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De la protesta al vandalismo

Pese al mínimo impacto que la performance de la sopa de tomate contra “Los girasoles” de Van Gogh ha tenido sobre la integridad de la obra, lo cierto es que el procedimiento empleado supone un salto cuantitativo en la morfología de la protesta
JUST STOP OIL HANDOUTEFE

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Esta vez le ha tocado a Van Gogh y a la versión de “Los Girasoles” (1888) que se conserva en la National Gallery de Londres. Dos activistas del grupo ecologista “Just Stop Oil” accedieron ayer a la picanoteca inglesa, se acercaron a la icónica obra del pintor holandés y, cuando se encontraban frente a ella, arrojaron una lata de sopa Heinz sobre el cristal que la protegía. A continuación se agacharon, untaron las palmas de sus manos con pegamento y las adhirieron al muro de la sala. Según fuentes del museo, la pintura solo sufrió pequeños daños en el marco. Pero, pese al mínimo impacto que esta performance ha tenido sobre la integridad de la obra, lo cierto es que el procedimiento empleado -arrojar una lata de sopa sobre un cuadro- supone un salto cuantitativo en la morfología de la protesta. Tanto es así que se puede afirmar que, en esta ocasión, los activistas han traspasado el umbral del vandalismo.
Si hacemos memoria, las primeras acciones reivindicativas de “Just Stop Oil” se remontan al pasado mes de julio cuando, tras realizar actos de protesta en museos de Glasgow y Manchester, irrumpieron también en la National Gallery e intervinieron una de las piezas más célebres de John Constable: “La carreta de heno”. Los dos activistas cubrieron la pintura con una nueva versión que incluía aviones, pavimento y grandes edificios en el fondo, para, a continuación, pegar sus manos en el marco. Ambos vestían camisetas con el lema “Detengan el petróleo”, y, con su nueva versión de “La carreta de heno”, pretendían mostrar una “escena de pesadilla que demuestra cómo el petróleo destruirá nuestro campo”. Esta estrategia de pegar las manos a los marcos o cristales que cubren las obras ha sido repetida, en numerosas ocasiones durante las últimas semanas y días, por el colectivo italiano “Ultima Generazione” y por el australiano “Extinción Rebelión”.
En todos estos casos, los ecologistas han argumentado que el pegamento que utilizaban para pegar sus manos a las piezas era de un tipo especial que no dañaba las superficies en cuestión. Sin embargo, y pese que haya quienes coloquen el límite del vandalismo en un punto u otro, lo que indudable es que arrojar sopa de tomate sobre una pintura -por más que se encuentre protegida por un cristal- supone un acto que ya no pretende tomar al arte como elemento de diálogo y caja de resonancia de una reivindicación específica cuanto tratarlo como un enemigo. De hecho, aunque el tono del comunicado publicado por “Just Stop Oil” en Instagram es muy parecido al de anteriores protestas en los museos -los gobiernos se preocupan en conservar nuestro patrimonio artístico mientras consienten la destrucción del patrimonio natural-, la frase con la que comienza su proclama una de las activistas tras derramar la sopa de tomate sobre “Los girasoles” evidencia la transformación del arte en antagonista del medioambiente: “Is art worth more than life? More than food? More than justice?” (“¿Vale más el arte que la vida? ¿Más que la comida? ¿Más que la justicia?”).
No cabe duda que, a la par que en sus gestos, los activistas de “Just Stop Oil”, han incrementado la agresividad de sus palabras hacia el arte -ya no es “por qué el arte sí y la naturaleza, no”, sino “dejemos de dar tanta importancia al arte y centrémonos en lo importante”. Paradójicamente, el arte que, desde el comienzo de la modernidad ha estado en la primera línea de las reivindicaciones sociales, se ha convertido, de repente, en la diana contra la que lanzan sus flechas los activistas contra el cambio climático. Con este gesto más fuera de control y violento de arrojar sopa de tomate sobre una de las piezas más valiosas de Van Gogh, las protestas en los museos vuelven a su primer hito -aquel que aconteció el 29 de mayo en el Museo del Louvre, cuando un joven caracterizado con una peluca y en silla de ruedas arrojó una tarta contra el cuadro para, a continuación, aplastarla con su puño. Quizás el acto de pegarse a los cuadros ha perdido efectividad y ya resulta demasiado inocuo, pero, por medio de acciones como la de la National Gallery, los ecologistas pierden todas las razones que legitiman su causa.

“Mona Lisa”, de Leonardo:

El cuadro más célebre de Leonardo fue seriamente dañado en 1956 cuando se arrojó ácido sobre su mitad inferior. Ese mismo año, el boliviano Ugo Ungaza arrojó una piedra a la obra , astillando parte de la pintura.

“The Fountain”, de Marcel Duchamp:

La consideraba obra más influyente del siglo XX ha sido objeto de diferentes actos de vandalismo. Artistas como Björn Kjelltoft o Kendell Geers se orinaron en ella, mientras que el francés Pierre Pinoncelli malogró una de sus versiones a base de martillazos.

“La Piéta”, de Miguel Ángel:

Un geólogo australiano, Laszlo Toth, golpeó, en 1972, la escultuta hasta en 15 ocasiones, rompiendo el brazo de María. Mientras golpeaba la escultura, gritaba: “Soy Jesucristo, resucitado de entre los muertos”.

“La Venus del Espejo”, de Velázquez:

En 1914, la sufragista Mary Richardson entró en la National Gallery y le asestó siete puñaladas a la obra maestra del pintor español.