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Literatura

Gianrico Carofiglio y su Penélope, una detective autodestructiva y bebedora

El escritor y fiscal italiano publica su primer libro sobre esta investigadora, que se ha convertido en una referencia contra la «mediocridad moral»

El novelista, un fiscal con pulso literario
El novelista, un fiscal con pulso literarioGIUSEPPE BIANCOFIOREDuomo ediciones

Gianrico Carofiglio tiene un alma paralelepípeda, que refleja las abundantes vocaciones y debilidades que mueven su inteligencia. Fiscal del Estado, miembro de la comisión parlamentaria antimafia y senador en Italia, sostiene con la firmeza de quien conoce bien los senderos y vericuetos de la jurisprudencia que «las palabras pseudotécnicas que emplean los abogados en público es una manera de otorgarse importancia», pero, sobre todo, subraya, es «una forma antidemocrática de intervenir las funciones públicas: hablo de una manera que no me entienda nadie para dar a entender aquí quién es el que tiene el poder. Siempre me ha preocupado la relación que existe entre la falta de claridad, la transparencia y las actitudes más o menos autoritarias».

Carofiglio, de voz animosa, conversación dilatada y un humor que nadie sospecharía en un hombre de toga, maneja con desenvoltura el ejercicio de las leyes, pero también las sinuosas reglas que ordenan la literatura. Ahora se ha sacado de la manga un as que nadie aguardaba. Un personaje cincelado con sombras, más que con luces, y que arrastra consigo más muescas que el revólver de un pistolero. Su nombre es Penélope Strada y es uno de esos caracteres que se deslizan por el filo de las contradicciones con la misma desenvoltura que un equilibrista por un alambre. Fiscal retirada de su actividad por un incidente que calla, sus días se mueven ahora entre la vida más «healthy», deporte y comida vegetariana, y los abismos del alcohol y otros excesos aledaños. Leche de soja, champán y calmantes. «Me he esforzado por contar este personaje desde la perspectiva femenina, aunque contenga connotaciones que suenen masculinas. Presenta grandes contrastes, pero las personas interesantes no son homogéneas». Antes de que se le interrumpa, Carofiglio se apura a señalar: «En ella reconocemos un gran deseo de relaciones humanas, aunque derrocha su vida en encuentros sin significado. Es un comportamiento casi de depredación. Sus características son la ira, que se mueve en su interior, y una rabia intensa hacia el mundo exterior y que también siente hacia sí misma. De ahí su comportamiento autodestructivo. En la segunda novela se aclara por qué».

El escritor acaba de publicar la segunda novela dedicada a Penélope Strada. Pero a España nos llega ahora la primera, «La disciplina de Penélope», de la mano de la editorial Duomo. Un texto intenso, violento, de una brevedad meditada y que corta con la severidad de un cuchillo. La trama se abre con la aparición de un hombre que le solicita ayuda. Él ha sido absuelto del asesinato de su mujer, pero quiere que ella descubra al verdadero criminal para que su hija no viva jamás con la duda de si fue él o no quien mató a su madre. «La fiscalía ha sido un observatorio privilegiado para lo que llamamos el bien y mal, porque lo ves todo. Lo que aprendes es que a menudo van entrelazados. Los malos no son tan malos, pese a las fechorías que han cometido, y los llamados buenos pueden hacer cosas feroces. Conoces a personas que están a tu lado y con los que jamás querrías relacionarte y conoces criminales simpáticos, y otros odiosos, también». Una de las lecciones que le ha dejado la profesión es que «el genio criminal es una chorrada. He conocido criminales inteligentes, pero genios criminales, jamás. Casi todos los criminales son niños. Son bastante poco adultos, la verdad, y muchos desean que des con ellos. Los que resultan adultos, son complicados de cazar, porque actúan por principios racionales. Pero son poco frecuentes».

Un fenómeno extendido

Uno de los asuntos que le preocupa a Carofiglio es cómo la política intenta ahora doblar la ley, algo contra lo que se levanta: «No es un fenómeno de nuestros días. Es lo que ha hecho siempre la política, intentar reducir el control de la legalidad, las funciones de los magistrados y reducir sus poderes. Pero sí podemos decir que en las últimas décadas muchas reglas se han escrito y definido para salvoconducto de colectivos de criminales, sobre todo, los llamados de cuello blanco, los que no se ensucian las manos». ¿Y la mediocridad moral? La pregunta le hace sonreír al escritor. Es un tema que ha tratado en ensayos y artículos. «Se está convirtiendo en un fenómeno totalizador. Todos hemos vivido a menudo momentos de esos. Hacemos algo equivocado y buscamos pretextos en lugar de aceptar la responsabilidad. Por ejemplo, jamás vas a escuchar a un político aceptar que ha cometido un error. Como máximo dirá que es un cabezota o cosas así. He reflexionado mucho sobre sus efectos en la política. Suelo decir que es una enfermedad de la política actual. Igual que uno de sus males es el cortoplacismo. Un norteamericano decía: «El político siempre piensa en los siguientes comicios, el estadista en las próximas generaciones». La situación ahora es más grave, porque la política no se molesta en las elecciones, sino en lo que va a escribir mañana en las redes sociales. O sea, es una total falta de perspectiva, de horizonte... Pero, precisamente, Penélope Strada, si se revuelve contra algo, es precisamente contra la mediocridad moral que existe a su alrededor».