Sección patrocinada por sección patrocinada

Cine

Todas las vidas de El gato con botas

Antonio Banderas da voz, una vez más, al felino con más carisma del cine de animación en una aventura tan épica y divertida como apabullante en lo técnico

Antonio Banderas da vida de nuevo a El gato con botas en su nueva aventura, más de una década después de la anterior - EFE / Universal Pictures / DreamWorks Animation
Antonio Banderas da vida de nuevo a El gato con botas en su nueva aventura, más de una década después de la anterior - EFE / Universal Pictures / DreamWorks AnimationUniversal Pictures/DreamWorks AnimationEFE/Universal Pictures/DreamWorks Animation

Parece mentira, pero ya han pasado casi dos décadas desde que Antonio Banderas se estrenara como la voz rota y acentuada, a este y al otro lado del charco, de El gato con botas en «Shrek 2» (2004). Aquel invento del estudio Dreamworks, que tan bien había funcionado tres años antes reventando la taquilla y elevando las expectativas de espectadores y crítica respecto a qué debía o podía ser una película de animación infantil, sobrepasó incluso las previsiones más favorables y reimaginó para siempre el canon. Ya no se trataba de atraer a los niños y sentarles frente a una sala a oscuras durante noventa minutos, sino que la compañía de Steven Spielberg se había propuesto que fueran, también, los padres quienes encontraran el entretenimiento definitivo.

Por supuesto, la interpretación de Banderas, junto a la de Eddie Murphy como Asno, recibió multitud de aplausos y el estudio puso en marcha una película propia para el minino. Antes, por cuestiones de pura gula turbocapitalista, llegarían dos secuelas más de un Shrek que, agotado en la ficción, pasó a convertirse en meme de los últimos millennials y los primeros zeta. En 2011, el estreno en 3D de «El gato con botas» suscitó el mismo interés que el de sus primas, recaudando jugosas cifras en su primer fin de semana pero diluyéndose como una pesadilla más de la cartelera, del mismo modo que ocurriera con «Shrek, felices para siempre» (2010).

Aquella «oportunidad perdida», como explicaría su propio director, Chris Miller, provocó que El gato con botas desapareciera de la gran pantalla, adaptándose a la vida en las plataformas de «streaming» y a derivados televisivos de poca calidad y todavía menos inversión presupuestaria de su estudio materno. Los síntomas de agotamiento de la franquicia «Shrek» eran evidentes.

De los pies a la cabeza

Varias vidas después, con una Dreamworks que sigue conservando el capital del Rey Midas de Hollywood pero que ha cambiado su dirección de los pies a la cabeza, «El gato con botas: el último deseo», que se estrena en España coincidiendo con las fiestas, nos devuelve al felino más carismático de la animación y además lo hace en una especie de ejercicio de metacine. El minino, feliz tras los acontecimientos de la primera película, vive de pueblo en pueblo sobreviviendo como héroe local y, literalmente, riéndose de la muerte. Borracho de éxito, y de la mejor leche, El gato con botas sufrirá la pérdida de su octava vida, dejándole al borde del precipicio en una premisa que parece oscura, pero es todavía peor. De entre las sombras, y como si de una película de terror se tratase, aparecerá un mercenario cazarrecompensas, dispuesto a, literalmente, llevarse el gato al agua. La huida, entre silbidos de muerte y maullidos, llevará al protagonista a encontrarse con viejos y nuevos amigos gracias a un sólido guion al que se le nota la mano de Paul Fisher («Los Croods: una nueva era») y Tommy Swerdlow («El Grinch»).

«Me gustaría que mis hijos vieran las ocho películas que he hecho con Pedro Almodóvar, por ejemplo, pero soy consciente de que es mucho más fácil que conozcan mi trabajo a partir de “El gato con botas”», le confesaba Banderas a «Collider» en una entrevista con motivo del estreno de la película, a la que dudó si subirse o no, pero cuyo convencimiento pasa por el nuevo arco de Dreamworks: tras unos años a la deriva, el estudio de animación ha puesto en desarrollo dos nuevas sagas, de propiedad intelectual desconocida, y a «El gato con botas: el último deseo» sumará en 2024 el estreno de la quinta parte de «Shrek», largamente esperada por los fans. «No todo en la vida puede ser gazpacho», explicaba cómico el actor al mismo medio.

