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Cuando la vida depende de un gallo

El Teatro Infanta Isabel estrena «El coronel no tiene quien le escriba», de García Márquez, una versión de Natalio Grueso con Imanol Arias como protagonista y la dirección de Carlos Saura.
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El Teatro Infanta Isabel estrena «El coronel no tiene quien le escriba», de García Márquez, una versión de Natalio Grueso con Imanol Arias como protagonista y la dirección de Carlos Saura.
Es manifiesto que a García Márquez no le gustaba que se adaptaran sus obras, aunque aceptó excepciones como la de Arturo Ripstein para el cine con «El coronel no tiene quien le escriba» en 1999, que también tuvo una adaptación teatral en Nueva York. Una obra que escribió en París en 1957 cuando vivía allí como corresponsal de «El Espectador», cerrado por la dictadura militar de Rojas Pinilla. Los apuros económicos que sufrió esperando los cheques del periódico que no llegaban lo llevaron a escribir en la buhardilla donde vivía esta novela corta que, aunque fue rechazada por varios editores, el Premio Nobel siempre consideró que era lo mejor que había creado nunca.
La pieza que se estrena en el Teatro Infanta Isabel el 15 de mayo es una adaptación teatral realizada por Natalio Grueso en la que Imanol Arias dará vida al viejo coronel que sirvió a las órdenes de Aureliano Buendía en la Guerra de los Mil Días colombiana, dirigido por Carlos Saura. «A mí me parece que esta adaptación está muy bien escrita, conserva esa parte poética, un poco mágica y al mismo tiempo realista, de modo que creo que ha quedado una pieza dramática muy sólida», dice Saura. «Me parece mucho más difícil llevarla al cine que al teatro, porque en teatro lo que funciona es la palabra, el texto es más fundamental que la imagen, por eso condicioné mi trabajo a contar con dos actores de primer nivel, como así ha sido», añade. Cristina de Inza, interpreta a su mujer y David Pinilla, Fran Calvo y Marta Molina completan el reparto.

Viajes a la oficina de correos

El coronel es un veterano de la guerra civil que malvive en un pequeño pueblo de la costa atlántica colombiana junto a su esposa enferma de asma. La acción se desarrolla en 1956. Durante 15 años, baja cada viernes a la oficina de correos del puerto con la esperanza de recibir la pensión prometida por sus servicios durante la guerra. Esa carta que no acaba de llegar daría fin a sus penurias y muestra su infinita capacidad de resistencia. Su hijo, que fue asesinado en la gallera, les dejó una máquina de coser, que ya han vendido junto a los pocos objetos de valor que tenían para poder subsistir, y un gallo de pelea que, según su mujer, fue el causante de su muerte. Sin fuente de ingresos, el animal que el coronel ha estado criando para hacerlo pelear supone la posible salvación de su miseria, la única esperanza de sacar unos beneficios, a pesar del desacuerdo con su mujer sobre su valor. A medida que avanza el tiempo, deberán enfrentarse a un dilema vital: alimentar al gallo, que es la esperanza, o alimentarse ellos.
«Su tragedia es que están en la miseria», afirma Imanol Arias. Viven una posguerra con un gobierno corrupto e injusto que no reconoce los esfuerzos y sacrificios de sus veteranos de guerra. Creen «que no le importan a nadie, que solo tienen recuerdos, dolor y mucha necesidad de encontrar un modo de sobrevivir, se sienten totalmente abandonados». Y continúa: «El coronel es mayor, está en el último trance, pero no lo siento derrotado, tiene una parte optimista que piensa que siempre va a haber una solución para su problema, posee esperanza en salir adelante». Luchó en la guerra y ahora lo hace por unos valores. Frente a la codicia y la usura, el viejo coronel lo hace «sobre todo por la dignidad y esto lo convierte en un soñador, en un conciliador con enormes deseos de amar a su mujer que está mal y ha perdido un hijo, con lo doloroso que es eso para una madre. La situación es realista y dura, pero tiene momentos realmente poéticos». Para Saura, «la obra en sí es esto, una lección de dignidad; una persona debe ser recta, sin rebajarse y haciendo el menor daño posible. Aunque esto es difícil –apostilla– porque la pobreza no siempre genera dignidad, a veces se inclina hacia la violencia y la delincuencia». El director destaca que «lo que tiene la obra de maravillosa es ese salto entre la realidad y su lenguaje poético, casi alucinógeno. Lo bonito es que los personajes que conviven van teniendo unas vidas propias que casi son una alucinación». Y aunque es una historia de soledad y decadencia, «hay cierto optimismo vital en unos protagonistas que están luchando por sobrevivir».
Esta es la segunda incursión de Saura en la dirección teatral. «No veo mucha diferencia, cuando dirijo una escena de una película lo planteo como si fuese una obra de teatro. Quizá la que existe está es que en el teatro tienes una libertad que no posee el cine. Aquí puedes simultanear escenarios, todo se hace en un sitio y la gente acepta ese juego del cambio de lugar solo cambiando una luz y esto te da libertad. Para una persona de cierta edad como yo es un placer enorme dirigir teatro, este es un mundo mucho más reposado que el cine». Por su parte, Arias volvió a las tablas el año pasado tras casi veinticinco de ausencia, pero «he vuelto para quedarme. Este personaje es un regalazo que me han dado después de tanto tiempo. A mi edad, el teatro ya no es un futuro, ni una catapulta, ni un escalón más, es un estado de vida», concluye.

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