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El libro que Facebook no quiere que leas

Sheera Frenkel y Cecilia Kang, dos periodistas del «New York Times» con décadas de experiencia, han realizado más de 400 entrevistas para revelar en «Manipulados» qué esconde el gigante de internet. Y el resultado no es bueno
La RazónLa Razón
  • Estudió periodismo en Buenos Aires Argentina. Allí comenzó su trabajo en el área de divulgación como jefe de sección en la revista Muy Interesante durante cinco años. En España ha trabajado en Muy Interesante, Clio, Psychologies, Quo, National Geographic. Ha colaborado con RNE y con el podcast de Muy Interesante. Ha escrito 3 libros de divulgación y cinco de literatura infantil que se han traducido a varios idiomas. Lleva 15 años en La Razón escribiendo sobre ciencia y tecnología

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Hay que tener muchos arrestos para ir en contra de Facebook. Literalmente arrestos, ya sea en lo que respecta a detenciones como en su definición de arrojo o determinación. Sheera Frenkel y Cecilia Kang son las autoras de «Manipulados. La batalla de Facebook por la dominación mundial». Editado por Debate en España, ya lleva meses en Estados Unidos levantando ampollas. Las autoras, especializadas en tecnología y política legal y con varios premios en su haber, podrían haber experimentado las revanchas de Mark Zuckerberg por lo que cuenta el libro... pero nada de eso ha ocurrido y los arrestos se inclinan más por el coraje que por la detención. Y por una sencilla razón. A lo largo de más de 350 páginas, con más de 400 entrevistas a legiladosres, inversores, académicos, ejecutivos y empleados del gigante de Silicon Valley, Frenkel y Kang relatan apenas cinco años en la vida de Facebook, pero los más turbulentos sin duda.
Si bien el título en español menciona «dominación mundial», en el original se prescinde de lo global, simplemente habla de dominación. Y por un buen motivo que es el inicio del libro. Facebook tiene en su interior (y esta es la primera parte, la superficie del libro) una guerra interna entre el propio Zuckerberg, quien quiere dejar un legado de filantropía, innovación y avance tecnológico y Sheryl Sandberg, directora de operaciones de la compañía, que busca representar al feminismo, la mujer trabajadora y las nuevas corrientes. Cada uno de ellos se etiqueta en las victorias y señala al otro en las derrotas, tanto pública como internamente. Y esa es la primera batalla por el dominio en Facebook. Pero hay más y la clave se encuentra, otra vez, en el título original: «The ugly truth», la verdad desagradable. Esta elección alude a una publicación interna escrita por uno de los ejecutivos con más años de experiencia en Facebook, Andrew Bosworth (actualmente vicepresidente de realidad virtual y aumentada en Facebook). En una publicación interna que Bosworth escribió en 2016, explicaba que a Facebook le importa más agregar usuarios que cualquier otra cosa. «La desagradable verdad es que creemos en conectar a las personas tan profundamente que cualquier cosa que nos permita conectar a más personas con más frecuencia es bueno de facto. Eso puede ser malo si lo que hacen negativo. Tal vez cueste una vida si se expone a alguien a los matones. Quizá alguien muera en un ataque terrorista coordinado con nuestras herramientas. Y, pese a ello, conectamos a la gente.
Si nos enfrentamos al libro con la esperanza de leer una retahila sobre privacidad, vamos por mal camino. Las autoras pasan por esto muy eficazmente dejando clara la realidad, pero no se centran en ello. Ya hay muchos libros que lo hacen. Estamos ante un gigante (Facebook es también propietario de Instagram y WhatsApp, plataformas que cruzan información del usuario) que vende los datos al mejor postor. Es un servicio gratuito (nadie paga nada por usarlos) en el que pronto nos damos cuenta que nosotros somos el producto. Ya podemos, señalan Frenkel y Kang, dejar de nombrarnos usuarios para aceptar que somos usados. ¿De qué modo? Uno que va más allá de los datos y de ahí la elección del título: «Manipulados».
