Crítica de "Perfect Days": el hombre tranquilo ★★★★
Director: Wim Wenders. Guion: Takuma Takasaki, Wim Wenders. Intérpretes: PKôji Yakusho, Arisa Nakano, Tokio Emoto, Yumi Asou, Sayuri Ishikawa. Fotografía: Franz Lustig. Japón, 2023. Duración: 124 minutos. Drama.
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Es fácil imaginarse a Yasujiro Ozu, el cineasta que completó el ciclo de la vida muriendo el día de su cumpleaños, como Hirayama, el protagonista de “Perfect Days”. Es fácil, también, que Wim Wenders haya pensado en él -o en su inmenso alter ego, el actor Chishu Ryu- cuando inventó a este hombre tranquilo, que parece vivir en armonía con el ritmo del mundo, refugiado en las rutinas de una existencia sencilla, entre la escucha de sus viejos cassettes, su trabajo como limpiador de un lavabo público, sus pausas para comer en un parque cercano y sus visitas de fin de semana a la lavandería y a un restaurante regentado por una amable anfitriona. Es fácil, decíamos, porque Wenders, cineasta curioso donde los haya, dedicó un precioso documental (“Tokyo-ga”) a su fascinación por la cultura japonesa, azuzado por su admiración por Ozu.
Por supuesto, el director de “Primavera tardía” solo es un modelo al que aspirar, como también lo era para Jim Jarmusch en “Paterson”, película con la que “Perfect Days” comparte el amor por la poesía de lo cotidiano. Las comparaciones son odiosas, pero es cierto que, después de una larguísima temporada de sequía creativa en el terreno de la ficción, Wenders ha conseguido encontrar algo parecido a la serenidad mirándose en el espejo de la modestia de uno de sus muchos maestros.
La operación no estaba exenta de peligros: si el filme logra esquivar los charcos de la “feel good movie”, o lo que es lo mismo, los clichés de ese cine que se regodea en los-pequeños-placeres-de-la-vida, es, por un lado, gracias a la capacidad de observación de Wenders, casi documental, y, por otro, por la felicidad que parece sentir el cineasta alemán al filmar al extraordinario Koji Yakusho, un prodigio de afinación gestual y humildad zen. Tal vez hay que remontarse a su comunión con Harry Dean Stanton en “Paris, Texas” para dar con un Wenders tan atento al lacónico, hermoso rostro de un actor.
Es, también, una buena idea no haber estancado a Hirayama en una bonhomía sin pasado. Después de todo, no estamos tan lejos del nómada que atraviesa el desierto de “Paris, Texas”, porque nuestro estoico hombre, que ha hecho de su vida un bonsái, también ha huido. Eso le convierte en alguien más humano, le aparta del santo varón de manual de “mindfulness”: al fin y al cabo, Hirayama se levanta cada mañana pensando que había algo que merecía dejar atrás, y es hermoso que en su rostro haya la sombra de una duda; que la calidez de su manera de relacionarse con el mundo también se deje atravesar por nubes pasajeras. Lo que ha encontrado al final del camino es un refugio, un hogar solitario, y es desde ese espacio donde nos pide que lo miremos. Porque el cine siempre ha creído en la bondad de los desconocidos.
Lo mejor:
Que Wenders haya recuperado el fuelle en el cine de ficción cuando ya lo dábamos por perdido.
Lo peor:
A veces hace equilibrios para no caerse del lado de la "feel good movie".