer se vio recompensada por los primeros aplausos de la prensa internacional.

Gratitud, generosidad y memoria se citan en la última película de Pedro Almodóvar, otra vuelta de tuerca alrededor de uno de los temas vertebrales de su cine, la maternidad. En esta ocasión, las protagonistas son madres “imperfectas, cuestionables”: “Mis madres anteriores estaban inspiradas en mi propia madre o en las vecinas del pueblo”, explicó en rueda de prensa. “Eran madres omnipotentes”. En la historia de Janis (Penélope Cruz) y Ana (Milena Smit), madres solteras que lo son a la vez, y cuyo destino se entrecruza, a través del apoyo y la sororidad, pero también de la culpa y el secreto, con sus bebés al hombro, hay luz y oscuridad. En ese sentido, el poster-teaser de la película -el pezón en forma de ojo: la leche materna convertida en lágrima del cuerpo- sintetiza a la perfección una de las ideas más estimulantes del filme: la maternidad es, en realidad, un punto de vista, una mirada sobre el mundo, un ojo que alimenta pero también sufre. El retrato sobre la maternidad de “Madres paralelas” es panorámico, empático, sin prejuicios: no hay madres perfectas, solo humanas. Esa humanidad se traduce en una puesta en escena contenida, capaz de oscilar entre las tinieblas del melodrama sirkiano y la calidez de los abrazos y los besos femeninos en una película que relega a la masculinidad a un papel casi instrumental.

Luego está el ejercicio de la memoria, que transforma a “Madres paralelas” en una especie de contraplano de “Dolor y gloria”. Si allí se iluminaban los recovecos de la ficción autobiográfica, aquí Almodóvar se atreve con la Ley de Memoria Histórica, reivindicando la necesidad de “pagar una deuda” que cierre las heridas de la Guerra Civil; la deuda que, en definitiva, tiene la sociedad española con las familias de los desaparecidos. “Mariano Rajoy dijo, con orgullo, que, para la memoria histórica, había dedicado cero euros de los presupuestos generales del Estado. Es una frase de mal gusto, dañina, el colmo de la torpeza y un insulto superlativo”, apostilló ayer. “La ley de Amnistía del 78 era muy imperfecta, solo hacía que condenar al silencio a los desaparecidos. La ley de Zapatero era incompleta. Ahora son los nietos y bisnietos de aquellos cadáveres los que piden exhumaciones”, afirmó después de quejarse por la crispación de la clase política española, “porque hay un partido que dice cosas que desafían a la legalidad, que son anticonstitucionales y ha hecho caer muy bajo al Congreso”.

De sus palabras podría deducirse un feroz ajuste de cuentas con el franquismo, aunque la película toma delicada distancia sobre el tema para poner el acento en la dimensión emocional de la restitución de esa memoria, que no hace otra cosa que cerrar el duelo, y poder pasar página con una tumba a la que poner flores. Es obvio que esta excursión del filme a las cunetas y fosas comunes, centrada en el prólogo y en el epílogo, resonará en las sombras de culpabilidad y trauma que atraviesan las vidas de Janis y Ana, pero el problema reside en la fluidez con que esas heridas -la íntima y la colectiva- se integran en el esqueleto principal de “Madres paralelas”.

Podríamos decir que Janis y Ana son dos reencarnaciones de España, la madre patria que necesita reconciliarse consigo misma, con su propia Historia silenciada, pero el filme, cuando aborda la cuestión de la Memoria Histórica, es en exceso didáctico, como si hubiera sido concebido para explicar esa deuda inconcebible para el público internacional o para un español que haya vivido escondido en un sótano desde la Guerra Civil. Esa pedagogía de la herida lastra, por un lado, la fuerza del melodrama almodovariano y, por otro, encierra una idea muy hermosa, que se materializa en la conversión de las fotografías de los desaparecidos que vemos al principio en los cuerpos de carne y hueso que clausuran la trama. Como dice Eduardo Galeano en la cita que cierra el filme, la Historia no es muda. A lo que Almodóvar responde: la Historia late y respira, es un cuerpo que fue humano.