Ajuste de cuentas como testamento
Son las típicas memorias que nadie querría publicar en vida. Quedarían guardadas en un cajón bajo llave hasta que sus dardos envenedados no pudieran ponerse en contra del que los ha lanzado. Seguramente, éste es un atrevimiento sólo al alcance de unos pocos cuya fama sobrepasa la que podría alcanzar casi cualquier improperio lanzado públicamente. Alfredo Landa fue uno de ellos. En 2008, retirado, que no jubilado, como él decía, indignó y fascinó a partes iguales a la industria del cine español. «Libre, que ya era hora, caramba, libre de levantarme cuando me dé la gana y no a las seis, como durante cincuenta años, que se dice pronto». Libre también para no dejar títere con cabeza de compañeros, vivos o muertos, de enemigos e incluso amigos.
Landa se despachó con uno de sus compañeros de generación: «López Vázquez sabía que Summers me había ofrecido un papel en su película «No somos de piedra», pero le faltó tiempo para llamar al director y decirle que el proyecto le parecía tan extraordinario que quería ser él el protagonista. Y que se ofrecía a hacerlo por debajo de su caché, incluso gratis. Aquello era robarme un papel de la manera más inocua». De José Luis Dibildos afirma que le hizo firmar un contrato «leonino», dice que «le detestaba», y que pensó que «había que borrarlo de la faz de la tierra». Sobre Tony Leblanc y Manolo Gómez Bur, asegura que «en cine quedaban chirriantes y desmesurados». Al actor francés Jean Sorel le define como «más soso que la mierda de pavo». También tiene lo suyo para Josele Román: «Comenzó a cambiar y a meterse de todo, hasta que salió de órbita».
Las camas redondas
Gracita Morales es una de las que se lleva la peor parte: «Cuando la conocí era encantadora, y poco a poco se fue convirtiendo en una mujer caprichosa, despótica, intratable... Dejaron de llamarla porque no cumplía y, francamente, porque no la aguantaba nadie». Además, desvela que se organizaban camas redondas durante los rodajes: «A Alfredo Matas, el productor, le gustaba organizar camas redondas, con él de miranda. Una noche montó una historia con Maurice Ronet y Amparo Soler Leal. Quisieron meterme en el sarao a base de insinuaciones». Sobre Fernán Gómez escribe: «Era un lujo estar con él. Pero, de repente, al tercer whisky, y sin motivo aparente, se volvía hosco, agresivo, despótico, maltratando a Emma y al que se le pusiera por delante. "Luego se le pasa", decía ella». De María José Cantudo, Alfredo nos explica que «había saltado a la fama por el desnudo aquel de "La trastienda"y desde entonces había ido dando tumbos por películas espantosas. Hasta que conoció a Ramiro Garza Cantú. Este hombre era un multimillonario mexicano que viajaba mucho a España y lo primero que hacía era escoger a la moza que más le gustaba. Decía "ésta", se la traían, y él le ponía un piso por todo lo alto. Aquel año vio unas fotos de la Cantudo y fue a por ella. Y, también, por lo que parece, se enamoró a lo grande. Además del pisazo de rigor creó una productora sólo para lanzarla en Suramérica».
No se limitó don Alfredo a hablar de los demás; también lo hizo sobre sí mismo, y mucho, y también mal. También desveló algunas intimidades. Al leerlo, descubrimos por ejemplo que iba al cine casi todas las tardes. Y que, en una ocasión, el Rey lo invitó a jugar al mus en La Zarzuela. «Mi carné de identidad es mi carné de mus. Me lo regaló un íntimo, José Mari Michelena, que se autotituló rector mágnífico de la Universidad del Mus. Se lo enseñé un día al Rey y se partió el pecho. Y me invitó a una partida en La Zarzuela a través del marqués de Mondéjar. Dije que sí pero luego me achanté. No me veía yo jugando con el Rey, la verdad. O no me veía yo ganando al Rey, lo que prefieras». Su carácter, que le valió algún que otro encontronazo más o menos público, era también un viejo conocido para él. «Porque yo soy muy manso y muy bravo al mismo tiempo. Tengo un genio endiablado, un pronto que me puede. Yo soy un toro de carril. Me ponen la muleta y entro. Si me la ponen una segunda vez y me engañan, también voy. Pero la tercera es imposible». En un mismo capítulo, y con una sinceridad aplastante, Landa se confiesa tanto con un «Mucha porquería he hecho yo» o que es un magnífico «barman»: «Preparo los mejores martinis del mundo, pregúntaselo a cualquiera. Y los mejores gintonics».
Hemos visto algunos de sus enemigos; también tenía amigos con nombre y apellidos: «Los sábados a mediodía, misa de una. O sea, aperitivo y tertulia a la una con Pepe Sacristán si está, y Bonilla, que está casi siempre, y Resines, y a veces Rellán, en el bar de un hotelito». Y otros, como Garci, que ni fu ni fa: «Era un proyecto maravilloso "Luz de domingo", una historia sensacional, y lo que acabó saliendo... en fin». No poca polémica despertaron sus declaraciones sobre la industria del cine español, con perlas como «veinte millones de espectadores ha perdido el cine español en el último año, no me lo invento» y «en el cine español que se hace no veo retos que me exciten». Los actores de televisión tampoco le gustaban: «Lo que más abunda son esos chavales que creen que el ritmo es hablar rápido y con una patata en la boca. Pues mira, igual va a ser que no me apetece hacer películas con chicos que hablan rápido y mal». Resumir la personalidad de un hombre como él no es fácil: nos permitimos entonces remitir a su código de vida, que él mismo reconoció: «Abocarme en la familia y los amigos y no hacer la puñeta al prójimo».