El cine ya no distingue entre héroes y villanos
Un ensayo escrito por David Felipe Arranz analiza la evolución de estos arquetipos en el séptimo arte
Un ensayo escrito por David Felipe Arranz analiza la evolución de estos arquetipos en el séptimo arte
Cuando la experiencia vital se queda corta, sólo la ficción tiene el poder de modelar no sólo nuestro imaginario; también nuestra propia personalidad, dotándola de un código ético al hacernos tomar partido en la antropológica lucha entre el bien y el mal. La literatura, el cine y el teatro nos llevan poniendo a prueba en ese aspecto desde que dieron sus primeros pasos. En su ensayo «Héroes y Villanos en el cine. De Shakespeare a Indiana Jones» (Ed. Sial Pigmalión), David Felipe Arranz, profesor de periodismo e investigador de la Universidad Carlos III de Madrid, nos embarca en un viaje por ese estado emocional que pocas artes como la del fotograma han sabido manipular. La obra reúne una treintena de análisis sobre cineastas y películas de trasfondo literario o filosófico, con una galería de personajes que van a caballo entre el «idealismo romántico y la perversión criminal: asesinos, seductores, aventureros, damas en peligro...». ¿Héroes o villanos? El espectador elige. Y es que la línea que separa a ambos es cada vez más difusa.
«Los héroes y los villanos del cine clásico han ido caminando hasta encontrarse», explica Arranz a LA RAZÓN. Un buen ejemplo sería Drácula. Por un lado, la versión de Tod Browning de 1931, muestra a un protagonista «malvado, sádico y chupasangre» a cargo de «un tétrico Bela Lugosi»; por otra, la versión de 1992, dirigida por Francis Ford Coppola, nos revela al mismo personaje pero «romántico, atractivo y atormentado, víctima de un amor contradictorio e imposible con Mina Harker». Y en cambio, su antagonista, Abraham van Helsing, «quiere destruir a la criatura a toda costa y se muestra despiadado y hasta diabólico en muchas ocasiones», afirma Arranz, director del premiado magazine cultural «El Marcapáginas»
No es el único ejemplo. En la misma línea está el celebrado Batman de «El caballero oscuro» (2008), de Christopher Nolan, con «la introducción del fiscal del distrito de Gotham Harvey Dent, transformado en Dos Caras, al que da vida un soberbio Aaron Eckhart, y la mayor complejidad ética del personaje de Batman, ya de por sí lleno de sombras». El hombre murciélago siempre ha dado juego en este sentido, como ocurrió en la versión que dirigió Tim Burton en 1988. «El Joker que compone el sensacional Jack Nicholson se convierte en el “héroe” de la función, un ratero de poca monta que tras sumergirse por accidente en un tanque de ácido se presenta reconvertido en un tipo divertido, creativo y surrealista. Podría ser el mismísimo Salvador Dalí quien hablase por su boca».
Pero para encontrar el origen de este «desdibujamiento de las fronteras éticas» hay que irse más atrás. Es el caso del capitán Nemo, «héroe y villano que filma Richard Fleischer en “Veinte mil leguas de viaje submarino” (1954) y al que da vida un James Mason en verdadero estado de gracia. Cruel, genocida y a la vez protector de la raza humana, el Nemo de Verne y el de Fleischer es un hombre prodigioso lleno de contradicciones que ha construido un fabuloso artefacto submarino para velar por el orden mundial destrozando cualquier barco de guerra que se encuentre y aniquilando toda su tripulación». O en aquella «versión espacial» que hizo la Disney, «El abismo negro» (1979), con Maximilian Schell dando vida a un científico obsesionado con el conocimiento definitivo del universo, que cree existe al otro lado de un agujero negro.
¿Seduce más el héroe o el villano? Para Arranz, «el misterio que mueve al malvado es su capacidad de transgredir las normas morales para la consecución de fines casi siempre individualistas. Desde el lunático hasta el asesino en serie, todos los villanos desprecian el valor de la vida humana de sus semejantes, que no son sino las piezas de un juego que quieren ganar». Ahí está el shakespeariano Ricardo III al que interpreta Basil Rathbone en «La torre de Londres (1939)», uno «de los villanos más perfectos de la historia del cine construido a partir de la argamasa de William Shakespeare y de la propia historia del duque de Gloucester por Rowland V. y Robert Lee. Es la historia de cualquier partido político actual: un ser provisto de una ambición voraz que se va “comiendo” las piezas de sus adversarios en el tablero de la vida».
No hay que olvidar la «seducción del mal», mucho más rápida que la del bien y con resultados más inmediatos: «Cuando el villano adquiere un gran poder, seduce con facilidad a sus acólitos y seguidores, que quieren seguirlo y revestirse de sus atributos y aprender de él». De hecho, «en el cine actual muchas veces ganan los malos, como en “Quién puede matar a un niño” (1976), “Seven” (1995), “Memento” (2000), “La Niebla” (2007) o incluso “Alguien voló sobre el nido del cuco (1975)”». Esta última, en la persona de la maléfica enfermera Ratched, denota que «los psicópatas muchas veces eligen en la vida real profesiones de servicio y protección a los demás para no ser descubiertos. Esto en Robin Hood o El capitán Blood de Michael Curtiz era inconcebible».
¿Qué tres héroes y sus correspondientes villanos podríamos considerar claves en el devenir de la historia del cine? Arranz propone tres películas. En la primera «El hombre de las pistolas de oro», (1959), western de Edward Dmytryk, «los límites entre el pistolero (Henry Fonda) y el sheriff (Richard Widmark) se desdibujan, catalizados por el personaje de Anthony Quinn. El duelo es soberbio. Influyó mucho en la concepción de los personajes en los westerns de Sergio Leone y, por ende, de Tarantino».
En la segunda, «La caída del Imperio Romano» (1964), péplum de Anthony Mann, «nos encontramos con un héroe, el general Livio (Stephen Boyd), al que elige como sucesor el emperador Marco Aurelio (Alec Guinness) con el consiguiente enfado de su heredero natural, su hijo Cómodo, encarnado por un espléndido Christopher Plummer, que se consagra a “vengarse” de su rival a lo largo de toda la historia». Una historia de la que se sirvió Ridley Scott en Gladiator (2000), que «no es sino un remake del filme de Mann».
Por último, Arranz cita «El retorno del Jedi» (1983). Y es que el tándem héroe/villano formado por Luke Skywalker y su padre Darth Vader ha sido «uno de los que más trascendencia ha tenido en las cinematografías actuales». Así, los personajes de George Lucas «pasan por distintas fases de bondad y maldad hasta que convergen en un impresionante duelo final, en presencia del emperador Palpatin y donde los duelistas miden también sus argumentos y sus puntos de vista éticos». Más recientemente, en «Star Wars: los últimos Jedi» (2017), Rian Johnson recuperó «los personajes de Lucas y a un Skywalker más oscuro y hasta amoral que su padre».
El germen de Indiana Jones
Los ejemplos dados son sólo algunos dentro de una innumerable lista de obras seminales que posibilitaron después personajes aún más célebres. Es el caso de uno de los héroes por antonomasia, Indiana Jones. Arranz cuenta que los actores Alan Ladd y Charlton Heston inspiraron a Steven Spielberg en la creación en 1981 de su célebre arqueólogo. Concretamente, en dos películas: «China» (1943), de John Farrow, y «El secreto de los incas» (1954), de Jerry Hopper.