35 años de “The Joshua Tree”: en busca de la leyenda de U2
El histórico álbum logró convertir a la banda irlandesa en un fenómeno de masas
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Solo hace falta echar un vistazo a las listas de éxito de aquel marzo de 1987 para comprobar la terrible decadencia en la que entonces había entrado la música popular. Eran las permanentes oxigenadas de Bon Jovi con «Livin’ on a prayer» o de Europe con «The final countdown». O el A.O.R. sin concesiones de Huey Lewis con «Jacob’s Ladder». O el insoportable pop enlatado de The Jets con «You got it all». Y fue en este contexto en el que surgió «The Joshua Tree», tan monumental en todos los sentidos. Algo nunca escuchado hasta entonces y el disco que, hace ya 35 años, catapultó a los irlandeses U2 hacia un estrellato del que ya nunca bajaron. Uno de esos discos cuya historia merece ser contada.
«Realmente, no suena como ninguna otra cosa de su época», recordaba The Edge en un documental de 1999. Y añadía: «No viene de una mentalidad de los ochenta. Viene de un lugar completamente diferente. (...) Cuando estábamos haciendo este álbum, realmente no sentíamos que fuéramos parte de lo que estaba sucediendo en el negocio de la música en ese momento. Y nos sentíamos muy alejados de aquello». Efectivamente, lo que había detrás de aquel mágico sonido era blues, folk y góspel, pero con un barniz absolutamente contemporáneo. Si se escuchan las bases acústicas de las canciones, todo era realmente simple, casi tradicional. La visión estuvo en ensamblar ritmos primitivos con una guitarra eléctrica llena de efectos y una voz mesiánica que derramaba versos casi evangélicos.
Buena parte del éxito de aquel sonido se debió al trabajo de Daniel Lanois y Brian Eno, los productores del álbum. Ambos ya habían trabajado con U2 en su anterior disco, «The unforgettable fire», de 1984, que había supuesto un salto cualitativo en la capacidad de penetración de la banda y la definición de su sonido. Y un disco que permitió a los irlandeses asomarse a las puertas de América. Ahí estaba el gran salto: conquistar la tierra de Elvis. Ya lo habían advertido mucho antes bandas como Beatles, Rolling Stones o Kinks: el éxito definitivo solamente llegaba cuando Estados Unidos daba su beneplácito. Para U2, aquella era la misión.
Si bien el título y la portada del álbum evocaban el suroeste de Estados Unidos y la letra expresaba la indignación de Bono por las atrocidades contra los derechos humanos en diferentes partes del mundo y cuestiones sentimentales como el dolor o la culpa, el quinto disco de estudio de la banda se grabó en gran parte en una mansión georgiana de dos pisos ubicada en Rathfarnham, al sur de Dublín, junto a la antigua escuela de Adam Clayton. The Edge había visto la residencia mientras buscaba una casa con su entonces esposa Aislinn varios meses antes. No le convenció para vivir, aunque sí para grabar. «Decidimos que no era para nosotros, pero luego tuve la idea de que el dueño nos lo alquilaría para grabar. La casa se llamaba Danesmoate. Así que nos instalamos en esta gran mansión georgiana antigua en las estribaciones de las montañas de Wicklow, aproximadamente a media milla de Columba’s College, de donde Adam [Clayton, el bajista] había sido expulsado», recordaba el guitarrista.
Mucho más inspirador
Era un plan que ya había dado resultado, pues U2 grabó gran parte de «The Unforgettable Fire» en el Slane Castle del condado de Meath. Con la convicción de que Danesmoate era mucho más inspirador que un cuarto de grabación al uso, el grupo decidió construir un estudio completamente funcional dentro de las antiguas paredes. En enero de 1986, el comedor se había convertido en una sala de control completa con grabadora y mesa de mezclas. Se quitaron las enormes puertas dobles y se reemplazaron por una mampara de vidrio que daba al elegante salón, que serviría como sala de estar. Con suelos de madera y un techo de doble altura, el espacio poseía una acústica impresionante. «Cuando escuchas ese gran sonido de batería en “The Joshua Tree”, es el sonido de esa habitación», dice Clayton, quien se compraría la casa poco después de completar la grabación.
Fue el primero de agosto cuando U2 se trasladó a Dublín para reanudar el trabajo del álbum y comenzar la etapa de mezclas propiamente dicha. Durante esta fase de grabación, ya más intensa, el grupo comenzó a trabajar en la casa recién comprada de The Edge, situada en Melbeach, en la costa de Monkstown. La banda estaba lanzada y todavía hubo más sesiones a final de año. De hecho, en algún momento se sugirió la posibilidad de sacar un álbum doble ante la abundancia de material. Brian Eno disuadió al grupo, con buen criterio, y les instó a seleccionar las canciones que lograran completar un álbum redondo en composiciones y unidad de sonido. Casi a contrarreloj, la última etapa fue la finalización de las mezclas en busca de un solo objetivo: una ambientación profunda. Este concepto, que podría parecer tan etéreo, encuentra su explicación al comprobar el trabajo que hicieron Eno y Lanois por llenar esos fondos instrumentales con tenues sintetizadores y distorsiones de guitarras. Algo realmente único entonces.
Para noviembre de 1986, U2 tenía lo más importante de un buen disco, o sea, las canciones y el sonido. Eran composiciones muy directas, con extraordinarias melodías y cierta épica en las letras de Bono, muy inspirado en aquel momento con la escritura de gente como Norman Mailer o Raymond Carver. El vocalista irlandés consiguió mezclar pequeños retazos costumbristas con frases que parecían salmos. El ritmo era hipnótico y las guitarras de The Edge sonaban tremendamente originales y capaces de llenar la canción por sí solas. Y también estaba esa atmósfera envolvente. Cuando el disco salió, todo el mundo se quedó de piedra.
Lo siguiente sería la conquista del mundo, incluida América, a medida que las tiendas despachaban millones de ejemplares del álbum. U2 se embarcó en una gira mundial de 111 fechas que tuvo parada obligatoria en Estados Unidos. El impresionante éxito del disco llevó al grupo a tocar en enormes estadios. Cuatro chicos frente a la inmensidad de la masa. Grandes luces y un sonido extraordinario que encontraban en la megalómana teatralidad de Bono el complemento perfecto para seducir a millones de espectadores. Fue entonces cuando U2 se convirtió en el grupo del momento, en una banda para la historia. Sencillos como «Where the streets have no name», «With or without you» o «Still haven’t found what i’m looking for» sonaban a todas horas en la radio mientras miles de chavales en el mundo ensayaban frente al espejo cada pose de Bono deseando algún día imitar aquel sueño: cuatro muchachos surgidos de los suburbios de Dublin habían logrado tener el planeta en sus manos.