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El cine iraní llama ya a las cosas por su nombre

Las casi tres horas de duración de “Leila’s Brothers”, la cinta presentada por Saeed Roustaee, esconden la esencia de un culebrón un tanto excesivo, pero con una agenda política clara
CLEMENS BILAN / POOLEFE
La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Hace diez años, la francesa Claire Denis leyó “Stars at Noon”, del norteamericano Denis Johnson, y quedó fascinada. “Trata sobre el miedo y el terror al amor, y sobre el miedo al fracaso”, declaró a la revista Variety. Suponemos que sus palabras eran, el inconsciente engaña, un modo de definir su propio cine, que habla, precisamente, de los abismos que separan y las corrientes eléctricas que unen a dos cuerpos que se desean. En “Stars at Noon”, la segunda vez que Denis compite en Cannes desde “Chocolat” (1988), ese deseo surge en Nicaragua, en un Estado hostil y militarizado, y los dos cuerpos son los de una periodista que sobrevive prostituyéndose, con el pasaporte confiscado, y un misterioso hombre de negocios, más turbios que petroleros. Son dos cuerpos que se atraen pero no pueden fiarse el uno del otro, de modo que, acorralados por siniestros policías secretas y agentes de inteligencia con el don de la ubicuidad, no tienen más remedio que huir.
Podríamos entender “Stars at Noon” como la versión que hace Denis del subgénero “lovers on the run”, una especie de “Los amantes de la noche”, de Nicholas Ray, en tiempos de la revolución. A Denis no le gusta dar explicaciones, y sus personajes nadan en una ambigüedad propensa a la traición mutua, lo que a veces puede incomodar a un espectador en busca de certezas, sobre todo cuando la película parece tomar la forma de un thriller político en tierras exóticas. Para que “Stars at Noon” respirara a pleno pulmón, sudando de verdad, acariciada por la bella banda sonora de los Tindersticks, faltaría, tal vez, que la pareja protagonista (Margaret Qualley le gana el pulso a un insípido Joe Alwyn) tuvieran algo más de química.
Más física que química es la que hay en la iraní “Leila’s Brothers”. Física nuclear, la de la familia disfuncional que vive en un permanente estado de lucha e histeria, al filo del punto de fisión. En algún momento la película de Saeed Roustaee parece acercarse al cine de Asghar Farhadi, miembro del jurado en esta 75ª edición del Festival de Cannes: Leila, sus cuatro hermanos varones y sus padres se manipulan mutuamente para conseguir sus objetivos, que tienen que ver con el prestigio social, el dinero o ambas cosas a la vez, con efectos a menudo catastróficos.
Las casi tres horas de duración de “Leila’s Brothers” esconden la esencia de un culebrón un tanto excesivo, pero con una agenda política clara. Leila encarna a la Irán femenina, moderna, pragmática, que se ha hartado de sustentar al Irán tradicional, al cobarde, al tramposo, al vago, sin abrir la boca. Un Irán que solo se mueve por las apariencias, que calla cuando las fábricas quiebran y la policía carga con violencia, y que perpetúa la misoginia sistémica de una sociedad enquistada en otro siglo. Si las discursivas, verborreicas formas de “Leila’s Brothers” aportarán bien poco al cine contemporáneo, hay que celebrar que nuevas voces del cine iraní empiecen a llamar las cosas por su nombre.