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Crítica de 'Dangerous animals': ¿Dónde están los tiburones? ★★

Título: Dangerous Animals. Dirección: Sean Byrne. Intérpretes: Hessie Harrison, Jay Courtney, Josh Heuston, Ella Newton. USA-Australia-Canadá, 2025, 98 min. Género: Terror.

Crítica de 'Dangerous animals': ¿Dónde están los tiburones? ★★
Crítica de 'Dangerous animals': ¿Dónde están los tiburones? ★★X

Ahora que se cumple el cincuenta aniversario de la memorable “Tiburón”, parece oportuno recuperar la memoria de ese mítico depredador marino, menos fiero de lo que lo pintan pero que, en beneficio del cine de aventuras oceánicas, se ha forjado una muy mala reputación entre los cinéfilos bañistas. Parece oportuno, decíamos, o más bien oportunista, porque, a pesar de la ambigüedad del título, que parece dedicado a ellos, en “Dangerous animals” los tiburones son convidados de piedra, mucho más que en subproductos híbridos como “Sharknado” o “Sand Sharks”. Suponemos que la originalidad de la película de Sean Byrne radica en situar en alta mar la típica trama de psychothriller con asesino en serie, aunque el aislamiento que procura la localización es prácticamente idéntico a la de un sótano en una avejentada mansión de Texas o una habitación del pánico en pleno Nueva York.

Atención spoiler: la localización permite, eso sí, que los tiburones hagan acto de presencia como instrumento de tortura, son el peculiar garrote vil de un psicópata que disfruta colgando a sus víctimas de un mástil para grabar en vídeo cómo los devora. Sangriento capricho que la película explica de pasada y sin convicción, lo que, lejos de darle una personalidad propia al asesino, resalta la arbitrariedad de una decisión narrativa tomada para maquillar un tedioso ‘dejà vu’.

Más allá de esa violenta peculiaridad, sorprende que Sean Byrne no le saque más partido al espacio flotante del barco. Es evidente que su película tiene en la puesta en escena una asignatura pendiente (¿habrá visto “A pleno sol” o “Calma total”?”. La tiene, también, en el guion: en su impaciencia por atrapar la atención del espectador en un prólogo impactante, pone sus cartas sobre la mesa a los diez minutos de proyección. No se trata tanto de ir al grano, de una cierta eficacia narrativa que emparenta a la propuesta con una serie B de pedigrí (pensamos en Larry Cohen o Lewis Teague, olvidados maestros del terror de los ochenta), sino de una pereza por reinventar el cliché del psychothriller, que aquí se queda en los huesos. Hay una vaga pretensión de comparar la aspereza del asesino en serie con la dureza y la resiliencia de su víctima, una final girl que huye del compromiso emocional como de la peste, y que parece encontrar la horma de su zapato en ese alter ego tenebroso, fetichista de los mechones de pelo de sus víctimas y de grabar snuff movies.

Es entonces cuando el título se revela como definición de la condición humana: no hay animal más peligroso que el hombre. Y hay que admitir que, mucho más que el asesino -protagonista de una escena musical a lo “Risky Business” un tanto sonrojante-, el personaje mejor descrito de esta película más mediocre de lo que aparenta es su heroína, Zypher, una surfera americana que ha recalado en las costas australianas para cabalgar olas como si no hubiera un mañana y escapar de un pasado que huele a hogares de acogida y maltrato emocional. Los tercos intentos de Zypher por escapar de su cautiverio, que acaban con una escena ‘gore’ en una película que evita los excesos sangrientos del ‘torture porn’, ocupan buena parte del metraje en el barco, por otro lado, bastante tedioso. Mientras tanto, aún nos queda tiempo de añorar a los tiburones mecánicos de Spielberg: ahora sus dentelladas son tristemente digitales.

Lo mejor: La premisa promete, y está protagonizada por una ‘final girl’ de armas tomar.

Lo peor: Desaprovecha un escenario de lo más original, y es poco creativa cuando se trata de trabajar la puesta en escena.