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San Valentín: la resistencia del amor romántico

Aunque los nuevos movimientos izquierdistas instan a repensar el llamado amor romántico por lo que pueda tener de «tóxico», lo cierto es que las novelas y las series de televisión , como las turcas, gozan de gran éxito aunque los roles se adapten a los tiempos
Jae TanakaJae Tanaka

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El amor romántico no está de moda. Las hordas del pensamiento woke lo consideran tóxico. Ahora lo que se lleva es el poliamor, las mañanas de tofu y aguacate (esto hay que decirlo siempre detrás de «poliamor» para enervar a cantautores tristes y activistas de lo suyo, una manía como otra cualquiera). O eso parece. En 2020 hubo algo más de 80.000 casos de divorcio, separación o nulidad en España, frente a más de 90.000 bodas, ese final feliz de toda comedia romántica que se precie. Los divorcios, además, descendieron en un 16% respecto al año anterior. Las películas de género romántico recaudaron ese mismo año más de siete millones de dólares, todas las plataformas digitales continúan teniendo su selección de películas románticas y el remake de «West Side Story» dio mucho que hablar. ¿Y la literatura romántica? Denostada siempre y considerada un género menor, lo que no son menores son sus cifras de negocio. En 2020, por ejemplo, generó unos ingresos por ventas solo en España de más de 36 millones de euros.
«La editorial pionera en literatura romántica fue Harlequín, que empieza a publicar en el año 1981» ,explica María Eugenia Rivera, directora editorial de HarperCollins, «y yo empiezo con ellos en 1982. Cuarenta años dan para ver muchas cosas, cómo cambia la sociedad y como cambia todo con ella». En los inicios se publicaban historias muy cortas, de unas 150 o 160 páginas apenas, con un esquema muy claro: chico conoce a chica, hay un conflicto, se resuelve el conflicto. «En la historia de amor el chico siempre era alto, guapo y rico. Y ellas, damiselas en apuros. A partir de ahí se creaban todas las historias. La mujer siempre estaba por debajo del protagonista y a veces era, incluso, una relación de fuerza en la que él la hacía sufrir. El punto de vista siempre era el de ella».
Para Rivera está clara la diferencia entre la ficción y la realidad y así lo explica: «Son libros de evasión, de fantasía. Como cuentos con final feliz para adultas. No son una representación de la realidad y las lectoras tienen y siempre han tenido muy claro que durante el tiempo que están leyendo esas historias se ven transportadas a otro lugar y otro tiempo, lo que no significa de ninguna manera que para su vida real deseen o anhelen una relación así o un hombre como esos». Aún así, aún no siendo propiamente una representación de la realidad sino una fantasía, a lo largo del tiempo la literatura romántica ha ido también evolucionando. Si antes la virginidad de las protagonistas era un requisito irrenunciable, ahora este desaparece como tal. «El macho alfa se rebaja», comenta María Eugenia, “existe la historia de amor, claro, pero la situación de poderío del hombre sobre la mujer y determinados comportamientos de ellos, que podrían ahora considerarse violentos y entonces no, van desapareciendo». Se llegó al punto de que en Harlequin se llevó a cabo un revisión de sus publicaciones y se retiraron aquellas que contenían comportamientos que pudiesen ofender de alguna manera a las lectoras o que pudiesen parecer excesivos. «Solo aquellos hechos narrados que pudiesen entenderse como violencia de género», puntualiza Rivera.

Fantasías ajenas a la realidad

Muchas de las lectoras de este tipo de literatura coinciden en señalar, precisamente, esa fantasía ajena a su realidad a la que se ven transportadas durante el tiempo en que se sumergen en la lectura. «A veces [los protagonistas] pueden llegar a ser violentos y posesivos, y eso nos gusta», comenta una de ellas, «porque al final van a hacer lo que ellas quieran. Van de fuertes, de machotes, pero al final son ellos los que se pliegan a los deseos de ellas para terminar en ese final feliz que nos gusta leer». «Lo que marca un antes y un después en la literatura romántica reciente es la publicación de “Cincuenta sombras de Grey”, señala Rivera. «Empezando por el hecho de que lo leyó gente que no leía normalmente literatura romántica. La gente lo llevaba desprejuiciadamente a la vista. Y eso que la historia responde perfectamente al esquema más clásico de la novela romántica, ese que ya había quedado atrás: ella virgen, desvalida, de inferior estrato social, él, guapo, alto, rico, violento… Y un final feliz».
Cincuenta sombras de Grey marca un antes y un después en la llamada literatura romántica
Aparece entonces una nueva línea de literatura romántica que incorpora la erótica a la narración, «y empiezan a incorporarse otras características de otros géneros: autoficción, histórica, suspense…». Surgen nombres de superventas como Megan Maxwell o Elisabeth Benavent. «La novela romántica goza de muy buena salud, ahí están las cifras. Incluso se autoedita muchísima novela romántica. La gran mayoría, además, son mujeres. En torno al 98% de los autores de literatura romántica son mujeres». Una de estas escritoras es Mayte Esteban, autora de «La chica de la foto» y «Tus primeras veces conmigo» entre otros muchos títulos publicados desde 2014. Ella ha notado que «se ha ido matizando el boom de la erótica tras la aparición de “Cincuenta sombras de Grey”, la novela romántica evoluciona de manera muy natural, se adapta a las nuevas realidades y sensibilidades sin aspavientos, sin anunciarlo». «Lo que no cambia», explica, «es su estructura. Tiene tres pilares que hay que combinar con oficio y soltura: una trama amorosa, que es la que debe tener más potencia y estar en primer plano. Una acción, unos acontecimientos que la hagan avanzar, porque el final feliz es irrenunciable y, puesto que el lector ya lo sabe y lo espera, debes engancharle con ese desarrollo de la acción. Y un tema de fondo. Cuando tienes esos tres pilares claros, la novela romántica funciona».

¿Un género menor?

¿Son la gran mayoría de los lectores mujeres? Parece que así es. Pero también hay muchos hombres, pero «se ha considerado siempre un género menor. Incluso he llegado a leer», explica Mayte Esteban, «que se trata de subliteratura. Lo acusan de ser un género muy predecible, por esos finales felices que, de no estar, convierten a la novela automáticamente en otro género, pero yo me pregunto si no lo es también la novela policíaca, donde siempre se resuelve el crimen, o la novela negra. En los años sesenta también esta se consideraba un género menor. Confío en que, como ella, la romántica también abandone esa clasificación en algún momento y sea mejor considerada. Tiene mucho que decir, mucho que aportar». En España, autoras notables destacan en el campo de la novela romántica.
Desde Elisabet Benavent, cuyas novelas han dado pie a una serie incluso, a Blue Jeans, que además es un hombre, una anomalía en este campo, pasando por Laura Sanza o Joana Arteaga, que además optan por la autoedición en lugar de por la edición tradicional. «La autoedición», aclara Mayte, «les permite una libertad absoluta sobre su obra y un control total sobre cómo este llega al lector, en todos los aspectos». «La literatura romántica», concluye Mayte, que sabe de lo que habla, «goza de muy buena salud. El amor romántico gusta, se escribe y se demanda. Solo hay que consultar los títulos más vendidos en, por ejemplo, Amazon».