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Cine

Crítica de "Cerrar los ojos": Víctor Erice y su elogio de la desaparición ★★★★

Director: Víctor Erice. Guion: V. Erice y Michel Gaztambide. Intérpretes: Manolo Solo, José Coronado, Ana Torrent, Josep María Pou, María León, Soledad Villamil, España, 2023. Duración: 169 minutos. Drama.

Un fotograma de "Cerrar los ojos"
Un fotograma de "Cerrar los ojos"Imdb

“Hay que cerrar mucho los ojos para llegar a desaparecer y, sobre todo, hay que perseverar así horas y años. Hay que arriesgar muchas cosas para mantener esa pertinaz perseverancia”. En su hermosa crítica de “El espíritu de la colmena”, el filósofo Eugenio Trías ejercía de vidente, hasta el punto de que toda la obra de Erice, y su última película, que le toma prestado el título a ese texto, parece desplegarse bajo el influjo de esas palabras.

Solo los que desaparecen vuelven a la luz con la esperanza de rescatar sus ausencias, de hacerlas visibles, y por ello, “Cerrar los ojos”, que disfraza su elegía sobre un cine perdido -ese cine de aventuras donde todos los tesoros eran posibles siempre que invocaran una imagen, un mapa donde esconderse- bajo la excusa de una trama detectivesca, en realidad se piensa a sí misma como un reencuentro de Erice y sus fantasmas: las películas que nunca terminó o no llegó a rodar, las películas ajenas que admiró (de “Gertrud” a “Río Bravo”), las películas de un futuro que suenan como una cola de celuloide al romperse.

Puede resultar desconcertante que un filme tan fantasmagórico, que inicia sus múltiples búsquedas con el fragmento de una película inacabada que se titula “La mirada del adiós”, esté tan sometido a la palabra. Da la impresión de que, si los anteriores largometrajes de Erice podían abrirnos los ojos, este quiere que abramos los oídos, que escuchemos lo que no se dijo como si todo ello fuera el contraplano a su obra. En ese largo prólogo que retoma “La promesa de Shanghai”, la adaptación de la novela de Juan Marsé que Erice nunca llegó a filmar, el tenebrismo de la fotografía sugiere el aura de un filme maldito, una invocación espiritista que la voz de Josep María Pou y la presencia sonámbula de José Coronado no hacen más que potenciar.

Lo que sigue es un misterio sin resolver: los sucesivos encuentros de ese director de cine (excelente Manolo Solo) que quiso desaparecer en busca de un actor que consiguió hacerlo necesitan explicar en exceso la melancolía que sienten los espectros al recordar lo esquiva que es la memoria, como si Erice, tan elusivo, quisiera recuperar el tiempo perdido. Es hermosa la manera en que el autor de “El sol del membrillo” desdobla su reflejo en esos personajes, en una intermitencia que se debate entre la maldición de estar presente, de sentirse reclamado por el mundo, y el deseo de anonimato, la bendición de esfumarse.

La devoción por la palabra, que a veces lastra las imágenes, se libera de sus cadenas en la segunda parte del filme, ya en ese sur añorado que no logramos visitar en 1983, cuando Elías Querejeta impidió que el viaje llegara a su fin. Y entonces, el cine reaparece, en una sala que podría ser aquella donde Ana Torrent descubrió al monstruo de Frankenstein, ahora poblada por las figuras que han vagabundeado por la película, por fin bajo un mismo, benéfico techo, y ahí nos acordamos de la inocencia del espectador, la que asegura que las imágenes nos sobrevivirán, a pesar de todo.

Lo mejor:

El viaje al sur, una cuenta pendiente de Erice, y su evocativo final.

Lo peor:

A veces le sobran explicaciones, sus palabras redundan inútilmente sobre las imágenes.