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Vicky Krieps: “Sissy, como Romy Schneider o Lady Di, no encajaban con lo que la sociedad esperaba de ellas”

La actriz presenta en el Festival de San Sebastián “La emperatriz rebelde”, una vuelta de tuerca más punk y anacrónica a la biografía de Isabel de Baviera, la célebre Sissy Emperatriz
ADSO FILMS / MK2
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Cuenta Vicky Krieps (Luxemburgo, 1983) que, rodando “La emperatriz rebelde”, presentada estos días en el marco del Festival de San Sebastián y con un estreno fijado en nuestro país para el próximo 11 de octubre, una araña se le empezó a subir por el brazo. En lugar de detener la escena como sería habitual, la actriz de “El hilo invisible” o “La isla de Bergman” sintió que debía jugar con ella, que “debía permitirse ser libre como actriz” y ver hasta dónde llegaba la improvisación. La araña le acabó entrando por la manga de los ampulosos ropajes, algo que su compañero resolvió con un divertido: “Creo que la emperatriz tiene una araña en el vestido”, mirando a cámara. La escena, se puede ver íntegra en la nueva película de Krieps, dirigida por Marie Kreutzer y en la que da vida a Isabel de Baviera, la mítica Sissy Emperatriz.
Todo ello lo relata, la intérprete, recogiéndose sobre una silla del lujoso hotel María Cristina donostiarra para atender a LA RAZÓN en formato de mesa . La pose de Krieps, gran dama europea de la interpretación sin cumplir todavía los cuarenta, es la de la respuesta cercana, la del manejo de los tiempos vertiginosos de un festival internacional y la de la reflexión que acota en dos minutos pero podría llevarla fácilmente al simposio si así quisiera. Su Sissy, que cabalga purasangres y amantes a ritmo de canciones de la cantautora francesa Camille, es punk, sí, pero también es neoclásica, como si la irreverencia fuera en el fondo y no en la forma. Hay, en la película -que ha sido seleccionada por Austria para competir en los próximos Premios Oscar- una especie de manifiesto sobre la libertad en femenino, si es que eso existe, y una huida desclasada de lo etéreo, que en otras manos sería panfleto pero en las de Kreutzer es un concierto para solista. Ahí, brilla Krieps con el esplendor de una estrella de antaño, quizá esa misma Romy Schneider a la que homenajea, pero con el tempo de una diva contemporánea. El todo, una sonata musculosa y memorable.
-Usted tenía un pequeño papel en “Tres días en Quiberon”, la película de Emily Atef sobre el ocaso de Romy Schneider, y ahora da vida a uno de los personajes que hizo más célebre a la actriz austriaca. ¿Fue un referente en su carrera?
-Totalmente, siempre hubo una conexión. Recuerdo ser pequeña y que la gente me dijera que me parecía a ella, pero yo no sabía quién era. Creo que una de las razones por las que hice esta película es porque tanto Sissy como Romy Schneider sufrieron, en distintas épocas, a algo que le ocurre a muchas mujeres. Y eso es la sensación de fallo, de no estar a la altura de la imagen que se te otorga y que la gente espera de ti. Creas tu propia prisión y te conviertes en una víctima de tu propio problema. Quería, por eso mismo, mostrar un personaje complejo, con el que no fuera fácil empatizar porque muchas veces no es bueno, no se comporta bien. No es agradable, es vanidosa. Por una vez, me he permitido crear un personaje que hace cosas porque sí, no siempre con una explicación lógica detrás. Nunca había hecho eso. Y lo he hecho porque ni a Sissy ni a Romy Schneider se les permitió comportarse, o dejar de comportarse, como les dio la gana en su vida. Quería hacerles esta especie de regalo póstumo.
-Normalmente, los biopics se toman demasiado en serio a sí mismos, pero en “La emperatriz rebelde” hay una sensación de ironía que recorre toda la película. Algo que ya estaba en “El hilo invisible”. ¿Cree que esa es la relación entre ambas películas?
-Creo que hay dos diálogos. Uno es creativo, que parte de los directores, porque ambos han sido completamente libres para hacer la película que querían realmente hacer. Para Paul Thomas Anderson, quizá, es más fácil, porque es un hombre y se hizo famoso muy joven. Pero para Marie Kreutzer fue más complicado, porque es una mujer y no tuvo un presupuesto ni remotamente parecido. Y luego está el diálogo entre la Alma de aquella película y la Isabel de esta. Ambas encaran de forma distinta el vivir en una jaula, desde la novedad o desde la costumbre. Por eso creo que la película, en cierto sentido, es como una especie de ejercicio de libertad para mí. Como decía antes, Romy Schneider por ejemplo fue encerrada por su propia belleza. No la dejaron ser otra cosa. Al final de su carrera ni siquiera pudo regresar a Alemania, por lo cruel que se fue con ella por romper el mito de la chica guapa. Tenía que vivir llena de maquillaje... Y por ejemplo, aquí, me permití decidir que no quería llevar maquillaje. Como mujer y como actriz que intenta contar su propia historia a través de sus películas, hay dos puntos de inflexión en ambas películas. Aquí la película viene de una idea mía, y en cambio en “El hilo invisible” me sentía como invitada al salón de estos dos maestros, PTA y Daniel Day-Lewis, donde tenía permiso para bailar, pero siempre en sus tiempos. He crecido y he fundado mi propio salón.
-¿Estaría usted de acuerdo si decimos que su película trata sobre la empatía? O, al menos, sobre la empatía que como espectadores nos permitimos sentir ante alguien como Sissy.
