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Imanol Uribe, de nuevo contra el olvido: “El cine es memoria colectiva y gráfica”

«Llegaron de noche» marca el regreso a Málaga del director con una película sobre el asesinato del jesuita español Ignacio Ellacuría en El Salvador, en 1989
MIKEL LARREA
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Entre las continuas flores, algún que otro fandango y las contadas alegrías, es complicado encontrar en el panorama del cine español alguien que hable de manera tan franca como Imanol Uribe (El Salvador, 1950). No es pose ni estética, ni siquiera es una actitud inmediatamente política, solo es la sinceridad de un director que habló de ETA cuando todavía mataba y sigue estrenando películas en la era del dominio abrasador de las plataformas de «streaming»: «Igual es cierto. Me gusta meterme en jardines. No tanto desde lo estético, porque me considero alguien muy tradicional en ese aspecto, pero sí desde las historias que cuento, que me llaman la atención. No elijo un proyecto según toque un tema más o menos delicado pero, casualidad o no, los que despiertan algo en mí como director casi siempre tienen un elemento que hay que pensarse dos veces cómo abordar», reflexiona el director entre las bambalinas del Cine Albéniz de Málaga, donde presentó ayer «Llegaron de noche» y donde compite por una Biznaga de Oro que sumar a la de Plata, como Mejor director, que ganó hace justo diez años por «Miel de naranjas».
El gen de la memoria
Acostumbrado a lidiar con la violencia, la explícita y también la menos vistosa para el cine, Uribe cuenta en su nueva película una de esas historias que forma parte de su imaginario propio, como salvadoreño de nacimiento aunque volviera joven a la Guipúzcoa de sus padres, pero que sin embargo no podía acabar de abrazar por lo abierto de la herida: en 1989, hacia el final de una guerra civil que se alargaría hasta 1992, un grupo de militares asesinó al sacerdote español y teólogo de la liberación jesuita Ignacio Ellacuría. De aquel crimen, todavía pendiente de resoluciones acordes al Derecho Internacional que se han alargado hasta tan tarde como 2020, tan solo quedó una testigo, la empleada de la limpieza que tuvo que abandonar el país para salvar la vida y a la que pone voz y rostro Juana Acosta.
«La preparación del personaje no fue complicada, porque pudimos conocer al referente real y nos entrevistamos con ella, aunque ahora prefiera vivir en el anonimato. Pero me animaba a seguir adelante el empuje de Juana y sus ganas de mimetizarse con el personaje pese a lo lejos que yo veía los mundos y las experiencias de ambas. Asumió el trabajo como un reto y acabó convenciendo a todo el mundo», confiesa un Uribe que ha recuperado al siempre correcto Carmelo Gómez para la causa cinematográfica —prometió públicamente no volver a la industria salvo en contadas ocasiones— antes de volver sobre esa característica única de su cine, la de hacer cine que es denuncia y no es panfleto, ese que es política pero no es manifestación: «Creo que está en mi ADN cinematográfico. Y es algo que cada vez va a más, porque cada vez me aburren más los proyectos que me llegan. Me exhortan menos a meterme a rodar, con todo el estrés que implica. Tengo la suerte de que, cuando surge la chispa, puedo sacar la película a flote», añade. ¿Es la de Uribe, entonces, una filmografía construida contra el olvido? El realizador responde: «Como humanos, solemos usar el olvido como mecanismo de resistencia. Es normal. Pero creo que, a veces, el cine puede cumplir esa función de memoria colectiva y gráfica», apunta.
El director, que estuvo inmerso en un proceso de documentación de dos años antes de ponerse a rodar, llegó a entrevistarse con algunos de los personajes que sobrevivieron a la matanza y que, como dice el Karra Elejalde que da vida a Ellacuría, salvaron la vida del oficialismo cuando «llegaron de noche». El Padre Tojeira, párroco español al que da vida Gómez y que consiguió sacar a la Lucía original de El Salvador y llevarla a territorio estadounidense, fue el asesor clave del filme: «Más que la violencia de la guerra civil, y la barbarie militar, me interesaba contar la película desde los ojos del personaje de Juana Acosta. Y articularlo todo en ese interrogatorio de los americanos al que tanto volvíamos preparando la película. Todo lo que nos contó Tojeira está en la película, pero para mí el testimonio de la perspectiva tenía que partir de Lucía, para la que remover todo aquello fue duro, pero nos dijo que también catártico en el sentido de poder cerrar un poquito más la herida», dice antes de seguir: «¿Por qué he elegido no ser gráfico con la matanza? Por respeto, pero también por una elipsis en la que no consideraba necesario aportar datos que quien vaya al cine ya sabe», completa con sinceridad sobre un filme que, desde lo teatral de su puesta en escena, intenta epatar en la confusión de la propia Lucía y su familia ante lo irracional.
La vida en una década
A una década de su entrada en el palmarés de Málaga, y a refugio de un clima tan dispar como las películas que dan color este año a la rica Sección Oficial, Uribe también reflexiona sobre el papel de la industria, el festival y ese cine de «clase media» al que cada vez se le pone peor cara y al que la pandemia parece haber afectado ya como el último de los cuidados paliativos: «El tipo de cine que a mí me interesa, por el que de verdad siento una pasión, ya no tiene la audiencia que tenía hace apenas diez o veinte años. Pero es ley de vida y no creo que nadie tenga la culpa, menos todavía el espectador», explica. Y sigue, vehemente: «El cine de mi generación, el que se acostumbró a maximizar películas de presupuesto medio, está desapareciendo frente a las grandes plataformas. Pero justo en esa coyuntura, porque siempre hay un camino, hay quien con pequeños presupuestos está haciendo auténticas maravillas casi de guerrilla. De ahí están viniendo ahora las grandes joyas del cine español y, pese a lo buenas que son esas películas, no es un buen síntoma de nuestra industria», opina sincero.
Uribe, que ha contado con el visto bueno y el asesoramiento de la Compañía de Jesús para tratar la teología que enseñaba Ellacuría, ha vivido cómo el caso se reabría con la película ya en montaje y recibió la noticia de la condena del ex coronel y ex viceministro de Seguridad Pública de El Salvador, Inocencio Montano. Por ello, y antes de despedirse, asegura que su firme acercamiento y lo parco de su formalismo obedece a la cicatriz, todavía reciente en un país que ya está inmerso en una nueva crisis política: «Las heridas siguen abiertas porque, cuando El Salvador empezó a recuperarse tras la guerra, las cerró en falso.
“Dúo”, o el dolor según Meritxell Colell
Hay vida más allá de la Sección Oficial. Precisamente por su carácter alternativo y su pulsión independiente, la sección Zonazine del Festival de Málaga suele ser una de las más irregulares de la competición. Y este año, en positivo, lo es por películas como la «Dúo» de Meritxell Colell. Tras «Con el viento», de 2018, la directora catalana retoma la vida del personaje al que interpretaba Mónica García para inventarse una sentida reflexión sobre el duelo, pero también sobre el dolor, en alegoría teatral y artesanal, en empatía pura. Un viaje por el norte de argentina es la excusa de la realizadora para firmar una obra maestra.