En solfa
Basuras musicales
Tengo la desgracia de vivir en una plagada de restaurantes que no me dejan dormir a causa de las terrazas que montaron durante la pandemia
Aunque no se residaenuna de esas mini viviendas que nosenseñanendiversos programas de televisión, contándonos que se alquilan a precios disparatados y que, aun así, hay cola para visitarlas, libros y discos se transformanenun problema que obliga a decidirentre «ellos o yo».Ental alternativa estamos muchos y son muchos los que me preguntan qué hacer con DVDs, CDs, libros, etc. Al menos, les contesto que los vinilos vuelven a estar de moda y pueden “colocarlos” con facilidad. Yo mismo acabo de vivir el problema. Como primer paso, las revistas musicales fueron desterradasenun ataque de locura, y muchos de sus primeros números acabaranenla basura,envez deenel Rastro oenalguna biblioteca, lo que habría sido más sabio, pero menos fulminante, aunque ¿de verdad me las hubieran aceptado? ¿Me habrían hecho pagar su transporte?Encualquier caso, ¡qué lejos estaba de saber los problemas que iba a padecer!
Al par de meses me llama el presidente de mi comunidad con el objeto de averiguar quién era el responsable de la multa que a todos nos había impuesto el ayuntamiento por no diferenciar ecológicamente nuestros desperdicios. Me sentí culpable de que tanta sabiduría musical depositada le hubiese creado un problema a nuestra comunidad y el alcalde nos multase, pero no me arredro ante tal incidencia y para el resto de ejemplares ya tengo solución. Ni los tiraré, ni los llevaré al Rastro, ni se los cederé a la Fundación Albéniz, sino que me los llevaré al contenedor del edificio donde vive nuestro alcalde. ¡Veremos qué hace entonces! Ya veo los titulares: «El alcalde multado por deshacerse de su música».
Pero no queda aquí la cosa, sino que acabo de pagar dos tasas que me han amargado el fin de año y dejado sin fondos para las Navidades. Bueno, en realidad ya contaba con el IBI, pero lo de la basura... Vivo solo, no como en casa y tan solo dejo una bolsa a la semana en los contenedores. Por eso no me preocupé cuando se habló de la tasa de residuos urbanos -hay que ponerse elegante con el nombre-, porque, inocente de mí creí, que se pagaría por peso o volumen de residuos. Tampoco me preocupé, porque se dijo que las viviendas pagarían una media de 141€/año. Pero, miren por dónde, me han caído 735€. Pensé que quizá mi alcalde había metido dentro del algoritmo el valor de mi fonoteca, pero no, no es eso. Y es que no se paga por desperdicios sino por valor catastral de la vivienda y el volumen de basuras de la zona. Yo tengo la desgracia de vivir en una plagada de restaurantes que no me dejan dormir a causa de las terrazas que montaron durante la pandemia para no ir a la quiebra, pero que ahora siguen dando negocio a sus propietarios y al ayuntamiento. Ya no sólo es el ruido, sino también que sus basuras me perjudican, por no hablar de las manifestaciones y actos múltiples que todos tienen lugar en mi zona -¡con la de sitios que hay en la ciudad!-, obligándome a mirar cada domingo en la web del ayuntamiento cómo podré regresar a mi casa.
Tanto viaje del alcalde al extranjero para nada. Lo positivo que hubiera sido visitar Suiza -le enviaré al alcalde una entrada para que vaya a la Ópera de Zurich- y ver que allí se paga por volumen, con un solo tipo legal de bolsas que han de comprarse en los supermercados y que llevan la tasa incluida en su precio. Pero no, aquí lo importante es cobrar y lo de menos a quién. Pero ¡ay! la TRU nos ha hecho reaccionar a los vecinos de tan agredida zona y, además de pedir que nos protejan de tanto estudio turístico, vamos a solicitar al alcalde que, en vez de pagar el IBI, nos lo abone por los perjuicios que nos causa vivir en este centro que quieren proteger para que no quede deshabitado. ¡Un poco de coherencia, por favor!