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Contracultura

Un 2023 contracultural: cómo el populismo nos quiso cancelar

Ha sido el año de los delirios de la izquierda censora: desde las «personas» embarazadas a la Ley Trans, pasando por la falsificación de la historia y la revisión moralista de los cuentos infantiles: 2024 será peor

La izquierda «woke» ha sumado a las brujas a su simbología @ JESUS G. FERIA. 08-03-2018.
La izquierda «woke» ha sumado a las brujas a su simbología@ JESUS G. FERIA.08-03-2018.La Razón

Si a final de año la Fundéu elige su palabra del año que nos deja (este ha sido «Polarización») y Pantone elige el que será el color del que viene (es el Peach Fuzz, porque «refleja nuestro deseo de cuidar de nosotros y de los demás. Es un tono melocotón suave y aterciopelado cuyo espíritu envolvente enriquece la mente, el cuerpo y el alma»), nosotros, en Contracultura, no somos capaces de elegir un solo tema del año.

Y es que empezábamos 2023 hablando de personas embarazadas, porque decir mujer podría ofender a algún varón que se autopercibe mujer y que, pese a no poder quedarse embarazado por razones obvias. «No digo yo qué es lo que pasará en el futuro», nos decía el profesor Pablo de Lora, Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid y autor de «Lo sexual es político (y jurídico)» y «El laberinto del género». Sexo, identidad y feminismo, «pero hoy en día es imprescindible disponer de útero, y los seres humanos que disponen de uno son típicamente aquellos que, convencionalmente, denominamos ‘‘mujeres’’». Aún así, pese a no ser el embarazo un sentimiento ni depender de una emocionalidad, utilizar el sintagma «mujer» empezaba ya a ser casi anatema. Y eso que no teníamos ni idea en aquel enero lejano que llegaría el día ese mismo año, en julio, en el que los candidatos a la presidencia del gobierno no serían capaces de contestar a la pregunta «¿qué es ser mujer?». Lo preguntaba Santiago Abascal, el candidato de Vox, en el debate a tres de RTVE y ni Yolanda Díaz ni Pedro Sánchez eran capaces de definir «mujer». Para Irene Montero, ser mujer era «más riesgo de pobreza, más riesgo de exclusión social, más riesgo de sufrir violencias, más riesgo de cobrar menos por el mismo trabajo, más riesgo de asumir todos los cuidados, más riesgo de no poder desarrollar plenamente sus proyectos vitales porque tiene que dedicarse a otras tareas de las que los hombres no se hacen cargo, desgraciadamente, en igualdad de condiciones». Un señor de mediana edad, parado de larga duración, heterosexual y cargas familiares podría ser perfectamente, para la exministra de Igualdad, una mujer.

2023 se acaba
2023 se acabaJae Tanaka

Y así, con la indefinición de qué es y qué no es ser mujer, analizábamos la doctrina «queer» y esa agenda trans que, para el feminismo clásico, cada vez más desligado del hegemónico e institucional, supone el borrado de las mujeres y, como nos explicaba Paula Fraga, jurista especializada en derecho penal y de familia, y una voz de referencia en estos asuntos, «un disparo a la línea de flotación de las políticas feministas». La también articulista era clara en su mensaje: frente a las acusaciones de transfobia ante cualquier discrepancia, lo cierto es que «no estamos en contra de los derechos de las personas transexuales, ni mucho menos: estamos en contra de una Ley de identidad de género que vulnera los derechos de las mujeres y las niñas y que, además, supone el borrado de la realidad transexual. Porque si alguien aquí está defendiendo a las personas transexuales, a las mujeres y a los niños somos nosotros, las feministas y los juristas».

