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Crítica de cine

Crítica de 'The End': Canciones para el fin del mundo ★★1/2

Título: The End. Dirección: Joshua Oppenheimer. Intérpretes: Tilda Swinton, Michael Shannon, George MacKay, Moses Ingram. Dinamarca-Alemania-Irlanda-Italia-Reino Unido-Suecia-USA, 2024, 148 min. Género: Musical apocalíptico.

Crítica de 'The End': Canciones para el fin del mundo ★★1/2
Crítica de 'The End': Canciones para el fin del mundo ★★1/2X

Sabemos que, en el musical, muchas veces las canciones sirven para expresar los deseos o los sueños de los personajes, reforzando la dimensión utópica de un escenario de fantasía. ¿Qué ocurre, nos pregunta “The End”, cuando esa fantasía es el último bastión de la humanidad después del apocalipsis, una mina de sal que, veinticinco años después del fin del mundo, una familia ha convertido en un espacio consagrado a la negación de lo evidente? Cualquiera diría que Joshua Oppenheimer ha hecho, con su primera película de ficción, una obra premeditadamente alejada del excelente documental que le hizo célebre, “The Act of Killing”, aunque en realidad es lo contrario, una especie de secuela inconfesa e inconfesable de aquella.

La Sagrada Familia de “The End”, cuyos integrantes carecen de nombre propio, no es tan distinta de los militares que recreaban las torturas de la sangrienta dictadura del coronel Suharto: repiten día tras día una representación que les hace quedar como héroes, una suerte de ritual que esconde un complejo de culpa insoportable, y que se explica a sí mismo en la teatralización de una felicidad imaginaria, una pantalla de seguridad ante traumas del pasado. Las canciones, a menudo filmadas abundando en lo estático y lo centrado, pretenden prolongar ese estado de extraño autoengaño, hasta que, claro, llega el elemento perturbador, la superviviente de la catástrofe mundial que invade la comunidad cerrada para despertar sus peores instintos, o para desvelar secretos que habían estado enterrados bajo sonrisas dentífricas.

Oppenheimer nunca se molesta en dar detalles sobre los motivos del apocalipsis, aunque percibimos que los miembros de esta familia, como integrantes de las clases privilegiadas, pusieron su granito de arena en ella. El hijo del matrimonio compuesto por Tilda Swinton y Michael Shannon (un excelente George McKay) es un vástago del confinamiento, solo ha vivido en esta burbuja de asepsia y ficción, y escribe una biografía selectiva de su padre con la misma delectación con que lo haría el hijo de un esclavista. El musical parece evolucionar hacia lo coreográfico, a medida que los personajes se desestabilizan, muestran su miedo a lo nuevo o a lo otro, y el chico se abre a la posibilidad del amor.

Todo ello es interesante en el plano teórico, pero resulta tedioso en el práctico, como si el perfecto diseño de la propuesta, con sus medidas excentricidades y su metáfora sociopolítica navegando sutilmente entre lo asfixiante de su escenario, no supiera despegar a tiempo, y al conjunto le pesaran sus excesivas dos horas y media de metraje. Como la maqueta sobre la que trabaja McKay al principio del filme, “The End” parece demasiado controlada como para que la emoción trascienda unas imágenes en exceso frías, agarrotadas, que no saben abrazar la desmesura potencial de los daños colaterales de un fin del mundo que acaba por colarse entre las grietas de este paraíso artificial y congelado, blanco como la cueva de un mundo prehistórico.

Lo mejor: La originalidad del proyecto, y las conexiones con la obra anterior de Oppenheimer.

Lo peor: Le cuesta dejarse llevar, le vendría bien un cierto grado de desmesura.