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Cine
Bruce Springsteen: asesinos, malas tierras y un trauma infantil
Una película se asoma al periodo crítico de la vida del Boss, cuando grabó «Nebraska» mientras trataba de superar una depresión: Jeremy Allen White protagoniza «Springsteen: Deliver Me From Nowhere»
En 1981, Bruce Springsteen acababa de alcanzar un enorme éxito con «The River» y llamaba a la puerta del estrellato. Todavía podía caminar tranquilo por las calles de New Jersey y tocar con sus amigos en The Stone Pony, un club nocturno donde el escenario ni siquiera tenía vallas que le separasen del público, pero las expectativas comenzaban a asfixiarle. Algo no iba bien dentro del Boss, estaba a punto de romperse y nadie era capaz de verlo, ni el propio músico, que huía hacia ninguna parte de su pasado, del peso de un padre disfuncional y de la fama, con la que tardó en aprender a lidiar. Ansioso y agotado, buscó una casa alejada de todo y, con una guitarra y una grabadora doméstica, compuso y grabó «Nebraska», un trabajo monumental que estuvo a punto de llevárselo por delante, un capítulo de la historia del rock que se cuenta en «Springsteen: Deliver Me From Nowhere», la película que se estrena en cines en España el próximo 24 de octubre. Como reconoce a este diario Scott Cooper, director del filme, en ella no se cuenta toda la historia de The Boss, pero sí «desde luego su momento más crítico y seguramente más interesante, porque en este periodo está lo que había sido y lo que será después. También su lucha interna que quedó plasmada en su disco más personal».

Springsteen no era una persona funcional en 1981, cuando se encerró en aquella casa de montaña con un libro de Flannery O’Connor y se obsesionó con «Badlands», la película de Terrence Malick de 1973 que hablaba de un asesino en serie de 19 años que acabó con la vida de 13 personas. Empezó a investigar en los sucesos y concibió una especie de mezcla de las dos influencias: crearía un libro de relatos de criaturas desviadas y peligrosas, asesinos como Starkweather y otros personajes arquetípicos del paisaje estadounidense tan disfuncionales como estaba a punto de descubrir que era él mismo, tan estropeados como su propio padre. La infancia de Springsteen estuvo marcada por el alcoholismo y la incapacidad para mostrar amor de su Doug, un hombre que salía de trabajar y se metía en el bar hasta que su propio hijo entraba a decirle que ya era suficiente (mamá esperaba en el coche en la puerta) o hasta que llegaba a casa en un estado deplorable. En la época en que Springsteen graba Nebraska él tampoco es capaz de mantener relaciones personales. Está tan roto como su viejo.
Una cinta casete
Afortunadamente, la cinta de Scott no es el típico «biopic» de una estrella de la música que de la nada asciende, y, tras un poco de sexo, drogas y rocanrol llega al estrellato justo antes de que aparezcan las letras de créditos. «No es una película sobre el éxito en absoluto, te agradezco que lo menciones. Es una historia sobre la imperfección. Cuando él está grabando las demos, no piensa que esté haciendo un disco, sino que la E Street Band llevará las canciones a la vida majestuosamente. Pero el proceso de escribir el disco es tan personal, tan singular, que cuando escucha lo que está grabado dice que puede oír el pasado y realmente suena así, porque está hablando de sí mismo. El disco suena como ninguno otro que se haya hecho nunca. Cuando tratan de mejorar las canciones en el estudio, con la banda, solo lo empeoran», explica el director sobre un aspecto crucial de la película: en ella se habla de música, del proceso de composición y de grabación de un disco. Las canciones no son una mera excusa, un telón de fondo para hablar de la vida de una estrella y sus chismes, sino que es una película que rinde homenaje al disco como obra de arte. Para grabar «Nebraska», Springsteen se encerró en la cabaña con una mesa de mezclas cutre, una máquina de eco y un radiocasete de doble pletina donde vuelca sus historias con crudeza. Después no querrá «hacerlo más bonito», sino que llevará a cabo una cruzada contra su compañía, el gigante CBS, su productor e ingeniero de sonido para que se publique como está en una cinta que ni siquiera tiene caja. «Creo que la película habla de las imperfecciones y que, en un mundo que hoy es digital, filtrado y de apariencias, nos manda un mensaje. Ojalá nos sirva esto para pensar en qué nos hace humanos», dice Cooper.
Asesinos en primera persona
Esas imperfecciones de sus canciones y sus propias taras personales conducen a Springsteen al perdón hacia su padre. Seguramente también todas las historias de asesinos y hombres deplorables que contiene el disco, con los que dialoga y en cuya piel se coloca, porque escribe en primera persona sobre sus vidas siniestras. «A través de su escritura logra comprender lo que su padre ha padecido debido a una enfermedad mental para la que nunca había recibido ayuda hasta que es muy tarde. Entiende que debe perdonar a un hombre que es emocionalmente frío y distante», sostiene Cooper. El padre del director, que le introdujo en el universo de Springsteen de niño a través de este disco precisamente, falleció apenas un día antes del comienzo del rodaje. «Fue increíblemente doloroso para mí, pero me permitió colocar la película en un terreno personal», dice en un hotel madrileño, donde Cooper atiende a la Prensa.

