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Crítica de “West Side Story”: amor en ruinas ★★★★★

Ansel Elgort y Rachel Zegler en "West Side Story" - The Walt Disney Studios
Ansel Elgort y Rachel Zegler en "West Side Story" - The Walt Disney StudiosNiko TaverniseEFE/The Walt Disney Studios

Título: West Side Story. Dirección: Steven Spielberg. Guion: Tony Kushner, según el libreto de Arthur Laurents. Intérpretes: Ansel Elgort, Rachel Zegler, Ariana DeBose, Rita Moreno. USA, 2021, 156 min. Género: Musical.

El “West Side Story” de Robert Wise y Jerome Robbins se abría, majestuoso, sobre vistas aéreas de la isla de Manhattan. El de Steven Spielberg se abre sobre el barrio neoyorquino donde se sitúa la acción, donde posteriormente se construiría el Lincoln Center, en pleno proceso de demolición, en un largo y sinuoso plano que se instala sobre las ruinas. Las ruinas, ¿de qué? ¿De una forma de entender América? ¿Del cine clásico que Spielberg ha contribuido a reconstruir con los rescoldos de la nostalgia? Sería injusto despachar “West Side Story” como una operación nostálgica, a pesar de que está dedicada a su padre, y que supone el ajuste de cuentas con un género que nunca se había atrevido a transitar. Spielberg es consciente de los sesenta años que nos separan del original, y a pesar de que hay un respeto reverencial por la esencia de la obra y por la excepcional calidad de canciones y coreografías, sabe que ha llegado el momento de corregir su enfoque político, que ha sido fruto de encendidos debates académicos desde su estreno. Así las cosas, su “West Side Story” es racializado -el español se mezcla con el inglés, los portorriqueños son interpretados por actores latinos-; se desprende de la poética del cine de delincuencia juvenil de finales de los cincuenta para abrazar las guerras socioculturales entre emigrantes sometidos al espejismo del sueño americano y blancos cuya falta de futuro se traduce en feroz xenofobia; incorpora a un personaje LGTBI -tal vez la decisión más forzada de su propuesta-; y, en fin, se preocupa de actualizar el discurso del clásico de Wise y Robbins añadiendo una capa más a una filmografía -desde “Lincoln” hasta “Los archivos del Pentágono”, pasando por “Munich”- obsesionada con la Historia de su país. Que Rita Moreno, que fue doblada en el original, recupere su voz para cantar una conmovedora versión de “Somewhere” a sus 89 años, es un gesto político que justifica la existencia de la película.

Si en el apartado ideológico la consistencia del revisionismo spielbergiano es diáfana, en el de la puesta en escena brillan todos sus años de oficio, y una vitalidad creativa que muchos cineastas jóvenes querrían para sí. Hablamos, por supuesto, de los números musicales, a menudo expandidos como frescos en movimiento, donde la cámara baila con los personajes, pero también del uso de los colores y los elementos del decorado. En manos de Spielberg, unas escaleras de incendio, las gradas de un gimnasio o las telas rojas, naranjas y amarillas que dividen a un pequeño apartamento neoyorquino en espacios estancos pero fluidos, son los muros que el amor tiene que derribar para que el odio no devore su territorio. “West Side Story” es una gran tragedia americana, pero, por suerte, detrás hay un cineasta que aún confía en el cine como un arte de la reconstrucción.

Lo mejor: La dimensión política de la propuesta de Spielberg y el hermoso aroma neoclásico de la puesta en escena.

Lo peor: Que tenga el aspecto de un “remake” innecesario.