Ofendidos
Titania McGrath, poeta feminista interseccional, concienciada como pocos con toda causa justa habida y por haber, vuelve tras el arrollador éxito de su primer libro, “Woke”, para compartir todo su conocimiento, en su inmensa benevolencia, con las nuevas generaciones de activistas hiperconcienciados. No binaria, polirracial y ecosexual, la infatigable y vegana activista renueva su compromiso con la justicia social con “Mi Pequeño Libro de Activismo Interseccional”, una delicia imprescindible. Absolutamente descacharrante e irreverente, se trata en realidad de una brutal y ácida crítica al ofendido constante, al preocupado por todo, al hiperconcienciado inactivo. A todo integrante de la cultura woke, en definitiva. Sea consciente de ello o no.
Andrew Doyle es el creador de la criatura McGrath, que comenzó siendo una cuenta parodia en twitter y que hoy en día, tras haber sido suspendida hasta en cuatro ocasiones por discurso de odio, cuenta con más de 600.000 seguidores. El cómico irlandes, periodista y dramaturgo también, acaba de estrenar el programa “Free Speech Nation” en GB News. Se consolida con este libro como el azote de este fenómeno neopuritano, al que ridiculiza y destroza sin piedad a través de una sátira inteligente y casi valleinclanesca, para solaz y esparcimiento del resto. Su feminista y socialista alter ego, mientras tanto, continua, inasequible al desaliento, con su particular cruzada en pro de la justicia social.
“Mi Pequeño Libro de Activismo Interseccional” es el manual definitivo para niños de entre seis meses y seis años (“si eres adulto, te pido cordialmente que te vayas a la mierda y leas otra cosa”) con el que iniciarse en el activismo. En el interseccional, claro. Además de dar a nuestros párvulos las claves básicas para desenvolverse en sus primeros pasos como activistas concienciados y responsables (“si seguís mi ejemplo, también podréis ser valientes defensoras de la justicia”) despliega también ante ellos una serie de retratos de indispensables referentes, sus favoritos, de entre los más grandes pioneros en la historia de la justicia social.
A modo de breves biografías, McGrath ilustra a los pequeños con las vidas y milagros de probos activistas como Greta Thumberg (“la influencia de Greta se extendió al ámbito político. Gobernantes de todo el mundo suplicaban que se les permitiera asistir a sus discursos para aprender de su sabiduría intuitiva”), Abu bkr Al-Baghdadi (“como integrante de la Religión de la Paz y uno de los austeros intelectuales religiosos más destacados del mundo, Abu creía en actos de genocidio pacífico y en ejecuciones austeras”), Meghan Markle (“no hay mejor forma de promover la igualdad y demostrar lo nociva que es la cultura consumista que ponerse a la cabeza de una de las más importantes revistas de moda del mundo”) o Tomás de Torquemada (“torturaba y quemaba a la gente por amor”).
Pese a que, malas noticias, la ideología basada en las políticas de identidad y la corrección se encuentran ya establecidas en campos como la academia o la política, y que asistimos estupefactos a un repunte de acciones como la vandalización de estatuas, la cancelación de obras cinematográficas y literarias o despidos de profesores, en nombre de las más justas de las causas, Doyle no da por perdida la batalla cultural. “Yo no diría que está perdida” explica, “el problema es que la mayoría de las personas no comprenden por qué está sucediendo todo esto, por lo que se sienten impotentes para hacer algo al respecto”. Pone un ejemplo: “Si un empleado se ve obligado a asistir a una capacitación sobre “prejuicios inconscientes” o un taller en el que le dicen que es inherentemente racista debido únicamente al color de su piel, probablemente lo acepte, por temor a ver perjudicadas sus perspectivas laborales”. Ante todo esto, la fórmula para él es clara: “Tenemos que transmitir el mensaje de que se debe hacer frente a esta toma ideológica de nuestras instituciones”.