Esta es, por tanto, la historia de un empecinamiento: el de Springsteen por publicar el disco tal y como lo había concebido, para lo que contó con una ayuda fundamental, la de su legendario manager Jon Landau, un sustituto de la figura paterna. Landau es quien lidia con CBS, la discográfica ávida de un nuevo «Born to run», un «The River», y que tuerce el gesto cuando recibe la desnudez de «Nebraska», álbum que, además, Springsteen se niega a promocionar. Ni entrevistas, ni giras, ni, por supuesto, su cara en la portada. La compañía acepta las condiciones del músico gracias a la firmeza del fiel escudero Landau. Con un agravante: mientras los ingenieros lidiaban con la tarea de traducir la chapucera grabación a un disco comercialmente audible, Springsteen había grabado en una épica toma «Born in The U.S.A.», la canción que le haría más grande en toda su trayectoria. «Esa sesión fue mágica. Fue como capturar un rayo dentro de una botella», dice Cooper. Springsteen se negó a que apareciese publicada: o «Nebraska» o nada. Landau lo hizo posible y fue también él quien empujó al cantante a buscar ayuda profesional. La cinta se asoma a los abismos del músico, a una angustia de origen desconocido, todo un reto para el lenguaje cinematográfico. «¿Cómo haces para expresar el interior de alguien? Solo hay un camino para crear ese tormento: alguien como Jeremy Allen White. Es espléndido, es extraordinario. Trabajamos muchas horas tratando de imitarle, de hacer mímica con los gestos de Springsteen. Hasta que logró habitarle», dice Cooper del soberbio trabajo del actor, que expresa una angustia contenida y un trauma de origen incierto muy similar a su papel en «The Bear» y que aprendió a tocar la guitarra y a cantar para ponerse en la piel del músico. Visionó cientos de horas de sus actuaciones.
Esta es, también, la historia sobre escapar del pasado, como dice la cita de Flannery O’Connor: «El lugar del que vienes ya no existe, el lugar al que creías que ibas nunca estuvo allí y el lugar donde te encuentras no es bueno, a menos que puedas huir de él». «Es algo así como olvida de dónde venías, no pienses a dónde vas. Solo te tienes a ti mismo en estos momentos. Springsteen estaba sufriendo, estaba desesperado y se preguntó a sí mismo cómo salir adelante. De eso se trata, de vivir el momento presente». Sea como fuere, Nebraska es el territorio maldito de Estados Unidos, esas «badlands» míticas donde no crece buena hierba, donde todos sus frutos están malditos, torcidos. Algo así como el condado de Yoknapatawpha de Faulkner, el Knockemstiff de Donald Ray Pollock, como el «Illinoise» de Sufjan Stevens. Una tierra de maldad y abyección de la que no se sale igual que se entra.
Landau y «el Boss»: libertad para filmar
►Tanto Bruce Springsteen como Jon Landau (encarnado por Jeemy Strong, en la imagen inferior) se implicaron en la realización de la película y mantuvieron sesiones con Scott Cooper y con parte del reparto para ayudarles a situar sus personajes y los detalles de aquel tiempo. «Se convirtieron en recursos valiosos para la película, de los que podíamos disponer pero que, con enorme generosidad, me dieron libertad absoluta para contar la historia como yo creía que debía hacerse», dice el cineasta, que también se apoyó en Warren Zanes, autor del libro homónimo: «Me interesó su tono íntimo, alejado de la épica. No es Sprinsgsteen, el icono. Es Springsteen en la encrucijada, mirando a su interior. Antes de los estadios gigantescos, antes de la mitología», asegura el director.

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