-Es una pregunta muy interesante. Y estoy de acuerdo, porque uno de mis miedos respecto a la película era que la gente no aceptara a Sissy o no siguiera la historia porque ella no es en absoluto empática. Y aún así uno siente empatía por ella. Y tienes razón, es una película sobre sentir empatía incluso cuando no entiendes porque ella hace lo que hace. Es egoísta, nunca se termina de perdonar nada, sufre mucho. Sí, es una manera interesante de pensar la película.
-¿Cree usted que podríamos establecer una comparación entre las princesas y las actrices de hoy en día? En el sentido de estar en constante exposición, por ejemplo. ¿Le fue fácil relacionarse con esa especie de atadura constante con la que vivía Sissy?
-Si, porque la idea de la película viene realmente por esa misma idea de las atadura, las de ser mujer, las de ser madre... Todas esas imágenes con las que tenemos que lidiar por ser mujeres. Y así se lo presenté a Marie Kreutzer, pero al principio no quiso hacerla porque pensaba que era demasiado kitsch. Pero me mandó el guion terminado justo al terminar el tour de prensa de “El hilo invisible”, quizá lo más cerca que he estado de ese agobio, y no me gustó nada. No lo acepté nada bien, y esa fue una de las razones por las que me sentí más cómoda luego, por ejemplo, en el cine francés. Leí el guion y me entraron escalofríos, porque pensé en Sissy como una de las primeras víctimas de la cultura de las celebridades. Y esa sensación, con la llegada de las redes sociales, se ha extendido a buena parte de la población. Esa sensación de estrellato, de tener que estar todo el rato a la altura de una imagen imposible. No es normal que pensemos tanto en nosotros mismos, cómo nos vemos, cómo o cuánto gustamos. Tenemos muy pocos datos acerca de cuánto daño nos hará ese fenómeno como sociedad, a nivel psicológico y filosófico.
-En la película, Maren Ade está acreditada como productora. ¿Cómo se involucró en la película?
-No la llegué a conocer en persona, pero sí sé que salvaron la película casi al final de todo el proceso. Fue un proyecto muy difícil de financiar. Era difícil explicarle a la gente qué queríamos hacer con esta película. ¿Por qué música moderna? ¿Queréis hacer la “María Antonieta” de Sofía Coppola? No, no realmente. Ni siquiera me gusta esa película. Ni siquiera me gustan las películas históricas, pero había algo intuitivo en la descripción del todo. Tuvimos que demostrar muchas cosas todo el tiempo. Por eso me enorgullece tanto poder haberla sacado adelante.
-Durante el Festival de Cannes, se estableció un paralelismo en la crítica entre su Sissy y Diana de Gales. ¿Ve usted el parecido? ¿Está de acuerdo?
-Creo que hay un paralelismo con muchas mujeres que han tenido que lidiar con la fama. Podrías citar a Lady Di, Marilyn Monroe, Romy Schneider... Todas fueron mujeres que mostraron sentimientos cuando se supone que debían esconderlos. ¿Y qué hacemos? Las llenamos de medicamentos para dormirlas o para despertarlas y las destrozamos. Obviamente. Lo que hace más parecidas a Sissy y a Diana es que ambas vienen de un ambiente aristócrata sí, pero distinto al de la cima de la pirámide. Más próximo a tierra. Ambas vivían en el campo, ambas fueron elegidas para mandar por su belleza, ambas se casaron en lo que se supone que serían matrimonios felices, enamoradas, pero se dieron de bruces con una familia complicada. Y ambas se vieron atrapadas en las monarquías, en esas familias reales herméticas teniendo encima que representarlas. Solo querían liberarse. Y es absolutamente increíble lo que se acaban pareciendo esta película y “Spencer” (Pablo Larraín, 2021) cuando ni siquiera sabíamos de su existencia. Las escenas de baile, las escenas de escaparse de casa en plena noche. E incluso la maternidad. Porque tanto Sissy como Diana se aferraron siempre a su condición de madres. Sissy peleó su derecho a criar a sus hijos, y fue una adelantada a su tiempo. Y creo que Diana también. Hoy en día, ambas tendrían vidas distintas.
-Es muy interesante el uso que se hace en la película de los anacronismos...
-La película, en algunos aspectos, se deja sentir como una especie de trastada. Yo por mis motivos y Marie por los suyos. Se comporta fuera del canon como directora, usa anacronismos de manera intuitiva. Y creo que todo ese viene del proceso de preproducción, cuando le enseñaban los objetos históricamente correctos y no le gustaban demasiado. Era siempre demasiada tela, demasiado dorado. Y luego, justo cuando le gustaba algo, estaba treinta años desfasado. ¿Y qué pasa si usamos esta silla? Usemos esta silla. Queríamos contar una historia, no dar lecciones. Se acabó convirtiendo en una especie de desafío. Porque, por ejemplo, mucha gente piensa que los tatuajes no fueron reales, y sí lo fueron. O la electricidad, que ya existía, pero no se usaba en palacio. Y ese proceso, que es muy bonito, es comparable a mi último rodaje con Mia Hansen-Løve, porque ella me decía que había cosas que no se podían explicar racionalmente, tenían que venir del corazón, de lo emocional. Pero aun así, ambas directoras son muy cerebrales, muy inteligentes, en su uso de esas emociones del corazón. Un ejemplo de eso es el pasillo de cemento que conecta las estancias de palacio, que se construyó para la película y en el que se dejaron una pala y un recogedor. Bien, pues vistos en el plano, Marie decidió dejarlos allí. Esa es la principal diferencia con los cerebros y directores más masculinos, como PTA o Mathieu Amalric.