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Jacques Audiard bucea en las relaciones de la generación Tinder: ¿por qué llamarlo amor cuando queremos decir sexo?

Noémie Merlant protagoniza “París, Distrito 13″, el último trabajo del director de “Los hermanos Sisters” o “De óxido y hueso”, un encantador y actualizado retrato en blanco y negro de los modelos relacionales actuales
AvalonAvalon
  • Periodista. Amante de muchas cosas. Experta oficial de ninguna. Admiradora tardía de Kiarostami y Rohmer. Hablo alto, llego tarde y escribo en La Razón

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Entre el poderoso y vibrante magnetismo estructural monocromático del “Manhattan” de Woody Allen o el “Frances Ha” de Baumbach y las disertaciones existencialistas sobre el amor y sus derivados del cine de Rohmer, ha encontrado Jacques Audiard el lugar perfecto para insertar las bases referenciales de su último trabajo: “París. Distrito 13″. Pero también y más explícitamente en algunas de las novelas gráficas del dibujante Adrian Tomine, muchas de las cuales se apoyan en términos gráficos en la recreación de las angustias y soledades de la vida urbana. El director francés utiliza el espacio –en este caso ubicado en el multicultural barrio parisino de Les Olympiades (de ahí que ese sea el título de la cinta en Francia)– plagado de altísimas y uniformes torres de rascacielos modernos con reminiscencia asiática y jóvenes millenials que hacen skate debajo de tiendas con forma de pagodas y se pliegan, cigarrillo en boca, ante la gestión de un futuro incierto, como un personaje más dentro de una historia sobre el amor en tiempos de prisa, Tinder y abulia generalizada en cuyo guión han intervenido notablemente las cineastas Céline Sciamma y Léa Mysius.
Reconoce durante la entrevista que mantenemos en el acogedor interior de la librería “Ocho y Medio” la actriz Noémie Merlant (cuyo éxito se disparó tras su aparición en “Retrato de una mujer en llamas”, dirigida precisamente por Sciamma) que “desde luego se nota la influencia femenina de ambas en el guion, pero también el deseo permanente de reinventarse por parte de Jacques. De hecho, la participación de ellas dos en el guión es un ejemplo de ese ejercicio en el que está metido: quiere reinventarse como director, interrogarse sobre la juventud, las mujeres, las diferentes representaciones del amor, escuchar, preguntar. Tiene esa curiosidad. Es un genio, un artista y por eso precisamente la siente”.
“Para él reinventarse es obligatorio y eso también lo sentí al trabajar con él: me di cuenta de que su forma de trabajar es totalmente coherente con su propósito. Digamos que él acepta las dudas que se le plantean sobre todas esas cuestiones y quiere que tanto las guionistas, como los actores, como el espacio incluso hablen, propongan, aporten. Siempre tiene esa idea de “juntos vamos a intentar inventar algo”. No es de esos directores que imponen su visión de las cosas. Aunque hubiera violencia en sus anteriores películas, estoy de acuerdo contigo, creo que es un realizador que evoluciona con el mundo y demuestra intención de querer seguir haciéndolo”, añade Merlant, encargada en esta ocasión de dar vida a Nora, una de las cuatro voces que protagonizan este retrato generacional centrado en la vacuidad de los modelos relacionales actuales, el contagio sistemático de la precariedad laboral en el terreno sentimental, la soledad urbanita o las diferentes formas que tienen los jóvenes de desear o de buscarse.
Las piezas del puzle narrativo de la cinta las representan cuatro jóvenes que transitan por las calles, los pisos, las pantallas y los suelos de Les Olympiades en busca de afecto, sexo, sueños y respuestas. O en realidad, más preguntas. Nora por ejemplo, que roza la treintena y procede de Burdeos, se muda a uno de estos bloques de pisos con el objetivo de volver a estudiar en la universidad e involucionar hacia una serie de rutinas y hábitos más atribuibles a los 20 que a los 30 con el objetivo de encontrar alguna dirección sólida que seguir en esa especie de desubicación arrastrada en la que parece moverse desde hace algún tiempo e inicia una relación virtual con una joven llamada Amber que se dedica al mundo del porno por internet. O el caso de Émilie y Camille, que se atraen y repelen continuamente en esa dialéctica de imán y levadura de Cortázar y acumulan tantos desencuentros como reconciliaciones. Con el cuerpo como recompensa y el placer como incentivo. “Desde luego este no es el retrato de una generación, pero sí un retrato de la nuestra. Es una lectura sobre unos personajes que viven en un estado de cierta precariedad, que experimentan soledad, que viven en un mundo que va muy deprisa y en el que hay que adaptarse igual de deprisa. Nora viene de provincias y de pronto se da cuenta de que quizás no está donde quiere estar, tanto sentimental como profesionalmente: se arriesga y se lanza a una búsqueda. Estos personajes parece que están solos pero en realidad lo que intentan es conectarse con ellos mismos”, indica.
Para la actriz, este vagar continuo por las diferentes posibilidades y estados que ofrecen los afectos contemporáneos resulta bastante atrayente ya que “personalmente tengo la impresión de que el amor se reinventa. Intento creer que hay algo positivo en todo esto y es que siempre hemos seguido un esquema determinado en las parejas heteronormativas a nivel sexual y dado que hoy en día se ha liberado la palabra, a lo mejor se trata de un esquema que quizás no encaja con mucha gente y estamos empezando a decirlo en voz alta. Hoy tenemos la posibilidad de reinventar el amor, de plantearnos preguntas sobre nuestro mundo para intentar conectar con nuestros deseos y hacer estallar el esquema habitual de las normas sociales convencionales, es decir, las del patriarcado. Hay tantas posibilidades ahora: puedes ser poliamoroso, homosexual, bisexual, asexual, no desear tener niños, querer tenerlos…”.
Y aunque la propia Merlant es un ejemplo de esto: “La idea del romanticismo es lo que define al amor, o al menos la que la acompaña y yo no creo mucho en esto. No me parece tan romántico ese lado novelesco en donde el hombre dominante es el salvador por excelencia y se objetualiza a la mujer que por su parte, se dedica a esperar que la salven. Durante mucho tiempo de mi vida fue lo que yo misma quise, lo que pensaba, pero en realidad se trataba de algo que me habían inculcado, que me habían metido en la cabeza. Cuando lo vives, te das cuenta que en realidad no es lo que quieres. El amor para mí ahora tiene que ver con la capacidad de alejarte de sentimientos nocivos como la posesión”; también resulta serlo Nora: “En su caso, acaba sin saber qué quiere hacer con su vida pero sí con quién quiere compartirla, con quién puede conectar, de quién puede enamorarse”. Porque al final, podemos cambiar la terminología de “pelar la pava” por la de “hacer match”, el deseo por el consumo o centrifugar y desinfectar las veces que queramos los conceptos tradicionalmente asociados al sentimentalismo o al amor romántico para deconstruirnos y mejorar, pero la cara que ponemos cuando recibimos o pronunciamos un te quiero, sigue siendo la misma.