“La consagración de la primavera”: Fernando Franco se adentra en el jardín
El director de “La herida” vuelve al Festival de San Sebastián con una película sobre la dualidad del deseo entre una joven recién llegada a la universidad y un chico con parálisis cerebral
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La tala era complicada, pero el jardín acaba floreciendo exuberante. En “La consagración de la primavera”, que presentó hoy el director Fernando Franco a concurso en el Festival de San Sebastián, el verbo carnal es metáfora silvestre, el sexo es vida y lo erótico se aparca en favor de lo práctico. La polisemia del jardín, por supuesto, no es casual, puesto que el director de “La herida” decide conscientemente ponerse a podar en uno de los patios menos explorados del cine contemporáneo: el deseo de las personas con diversidad funcional. Así, y de la mano del descubrimiento de Valèria Sorolla –apunten su nombre de cara a los próximos Premios Goya-, Franco se mete a paisajista del sexo prohibido, ese que a un co-protagonista con parálisis cerebral (Telmo Irureta) le es esquivo y en el que su madre, siempre imperial Emma Suárez, le ayuda en la medida de lo posible (y lo legal).
No se trata de darle forma a un rosal explícito, como acercándose a ese tabú desde el morbo, sino de buscar su raíz en tierra y dejar que sea el espectador quien realmente juzgue si el debate debe ser regado o dejado a su suerte. El abono es aquí la mano firme del director tras la cámara, nunca desesperado por mostrar, pero siempre dispuesto a sugerir. ¿Es legítimo el debate moral sobre la asistencia sexual a las personas con discapacidad? Franco, en “La consagración de la primavera”, asume una posición por la que se deduce que sí, pero nunca desde un absolutismo condescendiente, sino desde la misma postura didáctica que ya planteaba, respecto a la eutanasia, en la excelente “Morir”.
Cinco años parecen demasiados desde su último proyecto, no tanto si tenemos en cuenta que como montajista Franco ha participado en “Un año, una noche” o “Que Dios nos perdone”, pero es que el director imprime un cuidado al guion co-escrito junto a Bego Arostegui en el que la tijera más pequeña parece la más importante. Aquí, en su regreso al mismo San Sebastián del que salió con el Premio Especial del Jurado en 2013, el realizador andaluz vuelve a lidiar con una hiedra complicada, arraigada en el acervo de lo insondable por difícil, pero sale vivo y, además, tiene tiempo de regalarnos uno de esos coming-of-age al que de verdad merece volver en un segundo y tercer visionado.
Punto meritorio aparte merece el trabajo de Franco en la dirección de actores. A la revelación de Sorolla, que firma silente y laboriosa uno de los primeros papeles de incel en femenino que ha parido el cine español contemporáneo, se suma el buen hacer de Irureta. El otrora monologuista, reconvertido ahora en actor, hace uso de su vis cómica a la perfección, pero también se convierte en sujeto y esqueje de la reivindicación explícitamente política de la política. No hay enfado, no hay protesta, solo manifiestos, defensas intelectuales y muchos chistes de humor negro. Y aun así, pese a la amabilidad con la que Franco y Arostegui escriben el personaje, no hay ahí rastro de condescendencia ni de consciencia lastimera, solo un proyecto condicional de vida (como cualquier otro) con el que uno puede o no estar de acuerdo (como con cualquier otro).
¿Podría la película de Franco antojar una tesis soberana y liberal sobre el sexo como bien de mercado? De nuevo, no si atendemos a lo textual, a lo voluntario y, sobre todo, a lo estético, siempre jugado en favor de lo didáctico, nunca de lo reaccionario. “La consagración de la primavera” es el jardín en el que Franco eligió meterse, en consonancia con la “Fácil” de Anna R. Costa y las tutelas estatales, o “La Maternal” de Pilar Palomero y los embarazos adolescentes. La propuesta siempre es valiente, y eso dice mucho de nuestro cine. El resultado nunca es el mismo, y eso dice todavía mucho más de nuestra industria.