El galeón “San José”: cañones, porcelana china y doblones de oro
Nuevas imágenes del pecio revelan la riqueza arqueológica que conserva y propician el descubrimiento de dos pecios más cercanos a sus restos
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Lo que revelan las imágenes es el desorden habitual que dejan los naufragios. Un paisaje violento de objetos revueltos y desorganizados hecho de jarras, monedas, lingotes de oro y vasijas dispersas. Un retablo que también tiene de un adecuado y quizá obligado interlineado histórico. Las grabaciones del pecio del galeón San José nos habla de una embarcación noble, de estilizada elegancia, ya con un nombre o una fama asentada, que partió de las costas de España en 1706 y que dos años después encontró una imprevista sepultura en las aguas del Caribe, cerca de la isla de Barú, a corta distancia de Cartagena, durante un combate naval entablado con buques que lucían pabellón británico y que hoy resulta inevitable figurárselo repleto de dramatismo. Un final que sirve para que cualquiera pueda proveerse de una adecuada aureola mítica.
Pero ahora este conjunto de materiales sedimentado en el fondo marino, colonizado por especias marinas de diferente aliento, las anémonas habituales más los diferentes Nemos que pueblan esa clase de profundidades, nos remite a una época en que la Tierra ya no era una cartografía inabarcable y misteriosa, sino un mundo que había menguado para las ambiciones de los hombres y que los mapas mostraban como un orbe más pequeño, menos gigante, más adecuado a nuestras dimensiones humanas, al alcance, vamos, de los nuevos navíos que surcaban los océanos y se diseñaban en los astilleros.
El avistamiento de una época
Lo que viene a contarnos el San José, y los dos pecios que se han descubierto (puede que este número acabe ascendiendo a diez) en los aledaños de su costillar de madera, toda esa arquitectura náutica de maderos y armazones, son los signos de una primera y seria globalización. La expansión de unos países y unas economías que terminarían por redimensionar la superficie del planeta y que anticipaban todo lo que nos vendría después. Aquí se ve una radiografía primera de la interconexión global antes del «Frankenstein» de Mary Shelley, de los ordenadores preconizados por Turing y la irrupción de internet. Entre sus restos asoman porcelanas chinas, cañones sevillanos, monedas de ocho reales y pequeños enseres, que nos remiten a una cotidianeidad ya perdida y alejada de nuestras sensibilidades contemporáneas, que asoma entre una arena salpicada de conchas y racimos de distintas plantas.
A más de mil metros bajo el mar reposa el San José, que suma sus vestigios a nuestra imaginación, repleta de atavismos y siempre tendente a formar leyendas. Sus huellas se añaden ahora al Endurance, el barco de Shackleton, que reapareció hace poco, y al HMS Terror, que desapareció en su búsqueda por el Paso del Noroeste, lo que dio pie a una afamada serie de televisión, y que también ha surgido del olvido. El problema en este momento es cómo extraer este botín arqueológico. Aquí es donde entra la jurisprudencia, la ley, los derechos que imperan, que pueden enfangar este tesoro aún más que el lodo que rodea al barco. Los vídeos grabados provienen de la «monotorización» del lugar. Un intento por vigilar y corroborar que todo permanece donde debería estar y que a este legado no lo mueve ahora ni las mismas corrientes marinas.