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El dilema Núremberg: conservarla o destruirla

La ciudad favorita de Hitler donde arengó a las masas, hoy en estado ruinoso, va a recibir 85 millones de euros para su restauración. ¿Debe preservarse la arquitectura de la vergüenza?
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Núremberg fue la ciudad favorita de Hitler. Para él, y según cuentan sus biógrafos, el perfecto paradigma entre la grandeza de lo alemán y la fascinación por su castillo medieval y las murallas que aportaban un clima épico a la pompa del partido nazi.
Núremberg fue la ciudad favorita de Hitler. Para él, y según cuentan sus biógrafos, el perfecto paradigma entre la grandeza de lo alemán y la fascinación por su castillo medieval y las murallas que aportaban un clima épico a la pompa del partido nazi. El dictador quiso hacer de la ciudad bávara un lugar de peregrinaje, de culto nacionalsocialista y por eso ordenó a su arquitecto Albert Speer la construcción de un gran centro donde celebrar los congresos del partido, grandes concentraciones y desfiles militares. El resultado fue el Campo Zeppelin y la gran explanada que, entre 1933 y 1938, aglutinaron a miles de enfervorizados partidarios. Años después, cuando en abril de 1945 las tropas estadounidenses tomaron la ciudad, organizaron su propio desfile en los terrenos que culminó con una explosión que destruyó la esvástica dorada que coronaba la tribuna, desde donde Hitler arengó a las masas. La cruz gamada cayó, pero la tribuna y otros símbolos de aquel pasado que Alemania intenta superar, permanecen todavía en pie aunque en estado ruinoso.
En aquellos terrenos juegan ahora equipos locales de fútbol sin campo propio y virtuosos del monopatín se entremezclan entre visitantes y turistas. Por todos lados se ven fisuras y crece la vegetación. Speer, que admiraba la antigua Grecia, utilizó piedra caliza para su construcción. Un material muy apto para Grecia pero no para la humedad y el frío del sur de Alemania. En 1938 surgieron las primeras grietas. La humedad ha corroído techos y dañado piedras de unos lugares que desde 1973 están catalogados como monumentos históricos. «La humedad es el mayor problema», aseguró Daniel Ulrich, jefe del departamento de urbanismo de Núremberg, al periódico «Art Newspaper». «La construcción fue rápida y de mala calidad y la piedra caliza que cubre los ladrillos no resiste a las heladas y el agua ha acabado por filtrarse».
El debate sobre qué hacer con los restos de la arquitectura más representativa del régimen nazi vuelve a estar encima de la mesa y lanza otra vez una pregunta: ¿Debe una democracia preservar una arquitectura y un paisaje diseñados para glorificar al dictador más infame del siglo XX? Y, si la respuesta es sí, ¿cómo?
La necesidad de respuesta tiene ahora más presteza que nunca porque la ciudad de Núremberg está a punto de embarcarse en un plan de 85 millones de euros para conservar este lugar. Una cifra que sería financiada a la mitad por el gobierno federal y que, en un momento en el que el horizonte financiero germano no augura su mejor coyuntura, viene envuelta de polémica. No solo por la suma sino por su finalidad. «¿Hay motivos sensatos, políticos, sociales o estéticos para restaurar monstruosidades arquitectónicas banales que aún logran deleitar a quienes buscan el aura del Führer?», se preguntaba hace solo unos días Norbert Frei, profesor de historia en la Universidad de Jena. La ciudad ha lidiado con estas preguntas durante años y los miedos no son infundados. A principios de año, miembros de un grupo neonazi marcharon por los terrenos con antorchas en la mano y terminaron su recorrido en lo alto de la tribuna.
Conservar medio siglo después la gloria
A la contra, la responsable del departamento de cultura de Núremberg, Julia Lehner, lo tiene claro. «No reconstruiremos, no restauraremos, pero conservaremos. Queremos que las personas puedan moverse libremente por el sitio. Es un testigo importante de una era: nos permite ver cómo se gestionaron los regímenes dictatoriales y eso, hoy en día, tiene un valor educativo». De hecho, más de 200.000 personas visitan anualmente el gigantesco complejo. La mayoría proviene del exterior. Lo que los atrae es, sobre todo, la relevancia histórica de las edificaciones. Desde la tribuna puede verse una superficie más grande que doce estadios de fútbol que podía albergar hasta 240.000 personas.
La ciudad sopesa varias opciones. Para algunos, la reconstrucción de la arquitectura se habría considerado como una glorificación del Tercer Reich, por lo que un grupo de ciudadanos e historiadores se muestran a favor de una «decadencia controlada». Algo que obligaría a la ciudad a tener que cercar partes cada vez más grandes de los terrenos, aunque también podría suceder que los edificios en descomposición pudieran emitir una especie de «romance a la ruina», lo que preocupa también a los defensores de esta posibilidad. Otros abogan directamente por su demolición pero, en palabras de Siegfried Zelnhefer –portavoz de la ciudad–, «no se puede barrer la historia bajo la alfombra». De ahí que la propuesta estatal sea conservar las ruinas pero hacerlas completamente accesibles. El régimen nazi acabó hace más de medio siglo y hoy numerosos edificios y construcciones se encuentran en una situación similar a las construcciones nazis de Núremberg. Otros han sido completamente transformados, borrando su lugar en la Historia. Es el caso, por ejemplo, de la antigua prisión de Spandau, situada en el oeste de Berlín y en la que estuvo preso el jefe del partido nazi Rudolf Hess. Ahora, en su antiguo emplazamiento, se alza un centro comercial. No obstante, y a diferencia de otros edificios nazis, como el «Haus der Kunst» en Múnich que ahora es una sala de exposiciones, o el Estadio Olímpico en Berlín que aún funciona como estadio deportivo, fue complicado encontrar un uso al Campo Zeppelin. Diseñado para sobrevivir al «Reich de los mil años», ahora, sin embargo, es un sitio histórico en peligro de extinción. Nada que ver con lo que Leni Riefenstahl plasmó en 1935 en su película «El triunfo de la voluntad». En una de sus películas más importantes, la cineasta reflejó con gran nitidez los medios utilizados por Hitler para enardecer a las masas y controlarlas bajo su poder usando como trasfondo la magnificencia de los edificios construidos por Speer en Núremberg. Lehner subraya que el objetivo del proyecto de conservación no es devolver al campo de concentración a su antigua gloria, sino un proyecto de saneamiento que incluiría, entre otras medidas, la instalación de sistemas de ventilación para eliminar la humedad del interior de las estructuras y el reemplazo de piedras en escaleras y fachadas. Además, hay planes para ampliar el centro de documentación y abrir más puntos de información. Un proyecto que, en su conjunto, sirva para hacer del sitio un lugar que alente a la reflexión al mismo tiempo que pase a formar parte de la cotidianidad de los ciudadanos. Mientras sigue la controversia, el tiempo apremia. La fecha límite para la finalización es 2025. Núremberg está compitiendo para ser una Capital Europea de la Cultura ese año y desde la ciudad esperan, si es posible y finalmente hay luz verde al proyecto, tener todo listo para entonces.

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