Crítica de "Aisha": la amnesia de Europa ★★★1/2
Dirección y guion: Frank Berry. Intérpretes: Letitia Wright, Josh O’Connor, Lorcan Cranitch. Irlanda, 2022. Duración: 94 minutos. Drama.
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Durante lo que se conoce como la Gran Hambruna, que abarca desde 1848 hasta 1851, muchos irlandeses tuvieron que emigrar de su país, la mayoría a Estados Unidos, para sobrevivir a una pobreza que les estaba dejando en los huesos. Como muchas otras naciones de Europa, Irlanda parece haber olvidado su pasado cuando se trata de convertirse en país de acogida de refugiados en peligro de muerte. “Aisha” se presenta, pues, como un estudio de caso de ese preocupante estado amnésico.
Aisha (excelente Letitia Wright) ha escapado de Nigeria después de ser violada por los asesinos de su padre y su hermano, que querían cobrarse una deuda -el dinero que habían prestado para que estudiara en la universidad- convirtiéndola en prostituta. Su madre no ha podido huir, y ahora vive, escondida y atemorizada, de lo que le envía su hija desde Irlanda. Aisha existe en un permanente estado de alerta, en la lista de espera de la resolución del gobierno que reconocerá (o no) su derecho al asilo.
Con este escenario, Ken Loach podría haber filmado el enésimo panfleto sobre las xenófobas políticas antiinmigratorias de la Europa del bienestar, pero, por suerte, por mucho que compartan agendas ideológicas, el método de Frank Berry es muy distinto. Si bien no se libera del didactismo necesario para que entendamos la problemática de su heroína (burocracias kafkianas, traslados arbitrarios, centros de acogida que son prisiones encubiertas), sabe trascender clichés centrándose en el estudio del personaje, y en su relación con otro ‘outcast’, esta vez irlandés, un guardia de seguridad nocturno (estupendo Josh O’Connor) que se convertirá en su ángel protector.
Es esa relación la que define la reticencia de la película a la hora de revictimizar a su protagonista -que es lo que exige, sin dilación, el Estado- y la comprensión hacia sus silencios, su comportamiento elusivo, su rebeldía ante un maltrato educadamente institucionalizado, su contención emocional, esa glaciación que le permite esperar una respuesta que nunca llega, o cuando llega lo hace en forma de rechazo legislado. La película es la crónica del deshielo de Aisha, al calor de ese joven que parece cargar el turno de noche sobre sus párpados, y que, a pesar de ello (qué bien trabaja Josh O’Connor con el cuerpo, con un abatimiento que se resiste a doblegarse definitivamente), no parece cansarse de abrazarla con su bondad. Al final, eso es lo que queda: la sentencia del sistema se cierra con la incertidumbre, porque, por desgracia, no depende de la justicia de los afectos.
Lo mejor:
Wright y O’Connor aportan verdad y calidez a sus personajes, alejándolos del tópico.
Lo peor:
Frank Berry no puede evitar algún desliz pedagógico, aunque matizado por proceder de testimonios reales.