Mia Hansen-Løve: “La grandeza de Bergman fue la de no tener miedo a la oscuridad de lo humano”
La directora francesa estrena este viernes «La isla de Bergman», reflexión sobre la autoría, la dependencia y el ego con el gran mito sueco como fantasma omnisciente
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Apenas apura el primer café de la mañana, pero su gesto ya la explica serena, reflexiva. Quizá es un avance de su cine, ese que se hace grande en el montaje y que detesta las miradas vacías de significado. Pide agua en francés, perdón por llegar tarde al periodista en inglés y se sienta buscando la luz, quizá como reflejo de ese gen nórdico que heredó de su abuelo paterno. Mia Hansen-Løve (París, 1981) es una de esas directoras capaces de pintar paisajes en unas líneas, apelando a la concepción más holística de la autoría. Así atiende a LA RAZÓN, a unos días del estreno de «La isla de Bergman» y recién salida de la vorágine del Festival de Cannes, donde presentó una todavía más reciente película, «Un beau matin», junto a Léa Seydoux. Con una filmografía que ya es más grande que sus ocho largometrajes –premiados en los certámenes más prestigiosos–, la realizadora francesa fue merecedora del galardón honorífico Luna de Valéncia, que otorga el Cinemajove de la ciudad del Turia en su 37ª. Edición.
Contra la autoficción
«No es raro, pero sí llegas a cansarte de ti misma después de tantas entrevistas. Hay una especie de dificultad añadida al hablar estrenos retrasados por culpa de la pandemia, y es la de mantenerte fresca, no decir muchas estupideces y no agotar la película», explica meridiana la directora gala sobre «La isla de Bergman», que llega este viernes a nuestras carteleras y en la que se atreve con uno de los mitos intocables de la cinefilia mundial. En el filme, Vicky Krieps y Tim Roth son una pareja de cineastas que viajan al mítico islote de Fårö (Suecia), retiro fetiche del tótem sueco, para intentar escribir cada uno su propio guion. La experiencia, por supuesto, será muy distinta en ambos casos, y hay en ello hasta una observación casi morbosa de la autoficción, sobre todo si tenemos en cuenta que Hansen-Løve compartió quince años de vida (y una hija) junto al también director y guionista Olivier Assayas: «En esta película hay tanto de mí como en cualquier otra. Si hiciéramos una lista, claro, podría decir qué son hechos y qué es ficción, pero me gusta ir a la contra de la autoficción, basándome más en los sentimientos que evocó cada momento. Como directora, hacer una película de directores me ha hecho acercarme a mi propia biografía, pero no se trataba de saldar cuentas pendientes ni mandar mensajes, el argumento nunca deja de ser ficción», añade.
Como en una especie de mecanismo de muñecas rusas, y para darle una pátina de ficción más a su relato, Hansen-Løve se refleja en el personaje de Krieps que, a su vez, se imagina perdida y más joven en Farø con la cara de Mia Wasikowska. El escapismo, que en «La isla de Bergman» es también resorte para trasladarnos al interiorismo sentimental del que siempre hizo gala el realizador sueco, sirve a la directora para epatar en la sensación estrictamente coyuntural de estar viviendo vidas ajenas o, en su defecto, imaginar las que no pudimos vivir: «Ha sido el mejor rodaje de mi vida, la mejor experiencia. Y entiendo perfectamente por qué Bergman no quería salir de allí. Es como un estudio gigante que no necesita apenas preparación, es el mundo y la naturaleza a tu entera disposición. Jamás me he sentido en tanta sincronía con mi equipo y me llegué a conocer el islote de memoria», reflexiona sobre la relación casi amorosa del director de «Persona» y «Fresas salvajes» con su tierra.
Sin caer en la hagiografía, pero tampoco en la contestación más fácil o en la revisión, Hansen-Løve es capaz de honrar la figura de Bergman como ente omnisciente, llegando incluso a la comedia y la parodia alrededor del culto que se le rinde en su isla. Un safari de localizaciones de rodaje, existente en la vida real, sirve aquí para que la película sea capaz de reírse de sí misma y para que el mítico crítico español Jordi Costa haga incluso un cameo: «Creo que, después de hacer la película, Bergman me fascina todavía más. Quizá queda muy cursi decirlo, pero ahora lo siento como un miembro de mi familia. He estado tanto tiempo metida ahí, he invertido tanto de mí que me siento como una especie de nieta apócrifa», completa la directora antes de seguir sobre esa crítica explícita que se hace en la película a los modos machistas («¿Quién cuidaba de sus hijos mientras él escribía tranquilamente?», se pregunta un personaje) de la persona más allá del director: «Siempre será un misterio para mí, porque todo lo que he podido saber sobre él es testimonial. Eso es lo que quería dejar claro en la escena del safari. En la revisión de los mitos, de los iconos, siempre habrá algo de comedia porque hay huecos que debemos rellenar con nuestra subjetividad, e incluso con el contexto en el que damos nuestra opinión. No me estoy riendo de los cientos de visitantes que van a rendir culto a Bergman a su isla y que se interesan por su cine, pero sí quería alejarme de la seriedad con la que siempre asociamos su cine y de la que se escapó en apenas un par de proyectos, como ‘’Fanny y Alexander’'. Si acaso, me estoy riendo primero de mí misma, como una más de esas personas que es capaz de venerar hasta un punto casi ridículo a una persona y a un director que no conoció», ríe durante la respuesta.
Un mito recurrente
Ironía aparte, «La isla de Bergman» es también un relato de emancipación femenina, de entendimiento moderno de las relaciones entre hombres y mujeres más allá de lo parasocial y un tratado, si cabe, todavía más socialdemócrata, más pretencioso (en el mejor sentido de la palabra, el único válido) y más pragmático que cualquier filme de culto del sueco: «Es complicado saber por qué siempre volvemos a Bergman. La respuesta más obvia es que es, quizá, uno de los tres más grandes. La respuesta más profunda, quizá, tiene que ver con que siempre pudo mantener su independencia, y eso nos devolvió un cine incapaz de traicionarse a sí mismo. Nunca le quedó debiendo nada a nadie, y eso es algo que hoy en día es imposible de afirmar. Cada vez tenemos a más directores refugiándose en lo comercial para poder afrontar proyectos que les motiven desde lo autoral. Mucha culpa de ello la tiene la serialización del consumo de cine y televisión. Los productores no quieren un guion, quieren tres o cuatro, serializados. Y, además, cada vez se trata de proyectos más corales donde es complicado que se imponga una sola voz, una sola visión. Bergman apenas tuvo más compromiso que consigo mismo. Por eso fue capaz de buscar en los lugares más oscuros de su vida, extraer las sensaciones y los sentimientos y ponerlos al servicio de su cine. Nunca tuvo miedo de reflejar el lado más oscuro del ser humano ni de quedarse fuera de la moda, del signo de los tiempos», diserta apasionada Hansen-Løve antes de despedirse.
En eterno retorno, el estreno de «La isla de Bergman» coincide en el tiempo con dos proyectos igual de titánicos alrededor del cineasta sueco y que bien complementan el visionado de la película. «Secretos de un matrimonio» (HBO) vuelve a los guiones de almohada de Bergman, ahora con Jessica Chastain y Oscar Isaac como protagonistas; y la editorial Fulgencio Pimentel está recuperando en español toda la obra escrita del genio, con títulos como «Niños de domingo» o «La buena voluntad».