Rodrigo Fresán: «Tengo memoria de querer ser escritor antes de saber leer y escribir»
El autor publica «Melvill», una novela con muchas capas que ahonda en las relaciones entre el padre y el hijo a través del autor de «Moby Dick»
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Un hombre que atraviesa un río caminando por su superficie congelada. La pregunta es la siguiente: ¿Es suficiente una descripción tan sencilla para alentar la escritura de una novela? Para Rodrigo Fresán, sí. Al narrador le ha bastado la evocación que le inspiraba esa imagen para levantar sobre ella toda una reflexión. «Melvill» (Literatura Random House) es una novela que evoca las relaciones paternofiliales a través de la figura del autor de «Moby Dick», pero es un enorme baúl que esconde muchas cosas más en sus párrafos. Alusiones a los Beatles, Pink Floyd, Vonnegut, Nabokov, Proust y fragmentos tuneados de la obra de Melville. Es un relato articulado a través de varias voces donde asoman todas sus obsesiones y, a la vez, se convierte en un divertido jeroglífico que invita a pensar no solo en la historia, sino, también, dónde se esconde el autor.
Es una apuesta por el estilo.
Eso debería ser casi una obligación para un escritor. Es una apuesta y es un desafío. No concibo escribir de otro modo, sino fuera por un estilo, que es como una ballena blanca. En cierto sentido, cada vez existen más narradores y menos escritores, pero la preocupación por el estilo, que algunos entienden como dificultosa, parece ser menos prioritaria hoy, cuando, es curioso, todos mis grandes escritores son escritores por su estilo, porque plantean una dificultad en la lectura.
Lo que no se escribe es importante. ¿Este es el caso para comprender a Melville?
Cuando leí en una biografía de Andrew Delbanco sobre Melville, la vida del padre apenas ocupaba unos párrafos. Cuando leí que cruzó el Hudson congelado, como escritor y como lector pensé, qué lástima no lo hizo con el hijo al mismo tiempo. Eso explicaría patologías y epifanías, la obsesión por el color blanco, la idea del viaje y el estigma del fracaso. No es tanto lo que no se contó, sino lo que me hubiera gustado que se contara. «Melvill» es un envoltorio para hablar de la infancia del padre y los hijos.
¿El padre influye en el escritor?
Hay un movimiento de ida y vuelta. Todo padre es autor de su hijo, pero luego el hijo es el que acaba escribiendo sobre el padre. Lo pasa a limpio, llega a obsequiarle con una despidida mejor. Un padre es una buena y mala influencia. La tarea de cada uno de los hijos es ecualizar. Las malas influencias también son útiles para no repetir errores. Tiene que haber un entendimiento de las malas influencias.
En su libro dice que un padre «informa, forma y deforma».
Soy un producto de la clase media intelectual argentina de mediados de los sesenta. Me regalaron libros, no balones de fútbol, mi padre era diseñador. Tengo memoria de querer ser escritor antes de leer y de saber escribir. Me formé, informé y deformé con todos los problemas, divorcios y vueltas de mis padres. Para mí no había plan B. Siempre existió en mí la idea de escribir. Tenía impaciencia para aprender a escribir y leer. No creo que exista mucha gente que mantengan en su vida su primera vocación. En cierta manera, la vocación de escribir es infantil. Casi todos los escritores somos víctimas privilegiadas de buscar la palabra justa. En lugar de preocuparte de ser un héroe, te preocupas por el estilo, que es la máxima preocupación de un escritor.
¿La verdad de la literatura es...?
A través de la ficción la literatura se pretende atrapar la verdad. Yo me formé en la idea de que la literatura es un medio de transporte para ir a otros lugares. Toda la lectura debe constituir un viaje.
¿Escribir es como perseguir una ballena blanca?
Una de las cosas interesantes de «Moby Dick» es que están los tres roles arquetípicos: la figura del testigo, del superviviente, el loco perseguidor, Ahab, y la figura blanca, que es la perseguida y que acaba con el perseguido. Algunos escritores no se sientan a escribir hasta que no conocen cada uno de los planos del libro y lo tienen completamente claro, y la escritura no sea más que un dictado, una transcripción. No es una idea que me atraiga. Me gusta conservar una parte del lector, aunque tampoco creo en personajes que controlan. A mí, en ocasiones, las mejores ideas, en el acto de escribir, me vienen lavando platos. Habría que preguntar a otros escritores si les sucede algo semejante o parecido.
En su libro se percibe la intemperie del siglo XIX
Cada vez somos más frágiles y menos resistentes. De hecho, en el siglo XIX, los rumbos eran más claros. Ahora puedes perderte, sobre todo en el mundo hiperconectado. Demasiada información. La gran apuesta de Facebook es ofrecerte una vida mejor que la que tiene pasar. Antes eran tiempo más honestos, mas realistas, menos virtuales, menos virtuosos.