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José Luis Rodríguez Zapatero: «Es bueno rebajar la soberbia de todas las construcciones nacionales»
Publica «No voy a traicionar a Borges», un ensayo en el que reflexiona sobre el escritor argentino, su obra y sus ideas

Este no es el acercamiento, ensayo o apunte de un crítico literario, estudiante «amateur» o catedrático reputado que se asoma a uno de los escritores de mayor renombre de la literatura del siglo XX. Es la reflexión de un expresidente de Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ya desprovisto de la corbata y el traje presidencial, que aborda la figura de Jorge Luis Borges en un libro de estrechos márgenes y bien trabadas páginas: «No voy a traicionar a Borges» (Huso editorial). El líder socialista repasa sus poemas y cuentas, extrae conclusiones y elige «sus» palabras favoritas del escritor –«refutar, descreer, conjeturas, símbolos, entrever»–. Pero, como sucede con los mejores novelistas, la prosa le delata y, aunque hable de otro, también ofrece un retrato indirecto, pero vivo, de sus ideas, pensamiento y convicciones.
–¿Le llama la atención que «el escritor en lengua castellana más vanguardista, más innovador, fuese conservador»?
–Es verdad. Borges era un hombre conservador. Tuvo una enorme fortaleza intelectual, pero, también unas ideas conservadoras y unas posiciones ajustadas a ellas. Es en la cultura donde uno puede compartir más cosas, como la admiración sublime por Borges, aunque, como es mi caso, seas consciente de que, desde el punto de vista ideológico, está en una posición diferente a la tuya. Es la grandeza del arte. Uno contempla una escultura, un cuadro o un relato como «El Aleph», «La intrusa» o «Ulrica», uno de sus relatos menos recordados, y no está pendiente de lo que piensa el autor. Borges fue un hombre ético en cuanto a su forma de vida, porque era austero y nunca acarició la riqueza. Lo único que deseaba acumular era sabiduría y erudición. En su obra literaria no hay, en ningún pasaje, el afán de orientar ideas o adoctrinar. Es el arte en sí mismo. Es el arte puro. Como lección es clave.
–¿Por qué?
–Porque contribuye a forjar convivencia. El poema «El principio» es el diálogo entre dos griegos, que han dejado la magia y la plegaria a un lado, y que hablan del origen del conocimiento. A pesar de ese pensamiento conservador, sus versos apuntan a la erudición. Ellos descreen de los mitos y creen en la humildad. Tiene alguna frase que es de la que debes retener toda la vida. Como en otro de sus poemas, «Los justos», en los que señala quiénes son los que salvan el mundo. En esa maravillosa lista, ceñida a la cultura, los que salvan el mundo son los que prefieren que sean otros los que tengan la razón. Estas personas son las que están dispuestas a abrirse a otras ideas, argumentos y razones. Es el diálogo de una filosófica convivencia.
–Habla del descreimiento del lujo y la riqueza de Borges.
–Borges decía que militaba en la clase media. Aseguraba que era tan negativo tener una excesiva riqueza como pobreza. Esto entronca con el espíritu de la Revolución Francesa, que, por cierto, siempre ha sido tan difícil de llevar a la práctica, y que aspiraba a que alcanzáramos a vivir en unas sociedades donde seamos semejantes entre sí lo más posible, sin una excesiva riqueza y pobreza. Él fue coherente con esa posición que respondía una posición ética. Yo creo que las claves del progreso están en esa posición: entre la lógica pulsión de las sociedades, más allá de los individuos, de un crecimiento económico y lo que limita con cultivar y fomentar lo espiritual. Esta formación debe provenir del ámbito de la educación y la cultura.
–Ve en Borges «la apertura a las culturas y civilizaciones». Usted defendió eso mismo.
–Hay un hilo en el pensamiento de Borges, siempre desde una atalaya intelectual muy poderosa, que es la capacidad de abrirse al otro, de entender Oriente y Occidente, la civilización china y «Las mil y una noches». Ahí está el poema que escribió cuando visitó Estambul y que asegura que, a lo mejor, esa cultura no es como la habían contado y se plantea que quizá todas las civilizaciones han cometido errores alguna vez. Esta visión cosmopolita supone reconocer algo esencial: que es bueno, disminuir, rebajar la soberbia que caracteriza todas las construcciones de identidades. En «Las causas», otro de sus poemas, comenta: «la Torre de Babel y la soberbia». Es eso. Borges posee una amplia visión de la capacidad de nuestra especie de construir culturas diversas.
–¿Y le gusta la palabra?
–Sí. Es maravilloso escucharle en conferencias y atender a cómo evalúa la fonética de las palabras de un idioma. Por ejemplo, cómo suena «rojo» en diferentes idiomas. O esa postrera admiración que muestra por el islandés o los idiomas poco conocidos en el mundo. Siendo quizá uno de los escritores más eruditos que ha habido, porque acaparó lecturas hasta el punto de abrumar, existe un consejo implícito en sus poemas y relato: Es el consejo de vivir con pasión y de vivir con serenidad. Eso es vivir leyendo.
–«La cultura y el arte corrigen nuestra adhesión a doctrinas y lealtades». Muy actual.
–Absolutamente. A la política, no solo a los políticos, a todo lo que gira alrededor del pensamiento política, también el periodismo, le viene bien hacer un acto de humildad y contrición, porque los cambios provienen de la ciencia, la cultura y el arte. Y, por tanto, siempre tiene que haber una dialéctica con ellas. La mejor política, no importan las ideas con las que se gobierne, es la que promueve y propende al conocimiento y a extender la educación y sostener la cultura. Si tuviera que añadir una conclusión final a este ensayo sería este punto. Esta es la idea fundacional de cuál es la mejor manera de hacer política. Y son justo estos tres puntos: fomentar el conocimiento, respaldar la cultura y apoyar la ciencia. Es más, creo que hay una relación directa de esto con las sociedades más saludables. Las sociedades que leen y que quieren leer, que compran libros, que aman la ciencia y que rechazan los negacionismos, son las más saludables. Y pienso que la política hace bien en tener cierta humildad.
–«Borges, el maestro de la duda inteligente y el gran dialéctico de las inquietudes de la vida».
–La duda es el nombre de la inteligencia. Todo empieza en el diálogo, en cuestionarse, tener muy pocos axiomas. Hay que aspirar a una comprensión del sentido de la vida y también de la evolución de la sociedad. Eso me parece un respeto a la tarea intelectual. La duda es el método de la inteligencia. Estoy convencido que, en las grandes obras, de cualquier campo cultural o científico, siempre han precedido las dudas. Existe un momento para cuestionarse, para hacerse preguntas. Si Occidente ha tenido liderazgo es porque sus sociedades han sabido de ejercer la crítica. El gran progreso de las sociedades empezó el día en que se descubrió la libertad de pensamiento y expresión. Es el origen de todo.
–Como político, ¿tuvo dudas?
–Claro que sí. Pero habría que incluir dos matices. Cuando gobiernas, en ocasiones, apenas tienes tiempo para la duda, para intentar proceder con un método de contraste. Hay decisiones que tienen que ser inmediatas. Luego, además, parece que existe ese mandato imperativo de que el político siempre tiene que aparecer ante los ciudadanos muy seguro, con una absoluta convicción, porque, de lo contrario, no convence. Pero, por supuesto, sí, en la política se duda.
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