Anitta le vuelve a sacar los colores al Brasil más racista
La cantante brasileña ha publicado "Aceita", canción dedicada al candomblé que profesa y por la que ha perdido hasta 200.000 seguidores en redes sociales
Madrid Creada:
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Apagado el incendio Bolsonaro, al menos hasta que se esclarezca su futuro judicial más inmediato, la cultura política de Brasil parecía ajena a la tendencia a la cancelación que está haciendo estragos en el mundo sajón o el que se escribe en la lengua de Cervantes. El equilibrio, inocente y efímero, partía de una base sólida: la lusofonía nunca ha estado verdaderamente unida a los dos lados del charco y, además, su esfera de influencia siempre ha estado subyugada a la federalidad del Estado brasileño, tan poco amigo de los centralismos como de aceptar una religión que no sea la ampulosa católica o la alharaca evangélica. Por eso, cuando a la artista más importante del pop brasileño contemporáneo le ha dado por confesarse santera a través de un videoclip (el de la pegajosa «Aceita»), es decir, fiel a la religión del candomblé, ha perdido hasta 200.000 seguidores en redes.
Anitta, habitual también de nuestras radios y listas de éxitos por colaborar con reggaetoneros de la esfera latina como J Balvin, Myke Towers o Karol G, viene protagonizando una amarga polémica que se alarga ya una semana y que, una vez más, ha sacado los verdaderos colores de la sociedad brasileña, una mucho más racista de lo que se cree a veces desde fuera. «He hablado de mi religión infinidad de veces, pero parece que dejar una obra artística en mi catálogo para siempre era demasiado para alguien que no acepta que los demás piensen diferente», explicaba la propia Anitta en sus redes sociales, saliendo al paso del boicot a su música al que habían llamado varios pastores brasileños. Y es que la artista, que pese al varapalo roza los 65 millones de seguidores en Instagram, ya había protagonizado otros incidentes con grupos ultra, que la criticaban por la sexualización de sus actuaciones y por las múltiples operaciones estéticas a las que se ha sometido (y que nunca ha ocultado). «No me gustaba mi cara así que me hice otra», le confesaba entre risas y hace unos meses a David Broncano, cuando fue entrevistada en «La Resistencia».
Y es que en el videoclip de la discordia, de lejos uno de los más cinematográficos de la brasileña, mucho más explosiva en otros registros, la vemos formando parte de varios ritos de esta religión de raíces africanas, ungiéndose ante una especie de ministro o bailando alrededor de una hoguera. «El axé para los del axé y el amén para los del amén», se puede leer como comentario más votado en el videoclip de la polémica, haciendo alusión al vocablo más célebre de cuantos dan forma al candomblé como conjunto cultural y mejunje, en realidad, hijo de la tradición esclavista en el país. De hecho, y según los últimos datos publicados que datan del año pasado, cada día de 2023 se registraron una media de tres agresiones a fieles del candomblé y la umbanda en Brasil. Esto vendría a significar un aumento del más del 40% interanual, situando en 7 de cada 10 a los sacerdotes de estas religiones que confesaban haber sido violentados.
Anitta, que es originaria de una zona pobre de Río pero ha conseguido números uno en países tan lejanos como Angola y Mozambique por su empeño reivindicativo, ha conseguido, sin desnudarse apenas, dejar al aire las vergüenzas de un país que, como toda Latinoamérica, aún duda de su propia identidad casi a nivel ontológico, atómico. No es cuestión de abrazar el indigenismo (ni siquiera el político) ni ninguna explicación chamánica de la realidad, se trata de respetar la libertad de culto y la memoria de uno de los episodios más dolorosos de la historia del continente y que pasa por el genocidio, con toda la grandilocuencia y violencia explícita que implica la palabra, al que se enfrentaron miles de pueblos originarios antes, durante y después de la conquista. Aunque la fórmula del amén para los del amén y la de Anitta para todos pueda funcionar como eslogan a cierto plazo, lo cierto es que sociedades como la brasileña se están convirtiendo en caldo de cultivo para uno de los racismos incipientes del siglo XXI.