La pregunta, quizás, es cómo argumentar ante aquel que no atiende, que no está abierto al diálogo, que no concibe que el otro pueda pensar diferente sin que medie por ello maldad, estupidez o desconocimiento. Impermeables a la crítica, a los hechos, las razones y los datos. ¿Cómo dialogar con el que no admite la más mínima disidencia?. Es difícil. “Puede parecer que desafiar a este movimiento es reaccionario, ya que describe sus objetivos en un lenguaje progresista” explica, “pero se trata en realidad de un movimiento intrínsecamente regresivo, por lo que el verdadero progresista será el que se oponga a estos desarrollos”.
Para Andrew Doyle, la ideología Woke es “el peor método posible” para defender causas más que legítimas. “Crea una división innecesaria y exacerba los mismos problemas que pretende remediar”. Prosigue: “Reconocer que el racismo, el sexismo y la homofobia todavía existen y deben ser abordados, que es justo y necesario, es el punto clave. Pero el mejor enfoque para encontrar una solución a estos problemas no es el woke, es el liberal. El movimiento woke es esencialmente antiliberal”. Mi Pequeño Libro de Activismo Interseccional está cuajado de hallazgos, como sus diagramas, entre lo naif y lo delirante, que remiten irremediablemente a los de cierto informe a larguísimo plazo para la España del futuro. O las perlas, innumerables, que con clarividencia e ingenio desnudan al movimiento -su narcisismo, lo ilógico de sus planteamientos y conclusiones, el resentimiento, la hipervigilancia- y exponen sus flagrantes contradicciones.
Como esa en la que Titania afirma tener “el sueño de que los niños pequeños algún día puedan vivir en una nación en la que no sean juzgados por el contenido de su carácter, sino por el color de su piel, con el fin de cumplir las cuotas de diversidad y deconstruir la toxicidad inherente a la blancura”. O esta otra: “Si creéis que poseer un pene os convierte de manera absoluta en un chico, entonces no tenéis ni puta idea de biología humana”. Pareciera el humor el último refugio, la última trinchera, ante la creciente exacerbación moral del yo (“soy la personificación de la justicia social”, dice Titania), la sublimación de las emociones (“cualquier palabra que pueda ofender a alguien es una forma de discurso del odio”) y el desprecio a la razón, los hechos y los argumentos (“el debate es una forma de violencia”).
Acabar con las bromas
Andrew Doyle, convencido de que “los comediantes y artistas generalmente no tienden a obedecer cuando alguien intenta decirles qué hacer”, cree que el humor resistirá el envite. “Cuanto más intenten estos activistas acabar con ciertas formas de expresión, incluidas las bromas, más necesario es mostrar nuestro rechazo”. Para Titania McGrath, sin embargo, el concepto mismo de “libertad de expresión” es una provocación racista, “una herramienta de los fascistas para diseminar el odio”. “Denunciad la creciente corriente de bromas ofensivas”, nos alerta. “Antes de reíros de una broma, haceos las siguientes preguntas...
- ¿Evita esa broma temas ofensivos?
- ¿Representa el cómico a algún grupo marginado?
- ¿Podemos estar seguros de que el cómico no haya dicho o hecho nunca nada problemático?
...si la respuesta a cualquiera de ellas en no… No. Os. Riáis.”
Lo preocupante es que cada vez sea más difícil diferenciar la sátira hiperbólica de la realidad, de la progresía que nos rodea. En un segundo, McGrath nos arranca una carcajada al afirmar que “la mejor manera de ganar un debate es negarse directamente a hablar con el oponente” y, al siguiente, esa misma risa se nos congela en los labios al ser la respuesta que nos dan reconocidos activistas ante la propuesta de diálogo. Da pavor leer que la cultura de la cancelación no existe, que se trata de derechos humanos, cuando no es McGrath quien, irónicamente, lo afirma.
Resulta reconfortante que Titania Mcgrath sea una inteligentísima parodia. Significa que aún podemos reirnos de nosotros mismos como sociedad, prueba esperanzadora de que no está todo perdido. Pero es, al mismo tiempo, perturbadora la constatación de que las Titanias se multiplican, día tras día, ahí fuera. A nuestro alrededor. Quizás lo que necesitamos es que se multipliquen también los Andrews Doyle.