Feminismo e igualdad

Los feminismos, precisamente, serían uno de los grandes temas a lo largo de este 2023 que se nos acaba. Desde las polémicas en la manera de designar las violencias (¿de género? ¿Domésticas? ¿Intrafamiliares? ¿Machistas?) a la ineficacia de las políticas de igualdad de un ministerio que veía incrementado su presupuesto a la misma velocidad que nuestro país descendía en todos los rankings internacionales sobre seguridad y bienestar de la mujer y aumentaban las cifras de víctimas. La excarcelación de agresores sexuales y las rebajas de las penas, sumado a todo lo anterior, haría más evidente a lo largo del año la fractura entre ese feminismo hegemónico y otros feminismos, muy alejados ideológicamente de ese batiburrillo «woke». Y así llegaría al 8M, más fragmentado que nunca e, incluso, enfrentado. «Desde que está Irene Montero en el Ministerio de Igualdad, cada año se devalúa un poco más el 8M», apuntaba Sonia Sierra, doctora en filología española, articulista y feminista. «Las reivindicaciones para las mujeres son necesarias, pero no creo que las estén enfocando bien. Hay luchas que están pendientes y sin embargo cada año con esta mujer al frente las manifestaciones son peor. Desde que se empeñó en convocar a las mujeres en la calle haciendo caso omiso de las alertas sanitarias porque quería su gran baño de masas, mostrando una gran irresponsabilidad, cada año hemos acudido más divididas. Porque el feminismo clásico está cada vez más en desacuerdo con las políticas de este Ministerio. No deja de ser curioso que este gobierno, que es el más feminista de la historia según ellos mismos, tenga una forma de defender a la mujer tan difícil de entender».

Anacronismo y falsedad

Era en febrero cuando ese movimiento «woke», que con los feminismos sería tema recurrente durante todo el año (si no por unas cosas, por otras) trataría de cancelar al mismísimo Roald Dahl. Ni él se libraba de las ansias de revisión moralista. Pero esta vez no saldría bien: la reacción en contra fue prácticamente unánime. Finalmente, la editorial británica Puffin emitía un comunicado en el que aclaraba que se editarían las versiones originales, sin retirar las que incluyen modificaciones, y dejaría en manos del lector decidir cuál de las versiones prefiere adquirir. En España, la editorial Santillana aseguraba que se mantendría fiel a la obra original y que se posicionaría siempre en contra de cualquier acto de censura. La escritora Irene Vallejo (autora de «El infinito en un junco») nos decía al respecto: «Creo que hay un problema con las reescrituras: borran el contexto, falsifican la historia y pretenden resolver problemas morales por la vía del anacronismo. Las ficciones sufren desde siempre la acusación de ser díscolas y rebeldes, de asomarnos a lo perverso, pero ahí reside su poder: nos lanzan a los dilemas y conflictos de la vida en el recinto seguro de la imaginación. Resulta ingenuo creer que, si nadie menciona las malas ideas, no se nos ocurrirán. Como si pudiéramos ser sabios por ignorancia. Me parece infinitamente más interesante leer para entender lo que los libros quieren decir, no lo que yo quiero que digan».

Sin embargo, las cancelaciones e intentos de censura seguirían a lo largo del año y, me temo, seguirán durante este 2024 que nos disponemos a estrenar. Nos han dado cuenta de ello, con sus textos desde la escritora Carmen Domingo y su imprescindible ensayo «Cancelado: el nuevo Macartismo» a Alejandro Zaera-Polo, Richard Malka, Costanza Rizzacasa d’Orsogna, Nora Bussigny o Andrew Doyle. También la inteligencia artificial, la ley de universidades, la gestación subrogada, el edadismo, el revisionismo histórico, la leyenda negra, el racismo, la fe, la polarización o los intelectuales tenían, por méritos propios, su huequito en lo que hemos dado en llamar, porque no encontramos un término mejor, las batallas culturales. Que, en realidad, no es más que la resistencia de la razón ante los envites de populismos identitarios y progresismos desilustrados. Un 2023 cargadito que anuncia un 2024 no menos intenso. ¡¡Que sean felices!!