El libro abarca cinco años en la historia de Facebook y no es aleatorio.Todo comienza en 2016 cuando Alex Stamos, jefe de seguridad de la casa por entonces, descubrió junto a su equipo un bombardeo de noticias falsas, manipulaciones y comentarios tendenciosos que pretendían claramente inclinar la balanza de las elecciones del país (Clinton-Trump). Y que detras de todo ello habría una mano rusa. Stamos intentó informar de esto a Sandberg y Zuckerberg... pero lo dejaron en visto. De acuerdo con el libro, Stamos no recibió elogios por sus hallazgos, según un ejecutivo que estuvo presente en la intensa sesión informativa interna: «Al investigar lo que estaba haciendo Rusia –se explica en “Manipulados”–, Alex nos había obligado a tomar decisiones sobre lo que íbamos a decir públicamente. La gente no estaba contenta con eso». En total, Stamos identificó casi 500 cuentas que compraron avisos publicitarios para desperdigar información falsa... todas cuentas vinculadas a Rusia. El jefe de seguridad fue ignorado y un año más tarde renunciaba a su puesto, por diferencias irreconciliables. El mismo año en el que Zuckerberg sería llamado al congreso por primera vez (aunque Stamos renunció bastante antes).
La primera vez que Mark Zuckerberg se presentó ante el Congreso de Estados Unidos fue en 2018 por el escándalo de Cambridge Analytica, una empresa de análisis de datos que trabajó en la campaña de Trump y que había obtenido (mágicamente...) datos de perfil de Facebook sobre millones de usuarios para apuntar a los votantes específicos, a los indecisos, a los dudosos y a los ciertos de cada bando. Zuckerberg se enfrentó a los responsables de la política estadounidense. Legisladores que en lugar de usar los datos se sirvieron de la ingenuidad y la ignorancia para preguntarle, por ejemplo, cómo ganaba dinero Facebook si era gratis. Obviamente Zuckerberg, teniendo en cuenta el nivel de la audiencia, pasó la prueba. Con éxito. Tanto que luego recibiría una multa de 5.000 millones de dólares, una ínfima parte de lo que valía Facebook entonces: 800.000 millones. De hecho el éxito de la audiencia incrementó casi un 5% el valor de las acciones de la compañía que llegó al billón de dólares. Una multa que se pagó sola.
Otra muestra de la injerencia de Facebook en la opinión pública y su desdén por impedir que los violentos no se hagan un sitio tiene que ver con su permisividad con las publicaciones de antivacunas o con la revuelta, otra vez en el Congreso de Estados Unidos, un episodio de este mismo año.
El 6 de enero, después de analizar los mensajes que los extremistas locales publicaban en Facebook, los expertos en seguridad de la compañía se preocuparon cada vez más de que pudiera haber violencia en Washington, DC. Fueron a advertir a la cúpula de la red social que estaba pasando algo importante y que debía llamar a Trump para advertirle. Pero Zuckerberg y Sandberg descartaron esa opción, señalando que si pasaba algo luego preguntarían porqué Facebook llamó al presidente. En cambio, se sentaron en casa y vieron cómo Trump agitaba a la multitud furiosa y cómo las amenazas en las publicaciones de Facebook se convertían en ataques del mundo real contra el Capitolio. Días después, en una entrevista en video con Reuters, la propia Sheryl Sandberg culpó de los disturbios a los sitios de medios sociales de extrema derecha, como Gab y Parler, «que no tienen nuestras habilidades para detener el odio, no tinen nuestros estándares, ni nuestra transparencia».
De acuerdo con la obra, este es un patrón recurrente en Facebook: hacen lo menos posible para evitar que ocurran desastres y luego intenta débilmente evitar la culpa señalando a otros. Ocurrió con la influencia, rusa, con Cambrige Analytica, con la violencia étnica en Myanmar, George Floyd y las campañas antivacunas. Mientras Twitter prohibe o bloquea cientos de cuentas, Facebook invita a los usuarios a publicar lo que quieran. Ejemplo de ello es que la contraportada del libro muestra una serie de disculpas que Zuckerberg y la directora de operaciones Sheryl Sandberg han emitido a lo largo de la vida de Facebook.
«Facebook fue diseñado para echar gasolina al fuego de cualquier discurso que evocara una emoción porque sus algoritmos favorecen el sensacionalismo», afirman las autoras. Y no van nada desencaminadas.