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Alimentación

El dopaje más sano de la animación

Hace décadas que a los preceptores de la salud se les había adelantado un marinero tatuado aunque lejos del mito de Quintero, León y Quiroga y posiblemente de los muelles neoyorquinos que retrató Elia Kazan: Popeye

El dopaje más sano de la animación
El dopaje más sano de la animaciónlarazon

Hace décadas que a los preceptores de la salud se les había adelantado un marinero tatuado aunque lejos del mito de Quintero, León y Quiroga y posiblemente de los muelles neoyorquinos que retrató Elia Kazan: Popeye.

Cuando nació mi hijo Max volvimos a los entrañables dibujos y monigotes infantiles. Descubrimos que el Monstruo de las galletas ahora prefiere verduras. Los nutricionistas y pedagogos de la PBS, el canal de televisión pública que creó «Barrio Sésamo» junto al hirsuto Jim Henson, le respetaron ese vozarrón suyo como de Tom Waits en una mañana de resaca, y algo es algo, pero cambiaron el latigazo punk más íntimo del peluche azulón, su verdadera dinamo, la obsesión por las «cookies», para desarrollarle una personalidad más amable. Baja en azúcares y carbohidratos y alta en vitamina C.

No fueron los primeros. Hace décadas que a los preceptores de la salud se les había adelantado un marinero tatuado aunque lejos del mito de Quintero, León y Quiroga y posiblemente de los muelles neoyorquinos que retrató Elia Kazan: Popeye, que vivía por y para seducir a Olivia y sacudir a Brutus. De fondo, por debajo, la devastación del país durante la Gran Depresión y el empeño del inigualable Max Fleischer, que llevó al personaje a la pantalla, por retratar el paisaje de aquellos años con la sonrisa ladeada del observador ácido. Sin olvidar al Gobierno de EE UU, empeñado en promocionar el consumo de espinacas. Un alimento al que los especialistas atribuían cualidades y tronío suficientes como para levantar los anémicos niveles de hierro en sangre de una población chupada por la carestía de la crisis y las malas cosechas.

Durante años los eruditos discutieron sobre la posibilidad de que el culto a la espinaca estuviera motivado por un error de cálculo de los científicos que habían elaborado unas célebres tablas nutricionales. Nadie discutió que Popeye ayudó a mejorar los hábitos alimenticios de los niños. A fin de cuentas necesitas de toda la artillería imaginable para convencerles de que muchísimo mejor que atiborrarse de pasteles es ponerse ciego de zanahorias y devorar verduras. Por supuesto donde todos celebraron las cualidades de la espinaca no digamos ya los méritos contraídos por Popeye, fue en los agradecidos pueblos de EE UU dedicados a su cultivo. Todavía hoy el viajero con ganas de montarse un periplo excéntrico puede visitar varias localidades agrícolas, dedicadas al monocultivo del vegetal y que rinden tributo y culto a Popeye en forma de escultura, busto y estatua.

Todos los honores son pocos para el dibujo animado que sin caer en la ultracorrección ni predicar jeremiadas logró que una planta llegada de Persia, rica en vitaminas y antioxidantes, alcanzara la categoría de icono pop. Nunca una sustancia dopante fue más salutífera ni un héroe del tebeo incurrió en vicio menos decadente.