Crítica de “El gato con botas: el último deseo”
Minino Banderas
★★★★☆
Por CARMEN L. LOBO
Curioso, en EE UU los gatos no tienen siete vidas como por aquí, sino nueve, dos más de propina, lo que el personaje (y nunca mejor dicho, porque menudo es) de la segunda película protagonizada por este minino engreidillo, atolondradamente valiente y tan salado como las pesetas y el propio Banderas que le presta su voz y parece haber nacido para ello, sabe por desgracia demasiado bien porque acaba de llegar a la última. Vamos, que una y no más, santo Tomás. Tras morir, por cierto, de maneras bastante singulares y «cartoon», como de un campanazo, mientras participaba en los encierros de Pamplona, tras decidir lanzarse desde un cañón, después de sufrir una violenta alergia provocada por comer marisco y etcétera. Pero el felino tiene un plan para solucionarlo que pondrá en marcha ayudado por su antigua novia, a la que plantó en la iglesia el día en que iban a casarse, y un perrito ingenuo, adorable, que fue duramente maltratado pero mira siempre el lado bueno de la vida. En el camino se toparán con una macarra y emancipada Ricitos de Oro junto con los tres osos enormes, además de un villano que carga un maletín sin fondo. Y todos quieren lo mismo, ese último deseo aunque por motivos bien dispares. Vuelta por la puerta grande al ya un tanto marchito y sobadito universo Shrek gracias a una historia de ritmo endiablado, una potente animación que mezcla varias técnicas, numerosos y la mayoría afortunados gags (que incluyen referencias a varios cuentos de hadas clásicos), un final estupendo, muy manga, y la gracia y el carisma del protagonista, muy bien arropado esta vez por el resto del «reparto». DreamWorks, que tantas veces ha metido la pata, y no únicamente la de un felino, consigue esta vez, no solo superar la primera película, que ya es meritorio, sino una de las mejores de la irregular factoría. Larga vida, y nunca mejor dicho, a este felino chulo con acento malagueño. Qué arte tiene, joé.
Lo mejor: resulta una cinta divertida, muy ágil, y oír a Banderas, con ese acento tan seductor
Lo peor: que alguien crea que se trata de un filme normalito como el primero, porque este es mejor

Y así, la nueva entrega del felino naranja se parece más a un western de los de toda la vida que a una película de animación para un público objetivo infantil. Ahí está la presencia del malo como un fantasma, como una sombra que apenas se deja ver en pantalla. Ahí están las alianzas circunstanciales, con personajes clásicos de cuento como Ricitos de Oro volviendo para la ocasión. Y ahí está la historia de tiranteces amorosas, con idas y venidas, que nuestro gato protagonista mantiene con Kitty Zarpa Suaves, a la que pone voz tanto en inglés como en español la mexicana Salma Hayek.

De hecho, el poder de la nueva película, preparada para disputarle el número uno de la taquilla a la nueva «Avatar» allá donde la dejen, pasa por volver a centrar el objetivo del filme en ser una película para absolutamente toda la familia, desde los más pequeños, que disfrutarán con los chistes de «slapstick» más básicos, hasta los adultos, que verán en esa carrera del gato contra la muerte una historia apasionada y bien construida, un cuento de hadas moderno y actualizado. Joel Crowford y Januel Mercado, directores del filme, hacían explícito este sentimiento en la presentación a los medios en Los Ángeles: «El cambio de tono fue tan radical que Dreamworks mantuvo el guion casi una década en el cajón. Era arriesgado, por lo que querían hacer algo que de verdad mereciera la pena. Cuando llegamos al proyecto, nos explicaron que la intención era viajar con El gato con botas. Así que nos pusimos manos a la obra y lo hicimos de manera explícita. ¿Y si el motor de toda la película fuera, precisamente, un mapa?», explica vehemente Mercado en declaraciones recogidas por la revista «Animation Magazine».

Por ello, en «El gato con botas: el último deseo», toda la película gira en torno a la posibilidad que tiene ante sí el minino de volver a recuperar sus vidas y ser el de antes o, por el contrario, abrazar su nueva identidad, su edad y su experiencia, conectando con la moralidad del filme: «Nos planteamos esta película como si fuera un capítulo aparte, una entidad por sí misma. Claro, todos los elementos del ‘’Shrekverso’' están ahí, pero queríamos que se pudiera entender por ella sola. Sin un desarrollo de personaje, sin una enseñanza final, simplemente estás pidiéndole su dinero a la gente por más de lo mismo», añadía sincero Crawford en el encuentro.

Atrevimiento técnico

Más allá del estado general de la industria, y de los alicientes publicitarios de una cinta por cuya versión original desfilan Florence Pugh, el cómico John Mulaney o Wagner Moura –el mismísimo Pablo Escobar de «Narcos»–, lo verdaderamente interesante de la nueva aventura de El gato con botas es su atrevimiento en lo técnico. Bebiendo de la revolucionaria fórmula de «Spider-Man: un nuevo universo» y mezclando varios tipos de animación distinta en el mismo plano, «El último deseo» va un paso más allá, atreviéndose a modificar incluso la velocidad de los fotogramas y convirtiendo las escenas de acción en un deleite audiovisual a la altura de estudios con todavía mayor experiencia en el campo. Así, escenas generadas por ordenador en las que cada partícula de magia brilla por sí misma conviven con, por ejemplo, partes dibujadas a mano y animadas al estilo artesanal.

De esta forma, todo brilla del mismo modo en la versión española, que tiene un divertido cameo de Rosario Flores («Uy, uy, uy, hace el gato») y que adapta inteligentemente todos los chistes, sin perder ni siquiera aquellos más gráficos gracias a las maravillas que permite la adaptación territorial en nuestros tiempos. Y, si las nueve vidas del felino más carismático del cine moderno lo permiten, «El último deseo» está destinada a convertirse en un clásico moderno y, quién sabe, hasta disputarle la nominación al Oscar a la casa Pixar.